El filósofo francés Marcel Gauchet ve el progresismo desintegrándose en un autoritarismo tecnocrático
Peter W. Logghe
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Marcel Gauchet, nacido en 1946, es considerado en Francia como uno de los pensadores más estimulantes de nuestro tiempo. Según Wikipedia, su obra revela una visión aguda sobre cuestiones como las consecuencias políticas del individualismo dominante, la relación entre religión y democracia, y los dilemas de la globalización. En su ensayo reciente El nudo democrático, vuelve a sonar la alarma, ya que la democracia occidental corre el riesgo de transformarse en un autoritarismo iluminado, por su negativa a escuchar la voz del pueblo.
Gauchet parte de la definición clásica de democracia, con la soberanía popular como base. Una soberanía que se expresa en las elecciones. Pero este principio tiene competencia de una democracia dirigida por jueces, donde las decisiones políticas son filtradas o incluso dictadas por sentencias judiciales. Bajo el pretexto de proteger los derechos fundamentales, se marginan, por vía judicial, mayorías electorales sospechosas de “populismo”. Una casta judicial se coloca así por encima de la legitimidad del pueblo.
Las figuras políticas perturbadoras son eliminadas — desaparece el debate democrático.
Desde Rumanía hasta Alemania, pasando por Francia y Estados Unidos, se observa una lógica emergente: los tribunales se usan para neutralizar a las figuras políticas que molestan al establishment. Trump, Marine Le Pen o Weigel: grandes porciones del electorado son borradas, invocando todo tipo de razones técnicas. El filósofo Gauchet opina que de esta manera se hace imposible un debate democrático sobre temas como la migración, la seguridad y la soberanía nacional. Esto no es un resurgir democrático, sino un síntoma de una democracia que tiene miedo de su propio pueblo (elector).
La democracia moderna está dominada, según el autor, por un individualismo excesivo, al punto que su dimensión colectiva — y en consecuencia el interés general — desaparecen por completo del radar. Se difumina la relación entre los derechos fundamentales y la voluntad del pueblo. Las élites tecnocráticas rechazan toda cuestionamiento de su visión del progreso. Si el pueblo se desvía de esa línea, se le considera una anomalía que debe ser corregida, o incluso excluida por completo del proceso decisorio.
Otra voz de advertencia, una voz con mucho peso en Francia. Pero, ¿escucharán también las élites tecnocráticas y progresistas?
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