Las consecuencias de la «pacífica» ruptura entre Trump y Musk
por Alessandro Volpi*
La «pacífica» ruptura entre Trump y Musk, que ha llevado a la dimisión del creador de Starlink, constituye un dato muy relevante del panorama político y económico estadounidense.
Desde el punto de vista de Musk, su exposición política lo coloca en una situación de tensión constante; ha sido despojado de los grandes fondos, que están en abierto contraste con Trump y que han vendido acciones de Tesla, mientras que sus numerosos negocios con la Administración estadounidense lo exponen a duras críticas por conflictos de intereses sobre los que los tribunales estadounidenses, cada vez más hostiles a Trump, pueden clavarlo. También pesa la hostilidad de los ministros de Trump hacia el sudafricano y la creciente desconfianza de figuras como Peter Thiel, sobre todo en relación con la gran batalla por los fondos federales en materia de inteligencia artificial.
A la luz de todo esto, Musk, que ha sido superado por una parte de la maquinaria de los departamentos de Estado y ha juzgado demasiado complaciente al Big beautiful bill, ha pensado que retirarse, manteniendo una relación informal pero estrecha con Trump, es la mejor manera de tener menos presiones y recuperar una visibilidad autónoma, coherente con su imagen construida de genio rebelde, incluso en comparación con el presidente más anómalo de los Estados Unidos. Para Trump, la ruptura con Musk forma parte de su estrategia de imprevisibilidad, que parece cada vez más evidente. Sus continuos cambios de posición y su imprevisibilidad son herramientas para no dar puntos de referencia que no sean identificables con su persona.
Con esta estrategia puede determinar la evolución de las cotizaciones a su antojo, logrando condicionarlas más que cualquier otro sujeto público o privado, incluso más que los Tres Grandes, y favoreciendo la transferencia de los ahorros hacia la infinita pradera de los «mercados paralelos» y hacia la creación y financiación de múltiples monedas estables, utilizadas para cubrir la deuda pública estadounidense. Es evidente que una estrategia de este tipo es extremadamente peligrosa y Trump intenta mediar en ella recurriendo, una vez más, a decisiones totalmente personales y autorreferenciales: desde las negociaciones con China y Rusia, traducidas en contactos directos con los líderes, hasta la elección de los «favoritos» en términos económicos y financieros, demostrando precisamente con el caso de Musk que nadie está garantizado, pasando por la relación con el Congreso. Pero la verdadera cuestión es otra: este sistema de poder solo puede sostenerse si Trump realmente logra personificar directamente el «espíritu» del pueblo estadounidense, o al menos de una parte de él, dispuesto a seguirlo hasta el final. Trump no aspira a ser un líder político ni el punto de referencia de los intereses fuertes, sino a interpretar el papel del gran sacerdote de su propia religión, en la que la fe cuenta más que cualquier dimensión real. Quienes lo han elegido no deben intentar comprenderlo, sino confiar en su «superior» capacidad adivinatoria: una religión que sin duda arraiga en un contexto social y cultural en el que treinta años de globalización han generado una trágica fragmentación y un brutal aislamiento de los individuos, ahora dispuestos a creer en la redención que produce la pertenencia fideísta.
El capitalismo financiero ha producido el capitalismo religioso, siempre y exclusivamente en nombre del dinero.
*Publicación en Facebook del 31 de mayo de 2025
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