Conflicto sin brújula: por qué la política estratégica de paz no es un retroceso
En el debate sobre la política exterior y de seguridad alemana se ha establecido un consenso notable: quien no defiende el apoyo militar a Ucrania es considerado ingenuo, iluso o latentemente «pro-Putin». Este marco discursivo se está extendiendo cada vez más también en los círculos conservadores burgueses.
Recientemente, en un artículo muy comentado se hablaba del «error de la derecha sobre Ucrania», con la acusación de que las voces conservadoras no reconocen la situación estratégica y se refugian en una peligrosa ilusión de paz. Esta crítica es legítima. Sin embargo, merece un análisis preciso, no por razones tácticas partidistas, sino por razones estratégicas. Porque detrás de la exigencia de más armas, más presión, más «firmeza» se esconde un discurso sobre política de seguridad que solo es compatible con la realidad hasta cierto punto.
La viabilidad militar como dogma
El eje central del argumento es la tesis de que Rusia solo está dispuesta a negociar bajo presión militar. Esta afirmación no es nueva, sino que ha estado presente en las comunicaciones oficiales de la OTAN desde el comienzo de la guerra. Supone que una Ucrania militarmente inferior, equipada con sistemas de armas occidentales, podría mejorar las condiciones de negociación frente a una gran potencia continental europea con respaldo nuclear y defensa estratégica en profundidad. Sin embargo, esta premisa contradice la situación estratégica sobre el terreno.
Desde el otoño de 2023, el conflicto se encuentra en un estado de estancamiento operativo generalizado. A pesar del enorme apoyo occidental, las fuerzas armadas ucranianas no lograron dar un giro operativo. Las contraofensivas del verano de 2023 no tuvieron ningún efecto estructural. Rusia, a pesar de todos sus problemas internos, ha consolidado su posición a lo largo de las líneas del frente. La idea de que se puede «ablandar» militarmente a Rusia y obligarla a negociar carece, por tanto, de fundamento factual. A la luz de los hechos, parece más motivada por razones político-psicológicas que estratégicas.
La pregunta del millón: ¿en qué condiciones se está dispuesto a negociar?
Un segundo punto problemático en el debate actual es el objetivo implícito. La exigencia de suministros de armas solo tiene sentido desde el punto de vista estratégico si está claro para qué se van a utilizar y cuál es el objetivo final políticamente realista. Pero precisamente aquí el discurso sigue siendo vago.
¿Se debe expulsar a Rusia por completo de los territorios ocupados desde 2014? ¿Debe integrarse Ucrania en la OTAN, a pesar de los riesgos sistémicos? ¿O se trata de conseguir la mejor posición negociadora posible en el marco de un alto el fuego aún por definir? Sin una definición de objetivos, cualquier medida sigue siendo una especie de política simbólica. Sin embargo, una estrategia que no nombra abiertamente sus objetivos pierde legitimidad, tanto en política interior como exterior.
Rusia como actor sistémico, no como variable
Un tercer punto ciego de muchos análisis sobre Ucrania es la idea de que Rusia es un socio negociador predecible y que reacciona de forma racional en el sentido occidental. En realidad, las acciones de Rusia siguen su propia lógica estratégica, arraigada en una estructura geopolítica profunda. Para Moscú, Ucrania no es un «país vecino», sino un amortiguador de seguridad, tanto histórica como cultural y militarmente.
La adhesión de Kiev a la OTAN no se interpreta en Rusia como una decisión diplomática, sino como una amenaza existencial. Que se comparta o no este punto de vista es secundario. Lo decisivo es que quien lo ignora no está haciendo política exterior, sino proyección basada en la moral. La solución de la guerra de Ucrania requiere el reconocimiento de esta percepción estratégica, no su deslegitimación.
La perspectiva conservadora: política de intereses en lugar de ilusiones
En este contexto, la posición de los actores conservadores, que se muestran escépticos con respecto al suministro de armas y apuestan por la diplomacia, no parece un «error», sino un intento de devolver el conflicto a la vía de la Realpolitik.
Recurrir al pensamiento clásico en términos de intereses, zonas de influencia y percepciones relevantes para la seguridad no supone una recaída, sino una corrección necesaria del moralismo que sustituye el control político por la indignación pública.
Quienes exigen que Rusia «pierda», por ejemplo, no dan una respuesta concreta sobre lo que eso significa exactamente y cómo se puede alcanzar ese objetivo utilizando medios calculables sin sobrepasar el umbral de una escalada sistémica. En este caso, son precisamente las posiciones conservadoras las que advierten contra la expansión del conflicto en suelo europeo y apuestan por formatos de intervención diplomática. Es posible que estas voces estén infrarrepresentadas en el discurso mediático. Sin embargo, a diferencia de la retórica belicista, aportan lo que realmente importa en la crisis: opciones de actuación.
Conclusión: la seguridad no se consigue con vencedores, sino con equilibrio
La guerra de Ucrania no es un duelo moral, sino un conflicto estratégico entre sistemas con repercusiones globales. No se decide mediante declaraciones, sino mediante la gestión de intereses, la minimización de riesgos y el margen de negociación. Quienes presentan la política conservadora de paz como una renuncia a la responsabilidad no comprenden que la capacidad de autolimitación estratégica no es un signo de debilidad, sino una expresión de prudencia estatal. En una situación en la que no se pueden definir claramente los objetivos militares ni políticos, seguir armándose no es valiente, sino irresponsable.
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