Jünger en las tormentas de acero

 


Un compendio documental y fotográfico de Nils Fabiansson para Italia Storica

Por Giovanni Sessa

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Ernst Jünger es, más allá de los juicios políticos expresados sobre su obra, uno de los grandes nombres de la literatura europea del siglo XX. Un ilustre “hijo del siglo XX”, una época de contradicciones y tragedias, pero también rica en impulsos ideales. Dentro de la vasta producción jüngeriana, ocupa un lugar central el libro que lo hizo conocido por el gran público: En las tormentas de acero. Un volumen dedicado a evocar, de manera directa, la participación del escritor en la Primera Guerra Mundial en el frente occidental. Recientemente ha estado disponible para los lectores italianos un volumen de Nils Fabiansson, Ernst Jünger en las tormentas de acero de la Gran Guerra, publicado en el catálogo de Italia Storica Edizioni. Su significado se revela en el subtítulo: Un compendio documental y fotográfico sobre la experiencia de guerra del teniente Ernst Jünger en la Primera Guerra Mundial (184 páginas, 25,00 €). La obra está editada por Andrea Lombardi y traducida por Vincenzo Valentini. El autor es un historiador y arqueólogo sueco, conocido, entre otras cosas, por una guía de viaje sobre el frente occidental del conflicto que inauguró el “siglo corto”.

Para comprender las intenciones del estudioso sueco, conviene partir de las consideraciones de Christopher Tilley, profesor de historia material, quien observó que: «los lugares siempre han sido mucho más que simples puntos de localización, pues tienen significados y valores distintivos para las personas» (p. 7). El mismo Jünger afirmó en varias ocasiones sentirse magnéticamente atraído por ciertos “lugares”. Por este motivo, Fabiansson conduce al lector a través de los campos de batalla descritos por Jünger en En las tormentas de acero, no solo confrontando y proporcionando la exégesis de las múltiples revisiones a las que el escritor sometió su obra, sino también utilizando un riquísimo aparato iconográfico compuesto por fotografías extraídas de archivos públicos y privados (especialmente sugestivas y evocadoras de la “atmósfera” y el “clima espiritual” que impregnaban entonces las trincheras, resultan ser aquellas en blanco y negro), páginas de los diarios del escritor alemán, mapas dibujados por él en sus cuadernos e imágenes de los lugares de batalla tal como aparecen hoy en día. Fabiansson, cabe destacar, no pretende realizar una especie de turismo bélico-literario, algo que Jünger no habría apreciado, sino que se mantiene fiel a la mirada estereoscópica y glacial del escritor. Los textos de guerra del alemán fueron construidos sobre lo que Jünger definió como “poderes perceptivos especiales”, que le permitieron observar el dolor y la muerte con una mirada desprovista de «sentimentalismos, con sequedad y fría precisión» (p. 9).

La narración se articula en cinco capítulos que analizan las fases del conflicto desde agosto de 1914 hasta los trágicos eventos de noviembre de 1918, episodios en los que se destaca la figura del hombre Jünger, y concluye con un epílogo en el que el autor presenta las numerosas traducciones al extranjero de En las tormentas de acero. Con demasiada frecuencia se ha sostenido que este libro fue, sic et simpliciter, un testimonio del heroísmo demostrado en combate por su autor. En realidad, la lectura de Fabiansson nos devuelve a un Jünger en toda su complejidad, humano, demasiado humano, que en muchos pasajes del libro relata que: «en varias ocasiones dejó a sus camaradas a merced del enemigo» (p. 9). El hecho de que mencione tales ejemplos de fracaso personal es significativo. Como se desprende de este estudio, el escritor alemán supo enfrentarse al peligro de la muerte con desprecio por el riesgo en numerosas circunstancias. Sufrió heridas en las piernas y la cabeza (conservó su casco con el agujero de la bala que lo había atravesado) y, por ello, fue condecorado con los más altos honores militares al mérito. A pesar de ello, en 1972 afirmó que: «los recuerdos de sus días de escolar eran más vívidos que los de combatiente en la guerra» (p. 10). De hecho, se lamentaba, también a la luz de su nueva visión de la vida, bien destacada en la exégesis de su pensamiento realizada por Evola, de que los lectores siguieran entreteniéndose, muchas décadas después de su publicación, con sus escritos de guerra, que él ya consideraba como el «Antiguo Testamento» (p. 10).

No fue solo el “corazón aventurero” lo que llevó a Jünger a alistarse voluntariamente, sino también la voluntad precisa de asombrarse y comprender en profundidad el sentido de la guerra. Se preguntó si esta aún ocultaba, más allá de las masacres impuestas por la “guerra de materiales”, para aquellos que la vivían en primera persona, una posibilidad de realización. Su respuesta fue afirmativa. El combate permite superar la rutina burguesa, colocando al hombre frente a la potestas que lo anima y que impregna toda la naturaleza. La guerra destructiva parece arrasarlo todo. Las descripciones de los campos de batalla del escritor alemán nos introducen en el paisaje bélico vivo, cruzándolo y enfrentándonos con la eterna metamorfosis cíclica que allí se produce. Jünger comprendió, como señaló el filósofo Karl Löwith, que lo permanente y lo estable en la vida humana solo proviene de la “trascendencia” de la naturaleza. Durante la Segunda Guerra Mundial, observó que la Picardía, «con sus suaves ondulaciones, sus aldeas incrustadas en los huertos, sus praderas, alrededor de las cuales se alinean hileras de altos álamos […]» (p. 22), le había hecho estremecer de alegría. No por casualidad, durante el tiempo que pasó en Monchy y Douchy, sobre los cuales escribe en Jardines y caminos, se dedicó en las trincheras a la “caza sutil” de insectos. Así, ni siquiera en las circunstancias dramáticas de la guerra, Jünger perdió su pasión por la entomología, convencido de que en lo “particular” reside el principio de lo universal. Catalogó nada menos que 143 tipos de insectos.

Tampoco el poder de Eros fue olvidado bajo la sombra de la muerte inminente, ya que, en un sentido griego, Eros y Thanatos se dicen en uno solo. Así, el 5 de junio de 1916, anotó lacónicamente: «Jeanne en Combrai» (p. 25), testimonio de un fugaz amor de trinchera. Tampoco fueron silenciados en él los afectos más queridos. Es significativa la narración de Fabiansson sobre los encuentros con su hermano Friedrich Georg, durante los cuales ambos disfrutaron de los efectos relajantes del vino de Borgoña y de las caladas, en pipas de espuma de mar, del tabaco Navy cut inglés (a causa de las heridas sufridas, el pensador experimentó también el éter y otras sustancias psicotrópicas durante la Primera Guerra Mundial). Conmovedor, además, es el recuerdo que Jünger dejó de sus camaradas, ya fueran oficiales o fieles asistentes que sacrificaron sus vidas por él.

El libro del estudioso sueco no es, por tanto, un simple “compendio” para leer En las tormentas de acero, sino una obra de gran relevancia para la exégesis de toda la obra de Ernst Jünger.

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