La hora de Casandra
Adriano Segatori
https://electomagazine.it/il-tempo-di-cassandra/
Ella es el símbolo de la contemporaneidad. Es ella, portadora de la verdad, quien por no haber sucumbido a los deseos de Apolo fue condenada a no ser escuchada. Es la profetisa que predijo las desgracias troyanas, sólo para ser violada y asesinada tras confirmarse sus presagios.
Si combinamos este símbolo de la ceguera de las masas con el hábito actual de la retórica, tenemos la atmósfera de niebla cognitiva y debilidad en la toma de decisiones que está llevando poco a poco a la deriva a nuestra ya precaria sociedad.
Desde el parlamento hasta el último balido del rebaño acomodaticio, desde los gacetilleros de vídeo o de papel hasta los guitones de cine o de teatro, desde las estrellas porno de la virología hasta las guardianas vestales de la tierra -que saben perfectamente que «creencia y ciencia no son la misma cosa» (Sócrates)-, desde los guardianes togados del derecho y de la justicia hasta los indulgentes de la compasión y de la redención, todos participan en este festival retórico tan impotente como macabro.
Cada día asistimos a teatros más o menos lamentables en los que incompetentes de todo tipo y grado, afectados por ese virus letal del pensamiento y la voluntad identificado como democracia, pontifican sobre lo que no saben, porque al fin y al cabo, «no hace falta que la retórica conozca los contenidos; le basta con haber descubierto cierta técnica de persuasión, para poder aparentar ante los no competentes que sabe más que los competentes» (Sócrates).
A uno le importan un bledo estos tejemanejes cotidianos. ¿Qué mal pueden hacer ciertos personajes hosteleros, treinta kilos más pesados y en su segundo mal fiasco, que gritan consejos a los jugadores del equipo de fútbol, sintiéndose comisarios técnicos infalibles? Nada, por supuesto. Pero éstos no intervienen en la formación del equipo ni en la decisión del juego. Los demás sí.
Porque la retórica enconada es la que contamina e intoxica a los fundadores de comités y fundaciones, redacciones y despachos escolares, ministerios y juzgados, despachos de psicólogos, sociólogos, educadores. En todas partes se habla de patriarcado -la última moda para llamar la atención-, de seguridad, de acogida, de víctimas, de victimarios, de pedagogía, de verdes, etc.: se habla de todo lo que no se sabe, confirmando que «en realidad es más persuasivo el que es ignorante entre los ignorantes que el que tiene ciencia» (Sócrates).
Hemos visto sobre todo en los últimos años cómo han acabado los Casandras y las Casandras -nótese la adaptación lingüística-: desde trabajadores del campo hasta premios Nobel, todos en el olvido social y sustituidos por retóricos 'indudablemente capaces de hablar contra todos sobre todo, para persuadir, en definitiva, a las masas sobre todo lo que quieran' (Gorgias).
Se impone así lo que el filósofo y politólogo Juan Donoso Cortés llamó la «clase de habladores»: la burguesía democrática, jactanciosa en las palabras e impotente en las decisiones.
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