El arqueofuturismo según Faye

 


Claudio Capo

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Nunca se debe juzgar un libro por su cubierta, pero la imagen de una tecnología indefinida silueteada contra el telón de fondo del Erecteion al amanecer posee en sí misma un extraordinario poder evocador. Situándose en la estela de la filosofía de superación y «lealtad a la tierra» de Nietzsche, Guillaume Faye desata una violenta tormenta ideológica contra la moral igualitaria y humanista. El arqueofuturismo es el rayo que rasga el cielo de la modernidad. Sintetizando pragmatismo, realismo y voluntad de poder, el pensador francés llega a una formulación político-ideológica movilizadora.

Para Faye, la civilización actual no puede durar. Sus fundamentos están reñidos con la realidad. La ideología hegemónica, ya agotada y esclerótica, no tiene nada más que decir y se dirige hacia una «convergencia de catástrofes» destinada a decretar su fracaso. La modernidad, herida y moribunda, se disimula a sí misma en un intento de dar una «última vuelta al tiovivo», mientras que toda relación concreta con el mundo se vacía de significado y se sustituye por un simulacro, una referencia muy apropiada a Baudrillard. Para salir de este círculo vicioso, Faye afirma la necesidad de extraer continuamente poder del mundo, orientándolo hacia la realización de un pensamiento radical y revolucionario capaz de subvertir todos los valores establecidos.

El arqueofuturismo es la declinación política del «constructivismo vitalista», un intento filosófico de conciliar los avances de la tecnociencia con el retorno a visiones del mundo que se remontan a la noche de los tiempos. La síntesis entre lo arcaico y lo futurista es la vía principal para el renacimiento de Europa: mientras que el primer lema del sintagma se refiere al fundamento biológico y antropológico de los pueblos indoeuropeos, el segundo encarna su lenguaje distintivo de creación, de invención permanente. Parafraseando a Heidegger, Faye quiere cruzar el sendero del bosque y enfrentarse a nuevos peligros: la lógica de la retirada, de la detención o de la continuación progresiva del presente no se contempla.

Téchne y Europa son intrínsecamente inseparables, pero su unión es en sí misma insuficiente. La tecnología, aislada, no es decisiva: sólo si está guiada por un eje direccional enraizado en los valores de la tradición y el impulso arcaico de los pueblos puede convertirse en el factor decisivo para repensar la civilización en una perspectiva genuinamente europea. Sólo una mentalidad auténticamente neoarcaica, aristocrática y desigualitaria permitiría explotar plenamente el potencial que hoy se ve frenado -entre otros muchos, Faye hace hincapié en un eugenismo positivo orientado a la mejora biológica y hereditaria de la especie.

La técnica debe injertarse sobre bases inmutables: sólo así puede ser deseable su potenciación indefinida. No hay que potenciar lo arcaico, ni preservarlo a sus formas históricas, ni distorsionarlo para el fetiche del progreso.

No hay diferencia cualitativa entre una trirreme griega navegando por el Egeo y las misiones espaciales Apolo, ni división ontológica entre un palo puntiagudo y un misil intercontinental. La diferencia radica en el grado de poder que son capaces de aprovechar y expresar.

El futuro de la tecnología europea será tanto más brillante cuanto más profundo sea el retorno a las oscuras raíces de lo arcaico. Por eso Faye propone un doble enfoque: por un lado, una epistemología de la técnica que favorezca la deflagración de los marcos igualitarios; por otro, el redescubrimiento de los dioses que habitan la tierra y de las personas que la fecundan. Apolo y Dioniso, juntos, para construir el futuro de una Europa desplegada sobre catorce meridianos.

«Nosotros, descendientes de pueblos emparentados, tenemos la oportunidad de compartir un espacio potencial que podría convertirse para nuestros hijos en lo que Carlos V soñó, pero no supo conservar: «El Imperio sobre el que nunca se pone el sol». Cuando es mediodía en Brest, son las dos de la mañana en el estrecho de Bering. Es un ideal, quizá uno de los pocos que nos quedan en esta época de pesimismo y oscuridad: «construir nuestro Imperio es el sueño que nos atormenta».






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