20 de agosto de 2022-2024. Darya Dugina: la memoria del futuro




por Angelo Inglese
https://www.lantidiplomatico.it/dettnews-20_agosto_20222024_darya_dugina_la_memoria_dellavvenire/46096_56323/

Con motivo de la celebración de Darya, realicé, junto con algunos amigos, un breve vídeo basado en mi cantata Dasha, compuesta en dos versiones, entre 2023 y 2024.

Como compositora, siempre he considerado la música como el mejor vehículo no sólo para entretener y divertir sino, más apropiadamente, para elevar el alma y transmitir mensajes de profundo valor humano y filosófico. ¿Qué mejor forma que una «cantata multipolar» para honrar la memoria de un pensador orgánico tan original, arrebatado a la vida en la flor de la vida?

Logos, Tradición y Sophia se funden en un abrazo cósmico, unidos para siempre en la exaltación de un recuerdo inmortal y un mensaje existencial eterno. Quise traducir todo esto en música y encontrará un extracto en el vídeo.

Si he logrado o no mi propósito, dejo que sean los oyentes quienes juzguen.

En los créditos hay una reseña de la cantata en la pluma de Ennio Caironi, que cito a continuación en agradecimiento:

La Cantata Dasha, dedicada a la memoria de Darya Dugina y compuesta por el maestro Angelo Inglese entre 2023 y 2024, es una obra maestra de belleza musical y profundidad filosófica. Una composición vibrante, de indudable valor no sólo musical sino, podríamos decir, existencial. No queremos resumir ni reiterar aquí lo que el propio M. Inglese ya ha argumentado ampliamente en su entrevista-prólogo a la partitura (a la que nos remitimos para una lectura meditada), sino más bien destacar algunos elementos estrictamente musicológicos que proporcionan al oyente otros puntos de referencia y estímulos para la reflexión personal.

Haciendo un hábil uso de algunos pensamientos filosóficos, extraídos de «Mi visión del mundo» de Darya Dugina, que se intercalan con las nueve estaciones que componen la cantata, M. Inglese consigue recrear un auténtico gesamtkunstwerk. Partiendo de una forma perfecta - un prólogo que se refleja en sentido cíclico (y no meramente retrospectivo) en un epílogo, que contiene otras siete piezas musicales - la obra logra satisfacer los gustos de un público culto, sin renunciar por ello a una agradable melodía y a una fragante frescura que son todas italianas. Desde este punto de vista, hay que reservar un elogio particular a la hábil utilización de un contrapunto refinado, incluso en presencia de un conjunto instrumental reducido; contrapunto siempre comprometido de forma transparente, con discreción y buen gusto, sin parecer nunca pesado y sobrecargando innecesariamente el desarrollo del discurso musical. Igual elogio debe reservarse a la fluidez espontánea del canto, que nunca se ve obstaculizada -si acaso, se ve favorecida- por el uso de ritmos irregulares. M. Inglese compone toda una estación en 5/4 sin ceder nunca a lapsus rítmicos ni a artificios mecánicos que justifiquen su inusual elección, para mayor beneficio del oyente profano: todo fluye espontáneamente, para coronar el texto cantado. Podríamos considerar esta esforzada prueba como la confirmación de una de las convicciones más férreas del genial Gustav Holst.

Las citas eruditas, explícitas o no (incluida la serpenteante Canción de Znamenny de la ermita de Otpina y algunas reminiscencias en homenaje a Tchaikovsky), se amalgaman para fundirse en el tejido armónico y melódico de la obra, que -desde un punto de vista estrictamente musical- tras repetidas escuchas deja de encarnar un homenaje sagrado, para revelarse en toda su maestría como una pieza de música pura y absoluta. Esto es lo que el escritor percibe en la ligereza y la naturalidad de los movimientos de las líneas melódicas, la aparición de pasajes pentatónicos, la elección a favor de las escalas diatónicas, el uso limitado de cromatismos y disonancias innecesarios, y el empleo frecuente de un piano resonante, fuertemente pedaleado y ricamente armónico. Aunque el material sobre el que trabaja M. Inglese es sin duda de pura matriz rusa, las inflexiones de muchas volutas armónicas recuerdan a las mejores obras de Claude Debussy y Charles Koechlin, una prueba más de los estudios transalpinos emprendidos por M. Inglese. Desde este punto de vista, el uso de la música modal (y en particular del modo central en re eoil), que hunde sus raíces en la profunda tradición musical euroasiática, es uno de los rasgos de unión más sólidos que confieren a esta partitura un aliento no sólo europeo sino también internacional.

El carácter de los textos y los propios objetivos de la obra llevaron al compositor a privilegiar los tempos sostenidos, con una evolución agógica deliberadamente contenida, contrarrestada por una notable variedad dinámica, de tal forma que incluso el pródigo Albéniz se habría avergonzado del uso de un «pppppp» al final de la octava estación titulada «El rostro de la eternidad». La elección de la agógica atestigua una vez más el carácter místico y sagrado de esta obra; he aquí algunas de las indicaciones de tempo utilizadas: ascético, arrullante, moderato con mistero, lento sognate-rubato, andante calmo e indugiante.

La atrevida elección (de valor simbólico sobre todo) del conjunto instrumental para acompañar las vocalizaciones y los textos de las dos cantantes, supone en un principio un reto para el oyente astuto, consciente de la dificultad intrínseca de mezclar eficazmente timbres tan heterogéneos como la flauta, el clarinete y el violonchelo con el piano. M. Inglese gana también este pulso, gracias a su indiscutible y profundo conocimiento de los límites y virtudes de sus instrumentos, que utiliza con naturalidad y sin exigirles -salvo en raros pasajes- combinaciones rítmico-melódicas inusuales ni un exceso de virtuosismo superfluo. A la inversa, se podría decir que en esta Cantata todo es esencial, limado y restituido a la medida humana. Intimista sería un adjetivo impropio y limitado, por el efecto de transporte general que la obra en su conjunto consigue suscitar en el oyente. Hemos dicho de la calidad humana de la composición, una característica que se refleja caleidoscópicamente en todos sus componentes - según la realización concreta de una visión artística multipolar - para encontrar plena resonancia en el pensamiento filosófico de la Dasha evocada. Los dos componentes, textual y musical, vibran en simpatía concordante hasta tal punto que no se da a entender ninguna dependencia de la música con respecto al texto. Ambos, con igual vigor y orgullo, llevan al oyente al umbral liminal de su propia conciencia superior y, al mostrarle el abismo de la abyección, le exigen una elección clara entre la humanidad y la nada. Una elección que Darya, aunque muy joven, había hecho con plena conciencia y de la que la presente Cantata es una prueba más a un nivel aún más elevado, por su capacidad de superar cualquier barrera lingüística, cultural y espacio-temporal a través del arte.

Para concluir, nos gustaría destacar otro elemento formal relacionado con la estructura del discurso musical. Puede deducirse que lo que da a la Cantata una sensación de unidad y plenitud musical reside en la cuidadosa elección armónica realizada entre las nueve estaciones y el uso repetido, además de la ya mencionada Canción de Znamenny, de un tema original para Darya basado en las letras de su nombre. Esto se ajusta perfectamente a la tradición secular de homenajes musicales que han protagonizado muchas obras maestras en el pasado. Esperamos que el milagro pueda repetirse también para esta extraordinaria composición y que no sólo siga dando mucho que hablar, sino que encuentre un lugar digno junto a otras obras maestras musicales inmortales.


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