La relación Europa-Oriente vista por el filósofo Schubart



La lectura del libro "Europa y el alma de Oriente" impresionó a un lector excepcional, Ernst Jünger

por Giovani Sessa

https://www.barbadillo.it/110840-il-rapporto-europa-oriente-visto-dal-filosofo-schubart/

Un libro importante está en las librerías para la edición de Oaks.  Se trata del ensayo del filósofo alemán Walter Schubart, Europa y el alma de Oriente, que vio la luz en 1938 (por encargo: info@oakseditrice.it, pp. 399, 28,00 euros). Schubart fue un destacado estudioso del "continente ruso" y plasmó en sus escritos la profundidad del alma de la "Madre Rusia". Con la toma del poder por Hitler, abandonó su patria en 1933 y, con su esposa de origen judío, huyó a Riga donde, en 1942, encontró la muerte en un gulag soviético. No hace falta subrayar que el tema tratado en las páginas de este volumen es de rigurosa actualidad: las relaciones entre Occidente y Oriente, entre Europa y Rusia. El desarrollo argumental del ensayo se apoya, por un lado, en la prosa afabuladora del escritor, apta para cautivar al lector, así como en el rasgo profético de sus páginas. A finales de la década de 1930, la situación espiritual y geopolítica del mundo, según Schubart, presentaba estas características: "Lo que [...] se avecina es la lucha de dos mundos, la composición final entre Occidente y Oriente y el nacimiento de una cultura occidental-oriental a través del hombre joánico, como representante de una nueva era" (p. 5).

   En retrospectiva, parece fácil afirmar que la premisa de esta afirmación era ciertamente cierta, mientras que la conclusión vislumbrada por el pensador no se realizó de hecho. La referencia al hombre joánico y a la regeneración del mundo en una nueva era dejan bien claro que el marco hermenéutico del autor es ciertamente apocalíptico, como apocalíptico es el animus ruso. En Italia, posiciones no disímiles se manifestaban en el catolicismo juanista y universalista de Silvano Panunzio.

La lectura del volumen impresionó no poco a un lector excepcional, Ernst Jünger. Éste, en su libro Nodo di Gordio (Nudo gordiano), leyó Oriente y Occidente como arquetipos, mitos eternos a través de la lección de Schubart. Dicho esto, el lector debe saber que el filósofo afirma explícitamente que retoma la concepción eónica-cíclica de la historia, articulada en torno a cuatro edades, cada una centrada en un tipo humano específico: el hombre armonioso, el heroico, el ascético y el mesiánico. A finales de la década de 1930, el mundo se encontraría en una fase de transición, la comprendida entre el mundo ascético y el mesiánico. Una época de cambios y expectativas incipientes, en la que era posible detectar la crisis del mundo burgués-fabricado, pero en la que resultaba difícil captar los rasgos saludables de la nueva era: "Vivimos en una época de transición [...] está llena de melancolía, pero también de esperanza" (p. 15).

   En el último milenio, Europa, nos recuerda el autor, atravesó dos épocas: la gótica y la prometeica. La primera, que se desarrolló entre los siglos XI y XVI, encarnó el prototipo del hombre armonioso, perfectamente reconciliado con lo sobrenatural y cuya vida tenía como meta la paz otorgada por la Gracia. Entre 1450 y 1550 se produjo la transición al mundo prometeico, sobre todo con la Reforma: "El hombre nuevo vuelve su mirada a la tierra, a las distancias lejanas de vuelta al globo, ya no a las alturas infinitas" (p. 16). El hombre nuevo quiere poseer el mundo, su naturaleza es la voluntad de poder, es un Titán que se ha rebelado contra el orden divino de las cosas. La era prometeica del siglo XX tocaba a su fin: "se anuncia la era joánica, en la que el prototipo mesiánico moldeará al hombre" (p. 16). Schubart está convencido de que el espíritu del paisaje es una constante en la historia, que el genius loci actúa sobre el sentimiento anímico de los hombres. Los rusos fueron forjados por las llanuras ilimitadas, en las que lo eterno les contempla majestuosamente, desprendiéndoles de su apego a lo finito, a la tierra entendida en términos de mera materialidad. El poder del paisaje actúa en la historia, mientras que los poderes de la sangre, las fuerzas meramente biológicas están sujetas al envejecimiento. En contraste con la cultura nacionalsocialista: "La sangre y la tierra designan elementos diferentes, que conceptualmente no tienen nada que ver entre sí" (p. 20). En la era juanista, lo ajeno volverá a imponerse, por lo que un papel destacado, según el pensador, lo desempeñarán los rusos, un pueblo metafísico: "El gran acontecimiento que se prepara es el ascenso del eslavismo al poder determinante de la cultura" (p. 27). El problema de las relaciones Este-Oeste no es un problema histórico-político, sino que tiene una naturaleza espiritual y filosófica.

    Volviendo a esta esperanza mesiánica, el mensaje goetheano-libniano se refiere al surgimiento de una futura gran civilización occidental-occidental. Europa podrá redescubrirse a sí misma, su grandeza homérica y medieval, a través del encuentro-choque con Rusia. El hombre griego es para el alemán la primera aparición del hombre armonioso, en cambio Roma y su civilización jurídica anunciaron la era prometeica. Occidente: "ha dado a la humanidad las formas más perfeccionadas de tecnología, de estatalidad [...] pero le ha robado su alma. Es tarea de Rusia devolvérsela a la humanidad. Rusia posee precisamente las fuerzas que Europa ha perdido y destruido" (p. 41). Esto se debe a que los rusos poseen: "la idea nacional más profunda y universal: la redención de la humanidad [...] La idea de la redención del mundo es la expresión del sentimiento de fraternidad, del humanitarismo universal en el plano de la política internacional" (p. 248). Schubart, al reconstruir las etapas histórico-ideales de la formación de la idea nacional rusa, enfrentando a los principales representantes de la eslavofilia y el eurasianismo, se detiene en Dostoievski. Sus personajes testimonian, con sus conflictos interiores, la lucha entre los valores prometeicos de Occidente que irrumpieron en el país oriental con Pedro I y el alma original.

   En Crimen y castigo, el desenlace de la narración es una denuncia de la exaltación de la personalidad libre y fuerte afirmada en Occidente con la línea especulativa Maquiavelo-Nietzsche, mientras que en Demonios, es el Estado-Moloch el que exhibe sus límites. La salvación procede del reconocimiento de los límites humanos, madura a través del arrepentimiento intensamente experimentado. De este modo, el hombre se redime a sí mismo. La salvación del pueblo ruso se centra en la recuperación de la trascendencia y la tradición. El propio bolchevismo ayudó paradójicamente, a pesar del ateísmo estatal, a proteger a la "Madre Rusia" de disolverse en las aguas residuales de la sociedad posmoderna. El redescubrimiento estalinista de la idea nacional y de su primacía lo confirmaría.

   En las mismas congerencias históricas, la crisis de la cultura prometeica y los signos de renacimiento espiritual en Occidente convencieron a Schubart de la proximidad del encuentro, bajo el signo apocalíptico de Juan, de Europa y Rusia. A nosotros nos parece que las cosas han ido y van por otro camino. La teología juanina de la historia, que apoya las tesis de Schubart, no es propiamente europea. Sólo un retorno a la physis griega puede devolver a los europeos a sus orígenes.

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