El imperio de Europa: el problema imperial y la construcción europea

 



Frédéric Kisters

https://www.voxnr.fr/lempire-deurope-la-problematique-imperiale-et-la-construction-europeenne

"Europa aspira al Imperio" (Jean-Louis Feuerbach)

PROLEGÓMENOS

Cualquiera que esté familiarizado con la historia sabe que los imperios han desempeñado un papel esencial en la evolución de la humanidad. Entre los años 50 y 200 d.C., cuatro imperios abarcaban todo el mundo civilizado: Roma, los partos arsácidas, los kushan y el Estado Han oriental formaban una cadena ininterrumpida desde Britania hasta el mar de China, alrededor de la cual sólo vivían bárbaros.

Así que un historiador como Toynbee, en su Gran aventura de la humanidad, quiso mostrar cómo pasamos gradualmente de una era de civilizaciones locales (que solían ser imperios) a un todo universal, cómo los oekoumen acabaron cubriendo toda la tierra. Comienza presentando las primeras civilizaciones, que estaban aisladas y casi no tenían contacto entre sí. A continuación, muestra cómo los imperios en expansión entraron en contacto entre sí y, por tanto, se influyeron mutuamente. El proceso continuó hasta la Edad Moderna, cuando todas las civilizaciones estaban vinculadas. El Imperio fue, por tanto, el principal agente de propagación de las civilizaciones(1).

El sociólogo e historiador Wallerstein, por su parte, contrapone los imperios políticamente unificados a las "economías mundiales" que recubrían un conjunto de Estados de fuerza variable, como el Mediterráneo de los siglos VII al II a.C. antes de que fuera unificado por Roma, o el Mediterráneo posterior, que abarcaba la misma zona y al que Fernand Braudel dedicó su obra maestra (XIV-XVI d.C.). Antes de la Edad Moderna, la mayoría de las economías del mundo se convirtieron en imperios o fueron engullidas por uno de ellos. En cambio, el capitalismo, culminación de las economías mundiales, ha sobrevivido durante cinco siglos porque se extiende por casi todo el globo: "se basa en la asunción constante de pérdidas económicas por parte de las entidades políticas, mientras que el beneficio económico se distribuye entre los intereses 'privados'"(2). El capitalismo se eleva por encima de todos los imperios existentes. Incluso la URSS, que intentaba escapar de él, tuvo que tenerlo en cuenta. Llegó a la conclusión de que sólo el establecimiento de un imperio socialista universal podría acabar con el capitalismo.

El término imperio procede de la palabra latina imperium (la autoridad del mando militar, incluso por coerción, complementada por potestas, autoridad por la fuerza de los valores). El emperador reunía una serie de poderes ejercidos anteriormente por diferentes magistrados (cónsules, censores, tribunos y el gran pontífice) y otorgados con carácter vitalicio. Era proclamado imperator por los soldados (el pueblo en armas). A diferencia del imperium proconsular, el imperium del emperador era ilimitado en el tiempo y en el espacio y no estaba subordinado a ningún otro. Su poder se basaba en su clientela, su fortuna personal, el juramento de fidelidad y su auctoritas (preeminencia moral) (3).

Más tarde, a medida que la hegemonía europea se extendía por todo el planeta, atribuimos el nombre de imperio a una serie de estados, pasados o presentes, que guardaban cierto parecido con lo que habíamos conocido, a la manera de los griegos que daban a dioses extranjeros nombres de su panteón, aunque ello supusiera cometer algunas inexactitudes. Como resultado, algunos autores distinguen entre dos tipos de imperio: la línea europea descendiente del principado y los "extranjeros". De hecho, también podríamos concebir un linaje chino, un linaje de imperios mesopotámicos, etc...

Pero, dejando a un lado las formas singulares, abordaremos la figura del Imperio como un arquetipo que no ha dejado de aparecer bajo nuevas apariencias desde los albores de la historia (4).

TIPOLOGÍA

Al igual que el historiador del derecho John Gilissen, distinguimos dos acepciones del término Imperio: en sentido estricto, se refiere a una forma de gobierno dominada por la figura de un autócrata que ostenta el título de emperador o algún otro equivalente (faraón, gran kan, rey de reyes, etc.); en sentido lato, Imperio se refiere metafóricamente a cualquier Estado vasto y poderoso, sea cual sea su modo de gobierno. Dado que muchos imperios stricto sensu no se han ganado sistemáticamente el título de gran potencia durante su vida formal, estos estados pueden dividirse en tres categorías:

- imperios lato sensu o grandes potencias;
- imperios stricto sensu que fueron en algún momento grandes potencias
- imperios stricto sensu que permanecieron o se convirtieron en estados pequeños o medianos.

En consecuencia, consideraremos, por ejemplo, que la Roma republicana entró en la primera categoría tras la Segunda Guerra Púnica y pasó a la segunda bajo Augusto. En cuanto al Imperio de Occidente tardío, pertenecía al tercer grupo.

Además de la diferencia entre imperios stricto sensu y lato sensu, existe una clasificación por tipos, cuyo número y naturaleza varían de un autor a otro. Aunque la tipología de los imperios nos parece secundaria, hemos seguido un juego lógico. Por nuestra parte, hemos procedido mediante una serie de antinomias: contraponemos los imperios terrestres o continentales a los imperios marítimos; los imperios centralizados a los más laxos; los imperios longevos, a menudo vinculados a una dinastía o a una sucesión de dinastías; y los imperios efímeros, la mayoría de las veces obra de grandes conquistadores. El resultado son ocho posibles asociaciones que ofrecen una imagen bastante precisa de las características de los distintos tipos de imperio:

1) terrestres/centralizados/efímeros. Ejemplo: Napoleón I
2) terrestre/centralizado/durable. Ejemplo: Roma en el Imperio tardío
3) terrestre/descentralizado/efímero. Ejemplo: de conquista
4) terrestre/descentralizada/sostenible. Ejemplo: Acad de Sargón (-2340), Roma del Alto Imperio
5) marítimo/centralizado/efímero. Ejemplo: Japón en el siglo XX
6) marítimo/centralizado/sostenible. Ejemplo: Atenas (479-404 a.C.)
7) marítimo/descentralizado/efímero. Ejemplo: el imperio de Knut el Grande (1013-1033)
8) marítimo/descentralizado/sostenible. Ejemplo: los imperios español y portugués

Para mayor precisión, hemos añadido dos subcategorías a las clases anteriores. Entre los imperios de conquista, creemos que debemos distinguir los fundados por pueblos nómadas. Del mismo modo, separaremos los imperios feudales, como el de los Plantagenet, de los "imperios descentralizados duraderos".

Esta clasificación no borra la idiosincrasia de los imperios, pero nos permite vislumbrar, a través de la bruma de los acontecimientos, los contornos imprecisos de una figura perenne.

NACIMIENTO

Los imperios se forman la mayoría de las veces sobre el modelo fantaseado de uno de sus predecesores. El arquetipo se reproduce a lo largo de la historia en un proceso que Spengler denominó pseudomorfosis. Para los europeos, la noción de Imperio evoca necesariamente el principado romano. Del principado fluye, como un río que brota de las montañas, un curso jalonado de imperios (romano, bizantino, carolingio, SERNG, los dos imperios bonapartistas, los zares; también podríamos tomar como ejemplo la sucesión de imperios chinos)(5).

El imperialismo es a la vez una característica permanente del imperio y una condición necesaria para su nacimiento. Adopta dos formas. La más común, con mucho, es el poder marcial, brutal. Un pueblo impone su dominio a sus vecinos. Pero otros imperios se formaron de forma más pacífica por una especie de sinoecismo, como el de Carlos V, que fue más el resultado de una larga teoría de alianzas matrimoniales que de conquistas.

Evidentemente, la voluntad de dominación no puede lograrse sin superioridad, ya sea tecnológica, organizativa, demográfica, moral o de otro tipo. Pero estos instrumentos dependen a su vez en parte de la energía que los impulsa. El hombre inventa para esclavizar a sus semejantes o a la Naturaleza. Pero si la voluntad de poder no le dominara, no crearía. Por tanto, el imperialismo genera los medios para su propia realización.

Incluso cuando el Imperio se forma por libre asociación, la voluntad de poder y la expansión son, no obstante, premisas necesarias: la gente se une para protegerse, pero sobre todo para dominar.

La presencia de una amenaza también favorece la formación o el mantenimiento del Imperio. La gente une sus fuerzas para luchar contra un enemigo común, pero sobre todo anima a los antiguos imperios a mantener y reforzar su cohesión.

Al nombrar a su enemigo, que a veces será otro imperio, se define negativamente, nombrando lo que no desea llegar a ser y negándose a que otros interfieran en su dominio.

Hay que subrayar que, a diferencia del Grossraum schmittiano, el Imperio no se contenta con suprimir las intervenciones de las potencias exteriores: ¡se afirma como depredador!

El nombre del Imperio suele ir unido al de su fundador. Suele tratarse de Estados cuyas fronteras fueron talladas con espadas. Sus nombres evocan epopeyas fantásticas pero breves. También surgen grandes figuras de la historia de imperios que se formaron más lentamente o que no eran monocracias. Para perdurar, un imperio debe construir un gobierno de élite que garantice la continuidad de sus políticas.

Los imperios suelen estar formados por pueblos que han alcanzado un momento de "poder biológico". Esta expresión un tanto romántica engloba y expresa una extraordinaria y compleja combinación de factores que hicieron que en un momento dado, en el espacio de una generación, un pueblo se encontrara dotado de un gran poder de expansión. Algunas de estas causas son objetivas: una población numerosa, una tecnología superior, instituciones adaptadas a la situación... pero la mayoría son subjetivas e indecibles: la energía, la fe en el destino, la convicción de superioridad racial, cultural o religiosa. Así es como vimos al pequeño pueblo macedonio conquistar el inmenso imperio persa o a unos cientos de conquistadores destruir las naciones inca y maya.

En nuestra opinión, la necesidad de expansión económica es secundaria, ya que procede del deseo de dominación, del que la economía es sólo un aspecto. Quienes sólo desean amasar riquezas se apartan del Imperio e invierten sus esfuerzos en la economía mundial. Hay que recordar, sin embargo, que los imperios continentales buscan la autarquía o al menos la independencia, mientras que las potencias marítimas desarrollan el libre comercio. En ambos casos, sin embargo, se trata de instancias políticas; la economía mundial, por el contrario, es económica y su objetivo no es gobernar sino obtener beneficios.

EL IMPERIO Y EL ESTADO

El Imperio y el Estado son hermanos pero no gemelos. Tanto el Estado como el Imperio hacen una clara distinción entre el interior y el exterior; delimitan sus territorios mediante fronteras y no toleran ninguna injerencia de potencias extranjeras. Si el Estado es una obra de la Razón, el Imperio es el resultado de la Historia. El Estado centralizador combate todas las esferas en pugna: las libertades locales, los poderes personales, feudales o confesionales. Establece una ley única, válida en todos los lugares que controla. Para el Estado, la legalidad prevalece sobre la legitimidad. Mientras que las disputas sobre la legitimidad impiden el funcionamiento normal del Imperio, no lo hacen con la burocracia del Estado, que funciona de modo legal. El Imperio difiere del Estado en otros dos aspectos esenciales: por un lado, combate los privilegios y las costumbres sólo en la medida en que amenazan su integridad; si bien establece un derecho público uniforme, deja al pueblo la elección de su derecho privado; por otro lado, el Imperio, a diferencia del Estado, acepta que su autoridad varíe en intensidad de un país a otro (6).

Hoy en día, el modelo de Estado está anticuado por varias razones:
- el mito del Estado está muriendo; ya no está animado por la fe de los revolucionarios de 1789 y sus sucesores del siglo XIX;
- el Estado se desmorona y las esferas de poder y de intereses se multiplican;
- Como resultado, el control de la política ya no recae en el Estado, sino en las organizaciones internacionales, las fuerzas capitalistas y las grandes potencias en el exterior, y en los partidos políticos y los grupos de presión en el interior;
- El Estado, en este mundo sin fronteras, se ha convertido en una entidad demasiado pequeña (7).

El Imperio, por definición, no reconoce ninguna autoridad superior. Incluso en el ámbito religioso, se resiste al clero, como hicieron los gibelinos. De hecho, el Imperio también forma parte de lo sagrado, ¡cuando el emperador no es él mismo un dios! Se dice que Luis XIV dijo "Yo soy el Estado", mientras que un emperador declararía "Yo soy Dios". El Imperio no tolera ninguna injerencia de potencias extranjeras, ya sean temporales o espirituales, en sus asuntos internos o en su esfera de influencia (las intervenciones de Estados Unidos en Granada o Panamá son una continuación de esta lógica). Pero este rechazo a someterse a una autoridad superior o incluso igual no basta para legitimar la soberanía. De hecho, como escribió Julien Freund en su obra maestra: "lo políticamente soberano no es la autoridad que en principio no está subordinada a ninguna voluntad superior, sino la autoridad que se hace a sí misma la voluntad absoluta dominando la competencia". En todas las circunstancias, incluso en las más desesperadas, el Imperio reivindica la prepotencia.

UNIVERSALISMO Y CIVILIZACIÓN

Aspira a la hegemonía local e incluso al universalismo. Un imperio sano quiere extender constantemente su dominio y su influencia. El deseo de extenderse se manifiesta de dos maneras: o bien el imperio controla una zona geográfica vasta pero limitada, o bien aspira a la universalidad. Yo llamaría a esta última categoría "imperios mesiánicos", porque la idea de la conquista mundial es de origen cristiano.

De hecho, fue la escuela estoica la que desarrolló la idea del universalismo de Roma, pero los filósofos lo concebían como "el conjunto de la comunidad humana que participa de la Razón (oekoumene)", por oposición al mundo bárbaro. En este sentido limitado, el Imperio Romano era efectivamente universal. La idea se vio reforzada por el cristianismo. En el siglo IV, las civilizaciones romana y cristiana eran una misma cosa. Dios protegía al Imperio. Insensibles al universalismo romano, los bárbaros eran más receptivos al universalismo cristiano. En la Edad Media, la coexistencia del Imperio bizantino y de un Imperio occidental fue la negación misma del principio del universalismo romano. Es más, las posesiones de Carlomagno nunca abarcaron todas las tierras cristianas, mientras que el Sacro Imperio Romano Germánico se extendía más allá de los límites del desaparecido Imperio Romano. El universalismo cristiano, entendido como "todos los estados creyentes", no tenía unidad institucional. Y ninguno de los imperios cristianos estaba anclado en Roma. La fuerza de la idea imperial residía en el carácter sagrado que confería la institución, pero la sacralidad la otorgaba la Iglesia, mientras que anteriormente el Imperio había sido sagrado en sí mismo (8). Sin embargo, aunque (pre)tienda a la universalidad, el Imperio siempre está vinculado a un lugar. Como todo orden jurídico, está situado. El Imperio, antes de ser una idea, es un territorio. Su propensión a trazar fronteras es un signo claro y visible de ello (9).

Es más, la expansión del Imperio es correlativa a la de una civilización. No en vano, los pueblos nómadas que no eran portadores de una civilización -aunque sí albergaban una cultura- eran, sin embargo, los medios de comunicación entre civilizaciones cuyas fronteras no compartían: así, el imperio de Gengis Kan unió la Europa cristiana, Oriente, la India y China. El Imperio es más que un Estado; es un estado mental. Se concibió como un espacio de orden y razón rodeado de bárbaros. El imperium permitía la conquista, mientras que la potestas garantizaba la conservación de los territorios adquiridos. Aunque la mayoría de las veces el Imperio impuso su dominio a través del poder, sólo se perpetuó encarnando una civilización. Se construyó en torno a un mito. Al hacerlo, estableció su identidad y la de sus pueblos. Pronto nació una comunidad de cultura y de destino (10).

El Imperio, que comprendía una multiplicidad de grupos étnicos, estaba gobernado por una casta que no dependía de la población local. Su burocracia no era hereditaria. Por ello, el gobernante se rodeaba a menudo de eunucos privados de descendencia o de libertos enteramente consagrados a su señor. Incluso los imperios feudales intentaron crear una élite gobernante no hereditaria: los primeros feudos y timares turcos no formaban parte del patrimonio familiar, sino que eran concedidos por el soberano a cambio de servicios; en el Imperio carolingio, el juramento de vasallaje (un vínculo personal) reforzaba la lealtad al Estado (más abstracta) sin sustituirla (11). Esta élite gobernante sería la portadora de la civilización imperial.

Por último, cabe señalar que el sistema imperial es difícil de conciliar con la democracia, sobre todo con la democracia parlamentaria. Sin embargo, el Imperio no es necesariamente una monocracia; basta con una concentración de poder (oligarquía, aristocracia, etc.).

ESPACIO Y DURACIÓN

Las dimensiones del Imperio son difíciles de evaluar. Jean Thiriart observó que el tamaño mínimo variaba de un periodo a otro. Los países más grandes podían atravesarse en 40 a 60 días. El modo de transporte determinaba entonces el tamaño (los mensajeros del imperio Han alcanzaban las fronteras del imperio en 6 semanas, los marineros de Carlos V unas semanas para ir a las Américas). A partir de entonces, mínimo y máximo fueron imposibles de determinar: se llamó imperio a las conquistas mongolas y a las posesiones de Carlomagno. Parece, pues, que ser un Estado más grande que los demás en un momento dado y en una zona determinada basta para merecer el título de imperio.

Debido a su tamaño, el Imperio reunía a pueblos diversos, lo que animó al gobierno a respetar las particularidades regionales y la tolerancia religiosa (la persecución de los cristianos se debió a su intransigencia y arrogancia, que amenazaban el orden imperial). Pero, por un proceso natural, las culturas locales se fueron distorsionando en favor de una eminente civilización imperial. El Imperio necesitaba expandirse, pero debía mantener una cierta homogeneidad: abarcaba una multiplicidad de pueblos, pero éstos debían compartir el mayor número de valores comunes: ideológicos, religiosos, institucionales o lingüísticos...

Evidentemente, la unidad religiosa, lingüística o cultural puede compensar en cierta medida el carácter compuesto del Imperio. La cultura imperial suele pertenecer a -y ser creada por- una élite gobernante (cultura romana, confucianismo, etc.). Dentro del Imperio, existe una tensión perpetua entre los grupos étnicos y el Estado central. El Imperio sobrevive mientras mantiene su cohesión, la región mientras mantiene su identidad.

La noción de duración es aún más difícil de definir. Por un lado, se supone que un imperio es eterno; por otro, muchos imperios se han derrumbado a los pocos años de su nacimiento. Esto es especialmente cierto en el caso de los imperios construidos por grandes señores de la guerra y pueblos nómadas (Alejandro, Gengis Kan, Tamerlán, Atila, etc.). Por tanto, la duración en sí misma tiene poca importancia; es más una marca de éxito que una característica del propio Imperio. No obstante, las épocas determinan dos tipos principales de imperio: los que no han tenido tiempo de estructurarse y los otros. Algunos podrían llamarlos imperios abortados, pero su gran número e influencia en la historia significa que no podemos descartarlos.

LA MUERTE DEL IMPERIO

Según Wallerstein, la centralización es a la vez una fuerza y una debilidad, porque por un lado atrae el excedente de riqueza hacia el centro, pero por otro induce cierta rigidez, un conservadurismo que puede llegar a rechazar el cambio tecnológico. Cuando el aparato burocrático se esclerosa, absorbe una parte excesiva del dinero recaudado y el gobierno pierde el margen de maniobra que necesita para alcanzar sus objetivos políticos y estratégicos(12).

Para Gilissen, en cambio, las causas del declive del Imperio fueron más o menos las mismas que llevaron a su formación.

En primer lugar, se produjo el "retroceso de la agresividad" o, si se prefiere, del imperialismo. Una serie de derrotas militares derivadas de un relativo declive tecnológico, de disensiones internas, de desórdenes administrativos o de la incapacidad de los señores de la guerra, condujeron al Imperio hacia su fin.

Por su propia naturaleza, un Imperio maduro tiende a permanecer a la defensiva. Por ello, los conflictos internos suelen tener prioridad sobre las guerras con el exterior.

En el caso de los imperios formados por conquistas rápidas, a menudo es la megalomanía del líder la que los lleva a la ruina; cuando la ambición supera a los medios. El ejemplo de Alejandro Magno es típico. Su padre, Filipo, probablemente se habría limitado a conquistar Anatolia, Siria y quizá Egipto, pero no habría penetrado más en el corazón del Imperio aqueménida. De este modo, su imperio habría sido menos lábil; habría compensado en duración lo que perdió en espacio. Pero, de hecho, sin esta gran aventura, la cultura helenística nunca habría llegado a la cuenca del Indo.

El Imperio también sufrió a menudo guerras de sucesión. O bien el Estado se debilitaba, o bien los herederos se repartían los territorios (Carlomagno). Es más, ninguna dinastía escapó a la degeneración genética. Algunos estados practican otros métodos de sucesión, pero no siempre consiguen renovar la élite dirigente.

Los pueblos sometidos se rebelan, bien porque temen que su cultura sea erradicada en favor de la civilización imperial o de la del pueblo dominante en el Imperio, bien porque el mantenimiento del Estado central resulta demasiado oneroso en relación con los servicios que presta (mantenimiento del orden, justicia, infraestructuras, etc.). El Imperio podría percibirse como un "etnicidio". Austria-Hungría y el Imperio Otomano no lograron asimilar a las diversas nacionalidades que los componían, y cada grupo étnico exigió la creación de un Estado-nación. Los imperios coloniales se desintegraron porque la Metrópoli los explotó sin gran cosa a cambio (independencia de Estados Unidos).

Durante su fase descendente, el imperio suele volverse feudal, pero esto no siempre es un signo de decadencia; de hecho, han existido imperios feudales.

Cuando el pueblo dominante se debilita, su posición privilegiada se ve cuestionada; si se aferra a sus ventajas cuando ya no es capaz de cumplir con sus obligaciones, el imperio se desintegrará. Pero en muchos imperios, una vez alcanzado cierto grado de asimilación, el grupo étnico dominante puede ser sustituido por un grupo étnico competidor o por una casta cosmopolita enteramente entregada a la causa del Estado federal.

El desorden en la administración se cita a menudo como la causa del declive del Imperio, pero nos parece que es más bien una consecuencia de los puntos anteriores. Del mismo modo, el declive económico se explica la mayoría de las veces por el declive tecnológico, el malestar interno, la mala gestión, la falta de dinamismo y, a menudo, la bipolarización de la sociedad en una masa de siervos trabajadores y unos pocos grandes terratenientes, lo que provocó la desaparición de los hombres libres que proporcionaban contribuyentes y reclutas para el ejército.

EUROPA (13)

Europa siempre ha estado dividida lingüística y políticamente, pero comparte una herencia cultural común: las civilizaciones grecolatina y luego cristiana. El geógrafo Pieter Saey, que contribuyó a la obra colectiva sobre los grandes mitos de la historia belga editada por Anne Morelli , niega que Europa sea un continente. También niega que Europa sea un espacio cultural unificado, porque aún no se ha creado una cultura supranacional. No obstante, identifica cuatro motivos históricos que han favorecido la aparición de una conciencia supranacional: la defensa contra los turcos (una motivación que podría volver a la palestra en forma de integrismo islámico), el dominio de una potencia sobre las demás (el respeto del equilibrio europeo), el mantenimiento de la paz y la necesidad de ampliación del mercado (insuficiente en sí misma para forjar una idea europea). El autor concluye: "La definición de esto (=el espíritu europeo) ha variado según las realidades que los autores tenían delante y no tiene continuidad. Las distintas definiciones de la Europa histórica y geográfica tampoco tienen continuidad en el tiempo (14). En apoyo de su tesis, propone una serie de mapas que muestran las diferentes formas que ha adoptado Europa a lo largo de su historia. En efecto, según el periodo considerado o los autores elegidos, Europa cambia considerablemente de tamaño y de forma: a veces se reduce al mundo de la Grecia clásica, a veces se extiende al mundo cristiano o abarca la civilización celta... Con estas observaciones, el Sr. Saey espera evitar que un mito europeo sustituya al mito nacional, porque probablemente es un seguidor del universalismo. De hecho, su contribución cierra el libro editado por Anne Morelli, lo que no carece de razón (15).

Algunos no parecen querer comprender que Europa y el Imperio son conceptos dinámicos, que no tienen límites definitivamente fijos. A la mutabilidad de Europa en el espacio, se contrapone la permanencia de la idea de Imperio en el tiempo. Desde la deposición de Rómulo Augusto, Imperio y Europa ya no coinciden. Nuestro continente recuperará su poder cuando logre de nuevo un equilibrio entre su territorio y su civilización.

"El Imperio no es una democracia", se quejarán algunas almas buenas... En realidad, como señalaron los filósofos de la Ilustración y los grandes juristas del siglo XVII, la democracia sólo es adecuada para los Estados pequeños. Esto no impide que exista dentro del Imperio, a nivel local. Podemos imaginar fácilmente un Estado poderoso y aristocrático (en el sentido etimológico) en el centro, con responsabilidad sobre la política exterior, el ejército y las grandes cuestiones económicas... y, en la periferia, regiones con responsabilidad sobre la educación, la cultura y la administración local. Además, como escribió Jean Thiriart, "la libertad (real, no formal) es directamente proporcional al poder de la patria". Los ciudadanos de una nación sometida son siervos, sea cual sea la forma de gobierno; no son libres si un poder exterior les impone una forma de pensar y de actuar.

NUESTROS ENEMIGOS

Preguntémonos, al margen de cualquier consideración moral, si Europa posee los medios para la grandeza. A grandes rasgos, podemos decir que los factores determinantes son la fuerza militar, el potencial industrial o la riqueza, la población y la superficie. Vista como un todo coherente, Europa dispone de todos estos elementos. Sólo otros dos polos disfrutan de ventajas comparables: Estados Unidos y Japón (16) (y Japón carece de superficie). La CEI está fuera de la carrera desde hace mucho tiempo y China aún no ha alcanzado un grado de desarrollo suficiente, pero en el futuro tendremos que contar sin duda con estos dos actores de segunda fila.
El Imperio europeo, en el sentido lato-sensu, seguiría lógicamente los pasos del romano. Fueron varias las amenazas que animaron su formación: los bárbaros musulmanes (17), los bárbaros mercantiles y sus dos polos competidores. Sólo nombrando a sus enemigos recuperará Europa su destino.

Los musulmanes fundamentalistas aún no constituyen una amenaza militar seria, pero sí representan un factor de inquietud en la frontera sur de Europa y dentro de sus propias fronteras. Recuerde que los movimientos islamistas están financiados en parte por Estados Unidos, nuestro otro enemigo.

Por "bárbaros mercantiles" entendemos los especuladores internacionales, los que juegan a la economía de casino, contra los que Europa debe protegerse.

Japón ha aumentado su peso uniendo fuerzas con los "pequeños dragones asiáticos" dentro de ASENA. Pero el grupo carece de cohesión política. Entre los miembros de ASENA se encuentra el ex comunista Vietnam, que, asustado por el rearme chino, busca aliados. Los países miembros más pequeños han crecido más rápido que Japón, que ha perdido así su preeminencia absoluta dentro de ASENA. Es probable que Japón intente extender su influencia hacia las estepas rusas, rebosantes de materias primas. Entrará entonces en una carrera con Europa y quizás con China, cuya actitud será decisiva para el equilibrio de la región. ¿Competirá con Japón o se aliará con él?

Estados Unidos tiene características únicas: no se formó a partir de un conjunto de comunidades históricas, sino de un magma de individuos procedentes de los cuatro puntos cardinales. Su cultura es el resultado de un sincretismo de valores importados. Esta cultura se ve como un objeto comercial, un medio de asegurarse de que los demás acaben como ellos comprando sus productos. Mientras que el Imperio buscaba la distinción, Estados Unidos aspira a la asimilación. Su estrategia se funde con la de la economía global.

NUESTRO PASADO Y NUESTRO FUTURO

El Imperio es el medio para superar a la nación y a la región. Es el único mito capaz de forjar un patriotismo europeo. Pero demasiados regionalistas quieren crear miniestados-nación. Sin embargo, el siglo XXI será la era de las grandes entidades. Pero el Estado-nación desea la igualdad, la uniformidad y la centralización. Establece una ley única en todo su territorio. El Imperio, en cambio, no tenía la misma autoridad en todas sus regiones. Algunas regiones podían tener un estatus especial, temporal o permanente. Así, en el Imperio Romano, el derecho romano se superponía a las leyes locales sin eliminarlas. Por supuesto, el derecho público estaba unificado, pero en los asuntos privados, los ciudadanos recurrían al derecho romano o al derecho local, según el caso. De este modo se preservaron los usos y costumbres de los distintos grupos étnicos. La existencia de estatutos intermedios facilitó la integración de los nuevos países: algunos, que habrían rechazado una integración inmediata, aceptaban sin embargo un procedimiento más suave que permitía un periodo de adaptación. En cuanto a la resolución de los conflictos étnicos por parte del Imperio, se trata tanto de un deber como de una necesidad. En un modelo imperial, la cuestión de la intervención armada en Yugoslavia no se habría planteado. Tanto si la región estuviera en los límites del Imperio como dentro de él, sus legiones habrían marchado inmediatamente.

Asistimos a un nuevo fenómeno: un grupo de Estados-nación intenta unirse. Pero la ideología liberal aboga por una Europa minimalista, una confederación; sin embargo, el Imperio necesita un centro unificador, agregador, un núcleo masivo.

El ejemplo de Austria-Hungría nos interesa especialmente, porque se asemeja a la situación europea en varios aspectos. En primer lugar, su proceso de formación: se formó por la agregación pacífica de un grupo de principados al ser heredados por la familia Habsburgo. Pero se disolvió bajo la presión de varios grupos étnicos que, infestados por la ideología liberal, exigían la creación de Estados nacionales. Durante varias décadas, Austria-Hungría fue incluso un Estado bicéfalo. Cisleithania y Transleithania compartían un soberano común que fue entronizado dos veces. Pero las dos partes del Imperio se gobernaban según una lógica estatal que contradecía la noción de Imperio. No eran un conjunto de grupos étnicos sometidos al emperador, sino una confederación de dos estados, que a su vez no eran muy homogéneos. Uno estaba dominado por los alemanes, el otro por los húngaros, pero cada uno incluía numerosos pueblos minoritarios. Los alemanes les concedieron la autodeterminación, pero ellos mismos no tenían un Estado propio, mientras que los húngaros tenían uno que incluía a otros grupos étnicos cuyos derechos a la autonomía no estaban reconocidos. De hecho, el Imperio bien podría haber continuado después de la Primera Guerra Mundial si los Aliados no hubieran decidido lo contrario. El establecimiento de una pax austriaca habría evitado muchas guerras balcánicas. Todavía estamos pagando por los tratados de Versalles y Saint-Germain, que dividieron Europa (18).

La integración europea pasa necesariamente por la destrucción de los antiguos Estados nacionales. Dos procesos son concebibles; el primero, suave, consistiría en la devolución progresiva de sus competencias a Europa y a las regiones; el segundo, brutal, podría producirse si nuestros políticos perseveran en su ceguera: la disgregación pieza a pieza de la Comunidad, como la antigua Checoslovaquia.

¿Quién construirá esta Europa? Como ocurre tan a menudo, nuestros políticos son tan generosos en sus palabras como tacaños en sus actos. Conocemos una casta de funcionarios europeos, ¡pero la mayoría de ellos quieren un mercado único en lugar de una Europa política, una economía mundial en lugar de un imperio! Además, todavía no existe la voluntad de reconocer al enemigo.

Tampoco hay que contar con el electorado. La gente desconfía por naturaleza del cambio y de lo desconocido. Mientras conserven alguna esperanza en el sistema actual, mientras no disciernan las causas profundas de la crisis y mientras teman perder los escasos ingresos que aún les proporciona el Estado, no se rebelarán. Sin embargo, tampoco defenderán el sistema con el que están descontentos. Como, en sus mentes, la revuelta abierta está descartada, algunos expresan su desaprobación votando. Pero entre esas mismas personas, encontrará muy pocas que acepten firmar la lista de candidatos de una pequeña lista de protesta o revolucionaria. Solos en el secreto y el anonimato de la cabina electoral, se atreven a revelar sus sentimientos. Por desgracia, los resultados estadísticos nunca han cambiado el curso de la historia. Es más, lo único que la mayoría de la gente conoce hoy de Europa son las normativas restrictivas, las deslocalizaciones y fusiones de empresas y los "planes de convergencia presupuestaria" para crear la moneda única. Nada que despierte el entusiasmo de las masas.

De hecho, Europa sólo se hará realidad al borde del abismo, cuando parezca el último recurso. Será una obra de la historia, no de la razón. Pero antes de que eso ocurra, tendrá que formarse un partido, un orden europeo, porque cuando llegue el momento, los acontecimientos se sucederán tan deprisa que ningún grupo tendrá el tiempo que necesita para estructurarse. La Revolución Francesa es un buen ejemplo de la deriva hacia el caos. Un grupo pequeño, decidido y bien organizado puede lograr un gran éxito, sobre todo cuando una mayoría cada vez mayor de la población es apática. Así que acerquemos nuestras armas hasta que llegue el momento oportuno.

Frédéric KISTERS

1- TOYNBEE (Arnold), La gran aventura de la humanidad, París, 1994 (1ª ed. española 1976), 565 p.
2 - WALLERSTEIN (I.), Capitalisme et économie-monde (1460-1640), París, 1980, t. I, p. 313.
3 - JACQUES y SCHEID (John), Rome et l'intégration de l'Empire, París, 1992 (2ª ed.), p. 29-37 y bibliografía p. XXII-XXV (n°246 a 322).
4 - Este artículo debe mucho a GILISSEN (John), Les Grands Empires. La notion d'empire dans l'histoire universelle, Bruxelles, Editions de la Librairie encyclopédique, 1973, p. 759-885 (Recueil de la Société Jean Bodin pour l'histoire comparative des institutions, XXXI) que es la conclusión y síntesis de un coloquio organizado por la misma sociedad en 1971. También existen muchas similitudes entre la idea de Imperio y el concepto de Grossraum desarrollado por Carl Schmitt: FEUERBACH (Jean-Louis), "La théorie du Grossraum chez Carl Schmitt", en Complexio oppositorum. Uber Carl Schmitt, ed. Helmuth Quaritsch, Berlín, (1986), pp. 401-418. Sin embargo, aunque todo imperio tiene un Grossraum, éste no se funde con el Imperio; el Grossraum se extiende más allá de las fronteras del Imperio.
5 - Observación de Alain Besançon en una conferencia: "Le concept d'empire, dir Maurice Duverger", París, PUF, 1980, p. 482-483 (Centre d'analyse comparative des systèmes politiques).
FREUND (Julien), L'essence du politique, París, 1986 (1ª ed. 1965), p. 558 y ss.
6 - FEUERBACH (Jean-Louis), op. cit, p. 404; THIRIART (Jean), La grande nation européenne. L'Europe unitaire. Definición del comunitarismo europeo, S.L., 1964, passim.
7 - FREUND (Julien), op. cit, p. 129.
8 - FOLZ (R.), L'idée d'empire en Occident. Du Ve au XIVe siècles, París, 1953, 251 p. (Collection historique).
9 - Jean-Louis FEUERBACH escribe al respecto: "Un Grossraum debe labrarse primero un espacio unificador", op. cit. p. 406-407. Sobre la noción de frontera en la mente romana, véase WHITTAKER (C.R.), Frontiers of the Roman Empire. A Social and Economic Study, Baltimore-Londres, 1994, XVI-340 p. y Frontières d'Empire. Nature et significations des frontières romaines. Acte de la table ronde internationale de nemours, 1992, Nemours, 1993, 157 p. (Mémoires du Musée de la préhistoire d'Ile-de-France, 5).
10 - " L'Empire est (ici) à la fois une communauté de culture et une communauté de destin " THIRIART (Jean), La grande nation. L'Europe unitaire. Definición del comunitarismo nacional europeo, Bruselas, Maquiavelo, 1992 (3ª ed.), (nueva) tesis 34.
11 - WERNER (K.F.), L'Empire carolingien et le Saint Empire, en "Le concept d'Empire", dir. M. Duverger, París, 1980, p. 151-198.
12 - WALLERSTEIN, op. cit. p. 19-20.
13 - Véase también LOHAUSEN (General Jordis von), Reich Europa (El imperio europeo), publicado en Nation Europa, mayo-junio de 1981; traducción y edición francesa: SAUVEUR (Yannick), Jean Thiriart et le national-communautarisme-européen, Charleroi, Machiavel, 1984, p. 213-229.
14 - SAEY (Pieter), Les frontières, l'ancienneté et la nature de l'Europe, en Les grands mythes de l'histoire de Belgique, de Flandre et de Wallonie, ed. Anne Morelli, Bruselas, EVO, 1995, p. 293-308.
15 - Idem, p. 307-308.
16 - Ya hemos tenido ocasión de criticar la obra colectiva editada por Anne MORELLI: KISTERS (Frédéric), A propos des " grands mythes de l'histoire de Belgique " d'anne Morelli. L'histoire manipulée, en Nation Europe, n° 6, 1996, p. 23-25.
17 - KISTERS (Frédéric), "L'Europe dans le monde tripolaire", en Vouloir, n°1(AS 114/118), 1994, p. 45-53. "Bárbaros" en el sentido de extraños al Imperio y a su civilización.
18 - BEHAR (Pierre), L'Autriche-Hongrie, idée d'avenir : permanences géopolitiques de l'Europe centrale et balkanique, París, 1991, 187 p. (Le Bon Sens); FEJTÖ (François), Requiem pour un empire défunt: histoire de la destruction de l'Autriche-Hongrie, s.l., 1988, 436 p.



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