La sociedad de acceso. Cómo nos hemos convertido en rehenes de las no cosas
por Francesco Subiaco
Fuente: https://www.ariannaeditrice.it/articoli/la-societa-dell-accesso-come-siamo-diventati-ostaggio-delle-non-cose
En
la sociedad de la información perpetua, los seres humanos experimentan
el largo invierno del olvido y la pérdida. Una temporada en la que la
humanidad, abrumada por la opulencia de la informatización de la
realidad, ha caído, por un lado en el olvido producido por el exceso de
noticias y datos, y por otro en la pérdida de contacto con las cosas y
el mundo material. En este contexto, tanto la memoria como los objetos
son sustituidos cada vez más por paraísos virtuales, estímulos extremos,
experiencias digitales que ofrecen una vía de escape de una realidad
sin sentido y anestesiada, hacia reinos inmateriales. Tal pronóstico es
el centro del último y extraordinario ensayo de Byung Chul Han, Las
cosas no. Cómo dejamos de experimentar lo real (Einaudi), que tiene como
tema principal la huida de la realidad y del orden material producida
por el "undinge", o sea las experiencias y la información, que han
transformado a las sociedades occidentales de una civilización de la
posesión a una civilización del acceso, provocando una mutación
antropológica en el hombre de la aldea global más incisiva y drástica
que la producida por el consumismo y las revoluciones industriales. Las
no-cosas no son objetos materiales, medios, talismanes o chucherías que
los hombres convierten en fetiches, sino que son más bien
"infomerciales", es decir, agentes anónimos e inmateriales que procesan y
transmiten información, encierran y transmiten experiencias. Las redes
sociales, que difunden información entre usuarios anónimos cuya base no
es la posesión de un bien, sino la visibilidad que consiguen transmitir,
por ejemplo, pero también la impresora 3D o los teléfonos inteligentes,
no son cosas. Las no cosas son, por tanto, herramientas digitales que
desmaterializan el orden material y terrestre de la realidad, basado en
las cosas, en una comunicación entre perfiles inmateriales, basada en
interacciones, sustituyendo una relación sujeto-objeto por una
correlación de datos e información. Un cambio ontológico que, como
subraya Han en su ensayo, transforma el Dasein heideggeriano, el ser
concreto y terrestre, en un Inforg florido, una comunicación abstracta y
virtual, que lleva al hombre a no habitar ya su propia tierra, sino a
ser una mónada que se identifica con los datos y experiencias a los que
tiene acceso ("el orden digital desrealiza el mundo al informatizarlo").
De hecho, el filósofo surcoreano escribe en su ensayo:
"Ya
no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube. El
mundo es cada vez más esquivo, nublado y fantasmal. Ya nada es fiable y
vinculante, ya nada ofrece puntos de apoyo".
En
este escenario, el hombre ya no está oprimido por un Estado autoritario
y tiránico que le guía y moldea, sino que está fagocitado por una
sociedad totalitaria en la que el individuo se confunde en el "mar de la
fertilidad" de la información perpetua y la alienación de las cosas,
perdiendo su identidad en nombre de un paraíso inmaterial, en el que no
hay autoridad, pero en el que domina la vigilancia. El hombre sin
ataduras, sin memoria, ya no es el consumidor que se realiza en sus
compras y se reconoce en sus objetos, sino que se convierte en un agente
anónimo que ahora sólo se alimenta de estímulos, de experiencias, de
información, de "no cosas" en esencia, que le relegan a vivir una
existencia víctima de un ocio excesivo y de escapadas a mundos
inmersivos, como las redes sociales, en los que aniquilarse y buscar una
identidad efímera. Lugares inmateriales que lo alejan para siempre de
todo lo que es ordinario, familiar, terrestre, que lo vincula a la
existencia y forma raíces en ella, proyectándolo, en cambio, a una
existencia orientada exclusivamente a las representaciones artificiales y
economicistas de la realidad, transformándolo en un usuario, un
seguidor, un contacto.
Una mutación
antropológica que lleva al hombre occidental a cambiar drásticamente el
paradigma de su propia "civilidad", que ya no se basa en la relación con
el objeto, con el fetichismo de los bienes, y en esencia con la
posesión, sino que ahora se basa en el descubrimiento y el intercambio
de información, en la búsqueda de experiencias, que prefiguran una
sociedad de acceso, pasando de la economía de las cosas a la economía
del compartir, como ha señalado Jeremy Rifkin. El acceso como fundamento
de la sociedad, define una visión de la vida orientada a la
experiencialidad, que ya no tiene como centro el trabajo o la riqueza,
como medio de posesión, sino la visibilidad y el entretenimiento,
generando una sociedad que ya no es líquida, sino aeriforme y
evanescente, delineando una nueva fase de la moral moderna en la que los
vínculos, la comunidad y los valores humanistas son abolidos o
sustituidos por el marketing y la publicidad, extendiendo el dominio de
lo inmaterial, por lo que las cosas no han dejado de ser mercancías,
pero las mercancías han dejado de ser sólo cosas. El usuario de la
sociedad de las no-cosas está, por tanto, en constante búsqueda de
nuevas experiencias, de identidades radicales, que puedan compensar su
falta de arraigo. El neoconsumismo del que es víctima es, pues, una
necesidad espiritual de búsqueda del yo en la que, invirtiendo a Fromm,
se busca la primacía del ser sobre la del tener. Sin embargo, este ser
no es un ser, ya que es inmaterial y virtual, por lo que es un sucedáneo
del mismo, que se alimenta de mitos y no de mitos, de identidades
efímeras frente a identidades profundas. El hombre descrito por Byung
Chul Han es un apátrida que vive una relación irreal y ocasional con el
mundo, adormecido por las ilusiones de un consumismo que ya no es un
materialismo, si es que alguna vez lo fue, sino un espiritualismo
ersatz, un espiritualismo técnico, capaz sólo de crear emociones
acompañantes, distracciones que no educan al hombre para vivir, sino
para funcionar. Contra esta deriva, Han reclama un retorno al silencio, a
lo real, a lo numinoso, sustituyendo el diseño por el arte, el
marketing por el mito, la comunidad por la comunidad. Una vuelta a la
realidad, a las pequeñas cosas de mal gusto, a la hierofanía de un
santuario, a la ternura de una relación ordinaria, frente a los
sucedáneos extremos de una vida anestesiada y estandarizada que no salva
al hombre de su soledad, sino que lo droga contra ella, haciéndolo
completamente dependiente de sus propias ilusiones. El único antídoto
contra esta desolación existencial es volver a las relaciones reales, a
lo sagrado, "es el silencio el que salva", escribe Han en el final del
libro, pues sólo lo ordinario consigue lo que lo extraordinario promete.
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