Miseria simbólica. El filósofo Bernard Stiegler y la era hiperindustrial

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por Giovanni Sessa

https://www.centrostudilaruna.it/la-miseria-simbolica-il-filosofo-bernard-stiegler-e-lepoca-iperindustriale.html

Hace tiempo que sostenemos que sería necesario deshacerse de la nefasta idea del fin de la historia. La sociedad contemporánea no es el "mejor de los mundos posibles", es superable y enmendable. Nos ha reforzado en esta posición la lectura de un reciente volumen del filósofo francés Bernard Stiegler, La miseria simbólica. L'epoca iperindustriale, publicado por Meltemi (para pedidos: redazione@meltemieditore.it; 02/22471892, pp. 164, euro 16,00). El volumen incluye una introducción de Rossella Corda, un epílogo de Giuseppe Allegri y un ensayo del Grupo de Investigación Ippolita, que edita las obras de Stiegler en Italia.

Sepa el escritor que el pensador francés no se limita a elaborar un diagnóstico de las causas que han producido la era hiperindustrial, sino que propone una terapia para el malestar, tanto individual como comunitario, que caracteriza las relaciones humanas dentro de ella. En primer lugar, se deshace del tópico de la posmodernidad lyotardiana y baumaniana, que lleva implícita la referencia a un supuesto posindustrialismo, equívoco para la exégesis del presente. Sería apropiado utilizar la expresión edad hiperindustrial para designar nuestra época: nos permite comprender la inagilidad de la tèchne y, sobre todo, el vínculo que une la estética y la política en una sola. La nuestra es la época del pauperismo de lo simbólico. Este pauperismo no induce a la definición: "del yo y del nosotros, a partir de la pobreza de un imaginario colonizado o sobreexplotado por las tecnologías hipermediáticas [...] que vician la proliferación de un narcisismo primario fisiológico" (p.9). Consciente de la lección de Post-scriptum de Deleuze sobre las sociedades de control y, en lo que respecta a los procesos de individuación, de Simondon, Stiegler presenta un examen del pensamiento simbólico como pharmakon, veneno y antídoto a la vez: "en la estela de esa larga tradición que comienza con Platón" (p. 10), concluye Corda.

Ciertamente, ni las guerras convencionales ni los conflictos sociales han desaparecido, pero el mundo contemporáneo vive una guerra más generalizada, la que se libra en la esfera "estética", en la que está en juego la con-sistencia simbólica. Para Stiegler, el término "estética" designa el "sentimiento" en general. Lo político apunta a la construcción de un pathos común: "que integra nuestra parcialidad-singularidad recíproca [...] en vistas a un devenir-uno" (p. 11), mediante el establecimiento de relaciones de simpatía, aristotélicamente basadas en la philia. Se puede deducir que la política es un acto estético basado en la "participación e-motiva-creativa" (p. 11), dirigida a la construcción del cuerpo social. Puede inducir la realización del nosotros o abrir vías de escape disolventes. La segunda hipótesis se produce cuando los "afectos" quedan atrapados en la trampa de la explotación realizada por la Forma-Capital que, colonizando el imaginario con el marketing, dirige la dimensión deseante del hombre y mercantiliza la vida.

El capitalismo cognitivo y la sociedad de control, su correlato histórico, viven de ese abuso estético, tan sutilmente poderoso como para determinar el borrado de la vergüenza prometeica que, según Anders, habría acompañado, como rasgo "afectivo", a la era de la tecnología. Es necesario, subraya apasionadamente el pensador, escapar de las garras de la hetero-dirección socio-existencial y: "volver a poner en marcha procesos activamente deseantes" (p. 11). La guerra estética sólo puede ganarse a condición de que conozcamos los complejos sustratos de retenciones sobre los que se estructura la producción imaginal. No basta con detenerse en las retenciones primarias y secundarias analizadas por Husserl. Las primeras se constituyen sobre el presente de la percepción (la escucha de una sinfonía), las segundas sobre los procesos de imagen (el recuerdo de esa escucha), pero lo más relevante, en la fase actual, son las retenciones terciarias, producidas por la memoria externalizada que nos proporciona la tecnología. En este contexto, se trata de "objetos temporales industriales", que dan lugar a la repetición infinita de experiencias y percepciones y que influyen en la definición del yo y del nosotros: "depositándose en una especie de archivo-fondo básico, tan físico [...] como abstracto" (p. 13). De este modo, llegamos al punto de escuchar sin oír más, escuchamos mecánicamente, como magnetofones humanos.

Esta situación, y su posible inversión, se deduce, según Stiegler, de la película de Resnais, On connaît la chanson. La retención terciaria tiene aquí el rostro de la repetición del estribillo de las canciones, que se han convertido en la "memoria colectiva", no de un nosotros consolidado, sino del Sí social inauténtico, del que Heidegger ha hablado magistralmente. Al mismo tiempo, los protagonistas de esta película, pretenden transvalorar, transformar este "sufrimiento" simbólico suyo, en una acción simbólica. Esta es la posibilidad estético-política oculta en la miseria imaginal. El pensador estimula el rasgo poiético de los hombres, para que se adhieran: "a una capacidad diferente de imaginar" (p. 15), que no puede basarse en un retorno a un pasado dado, no tocado por el implante técnico, sino que, a partir de éste, debe surgir. La Gestell debe verse como un lugar de decisión: en ella se puede proceder a la destitución definitiva del yo y del nosotros (el estado actual de las cosas) o a su reconstitución, más allá de la mercantilización universal en curso (esta posición no parece distinta a la de Jünger en El trabajador).

Sólo la adhesión a una filosofía imaginal, a-lógica, como el idealismo mágico evoliano, puede permitir al poietes experimentarse perpetuamente expuesto al novum, a los ritmos de la physis y al fundamento que la constituye: la libertad. La lectura del libro nos resultó estimulante. No podemos estar de acuerdo con el autor cuando afirma que la miseria simbólica del presente tuvo una clara manifestación en el éxito electoral de los lepenistas el 21 de abril de 2002. Quizás, en ese voto, debamos leer una respuesta "visceral" a la miseria simbólica, que nos parece, por el contrario, paradigmáticamente encarnada, por la "marcha" de Macron, en la que se disolvieron las certezas "sólidas" de la gauche.

Una última consideración: resulta paradójico que el escritor, procedente de mundos intelectuales muy alejados de Stiegler, comparta algunos de sus análisis. Sobre el tema, esperamos las contribuciones de los exponentes del pensamiento de la Tradición, que con demasiada frecuencia están ocupados repitiendo viejas lecciones.

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