Debemos releer la obra de Arnold J. Toynbee




Rodolfo S. Souza

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Arnold J. Toynbee, hoy en día lamentablemente bastante olvidado, fue uno de los historiadores más importantes del siglo XX. Su obra A Study of History (publicada en 12 volúmenes entre 1934 y 1961) es uno de los tratados teóricos más importantes de la historia comparada, junto con obras como La decadencia de Occidente de Oswald Spengler. A Study of History llama la atención tanto por su enorme erudición como por la ambición epistemológica y espiritual de su visión: formular una metateoría de la historia humana que no se reduzca a ninguna ciencia en particular, ni a la mera sucesión de hechos, sino que sea a la vez filosofía, teología y diagnóstico civilizatorio.

Para Toynbee, la historia no debe narrarse a partir de Estados, imperios o individuos, sino de civilizaciones: grandes totalidades culturales, espirituales y sociales. Identificó unas 21 civilizaciones, desde las sumerias y helénicas hasta la occidental moderna, y trató de comprender cómo surgen, florecen y decaen. La originalidad aquí radica en que no veía las civilizaciones como entidades determinadas racial o geográficamente, sino como organismos espirituales, moldeados por respuestas creativas a los desafíos de la existencia. Cada civilización nace de un desafío ambiental, social o espiritual (hambre, invasiones, desorden moral, pérdida de sentido) y solo sobrevive si una élite creativa (una minoría inspirada) responde adecuadamente a ese desafío, generando nuevas instituciones, valores y formas de vida.

Cuando esta élite pierde su vigor, se convierte en una minoría dominante (en lugar de creativa), y entonces la civilización entra en declive, sustituida por la pasividad y la revuelta de las masas. A diferencia del biologismo de Oswald Spengler, Toynbee rechaza el determinismo. Ninguna civilización está condenada a morir: su muerte se produce cuando pierde el contacto con su impulso espiritual original, es decir, cuando sus instituciones dejan de servir a la vocación creativa y religiosa que las fundó. Así, el declive es moral y espiritual, no solo material o político.

Toynbee también reintroduce el elemento religioso en la filosofía de la historia, en un siglo dominado por el materialismo histórico y la sociología secularizada. Creía que el sentido de la historia está en una aproximación gradual a lo divino, y que las religiones universales (especialmente el cristianismo, el budismo y el hinduismo en sus dimensiones místicas) representan intentos de trascender el ciclo de ascenso y caída de las civilizaciones. En sus últimos volúmenes, Toynbee llega a hablar de una historia cuyo punto culminante no es político, sino espiritual: la búsqueda humana de la unión con el Absoluto. Este giro místico sitúa su pensamiento fuera del positivismo, el liberalismo y el marxismo.


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