Francia: la socialdemocracia zombie.
Nicolas Maxime
En los últimos días, el PS, el PCF y EELV no han dejado de multiplicar los guiños y las negociaciones con Emmanuel Macron para formar un hipotético gobierno de centroizquierda. Algunos, como el diputado Philippe Brun, han llegado incluso a querer resucitar el hollandismo considerando que Bernard Cazeneuve sería una muy buena opción para Matignon. Este reflejo revela menos una estrategia política que una supervivencia artificial de un cuerpo político ya muerto, la de una "socialdemocracia zombi".
Como ha demostrado Emmanuel Todd con el catolicismo zombi, que sigue impregnando los comportamientos a pesar de la desaparición de la fe, estos partidos perpetúan los dogmas de un mundo desaparecido:
– la creencia de que un mercado libre pero regulado podría garantizar la justicia social;
– la ilusión de que una redistribución de los ricos hacia los pobres bastaría para corregir las desigualdades estructurales creadas por el capital;
– la fe en un Estado árbitro, neutral y benevolente, capaz de conciliar los intereses del capital y las exigencias sociales;
– la idea de que una Europa social podría surgir de instituciones diseñadas precisamente para blindar la competencia y la libre circulación de capitales;
– y, más ampliamente, la esperanza de un capitalismo moral, suavizado por algunas correcciones ecológicas o redistributivas.
Sin embargo, esta visión pertenece a otra época, ya que el compromiso fordo-keynesiano ya no existe. A diferencia de sus predecesores, estos partidos están hoy en día ampliamente desacreditados entre los franceses. Así, juntos apenas representan el 10% de los votos. Su discurso no llega ni a los obreros, ni a los empleados, ni a las clases medias precarizadas. Encarnan esa «izquierda brahmánica» descrita por Thomas Piketty: la de las profesiones intelectuales superiores, urbanas, tituladas, desvinculadas de la realidad del trabajo y de la Francia periférica y rural.
Esta socialdemocracia zombi sigue recitando las oraciones de un capitalismo con rostro humano, sin ver que el sistema cuya redención esperan está en fase terminal. Esta izquierda aún cree en las políticas de regulación cuando todo demuestra que la financiarización, la desindustrialización y la crisis ecológica han hecho estos compromisos imposibles. Esta izquierda habla de igualdad, pero dentro de un sistema económico que hace estructuralmente irrealizable cualquier política de redistribución.
Así, la izquierda tradicional no muere a manos de sus adversarios, sino por su incapacidad para romper con el imaginario burgués del progreso indefinido y el compromiso social.
Porque la verdadera alternativa ya no se juega entre la derecha y la izquierda del Capital, sino entre la perpetuación de un capitalismo autoritario y la construcción de un ecosocialismo democrático, basado en la soberanía popular, la socialización de los medios de producción y la planificación ecológica.
La socialdemocracia, en su forma zombi, vive por ahora sus últimos instantes.
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