El plan secreto de la historia: El viaje filosófico de Nick Land del aceleracionismo a la escatología
Markku Siira
Caracterizar a Nick Land únicamente como profeta de la distopía tecnocapitalista puede resultar hoy una descripción insuficiente. Su reciente conversación con el politólogo ruso Aleksandr Duguin revela que el filósofo británico afincado en Shanghái sitúa la crisis y la aceleración de la modernidad en un contexto histórico, teológico y geopolítico mucho más matizado. Land no rechaza sus intuiciones anteriores, sino que las perfecciona, ofreciendo un análisis que separa dos formas esenciales de la modernidad.
Land mantiene la distinción entre ‘paleoliberalismo’ y el actual ‘liberalismo globalista’. El primero representa para él el núcleo de la tradición anglosajona, especialmente la anglo-escocesa, caracterizada por sistemas descentralizados, la ‘cima vacía’ (empty summit) y las ‘manos invisibles’ (invisible hands), en plural, algo que Land remarca conscientemente. En este modelo paleoliberal, la moral pública suprema de la sociedad no se codifica en la autoridad, sino que se delega a procesos espontáneos.
Según Land, la cultura china exhibe características similares: “En la tradición taoísta-legalista existe una fuerte tradición de pensamiento según la cual el mejor emperador es invisible para la sociedad” y “las montañas son altas y el emperador está lejos”, conceptos que él considera análogos al de la ‘cima vacía’.
Land recurre a Adam Smith y Bernard Mandeville para argumentar que esto se basa en una intuición profunda, según la cual la acción egoísta del individuo puede conducir al bien común a través de la mano invisible. Considera esta forma de liberalismo como sana y sostenible históricamente, siempre que esté ligada a un determinado contexto étnico y cultural. Por tanto, el problema no es el liberalismo en sí, sino su desvinculación de su contexto original y la imposición como ideología global y universal, que desde la perspectiva de Land se ha convertido en el mayor problema del mundo, un “monstruo moralizador”.
De esta distinción surge el interés de Land por ciertas tecnologías actuales. Él ve en Internet, las criptomonedas y la inteligencia artificial descentralizada una manifestación moderna de los principios paleoliberales. Estas tecnologías se basan en una lógica descentralizada, no centralizada, que se opone a la ‘sobrecodificación’ desde arriba. En este sentido, su aceleracionismo sigue vigente: los sistemas descentralizados generan verdadera aceleración.
Según Land, los objetos de pasión de los actuales aceleracionistas son en esencia los mismos: “la inteligencia artificial acelera, la tecnología blockchain acelera”. Para él, estos fenómenos representan el verdadero liberalismo: “Estas tecnologías requieren una mentalidad liberal, basada en la descentralización y el concepto de cima vacía. Internet mismo nació de este principio: sus diseñadores reconocieron que en caso de intercambio nuclear todos los centros de mando centrales serían destruidos”.
En el diálogo con Duguin, el marco filosófico de Land se profundiza aún más. Él enfatiza que tanto la tradición bíblica como la filosofía crítica de Kant a Heidegger rechazan una simple concepción progresiva del tiempo. Según Land, comprender en profundidad el tiempo y la historia requiere abandonar la idea convencional de que el ser humano influye de modo causal desde el presente hacia el futuro.
De esto se deriva la tesis central de Land: “la estructura histórica organiza las decisiones que tomamos”. Esta visión revela su actitud posthumanista fundamental, en la que la agencia humana es reemplazada por procesos históricos más amplios y, posiblemente, divinos. Sin embargo, Land no adopta la idea de Duguin de “detener este proceso”, sino que sostiene que estos procesos no están bajo el control de la voluntad humana.
Su enfoque es más bien “confiar en el plan”; parece creer que los fenómenos aparentemente caóticos e impíos del presente, como la aceleración tecnológica, pueden formar parte de un plan providencial más amplio, aunque incomprensible para el ser humano.
Land lo explica refiriéndose al Fausto de Goethe: “La afirmación de Mefistófeles y el concepto de la mano invisible de Adam Smith son casi idénticos. Ambos sostienen que el bien común no surge de una intención individual deliberada, sino que se realiza a través de una fuerza superior”.
Desde esta perspectiva, el pensamiento del filósofo británico, anteriormente tildado de ‘satanista’, es más bien un intento de decir ‘sí’ al profundo proceso histórico, y no tanto una rebelión contra él.
Finalmente, Land, en su pensamiento ya maduro, ve como un desarrollo positivo que el debate social vuelva a emplear un lenguaje teológico y metafísico. Las acusaciones de satanismo no le molestan, ya que muestran que se ha alcanzado el supuesto final de la superficial era moderna secular.
Land afirma: “La gente en realidad tiene que reflexionar sobre las cosas mucho más profundamente de lo que parecía a primera vista. Creo que vale la pena pagar el precio y soportar flechas y golpes, si eso es señal de que toda la cultura está pasando a un estado más profundo de reflexión sobre asuntos serios”.
Según él, este proceso de profundización se manifiesta en el hecho de que la gente vuelve a debatir sobre ángeles, demonios y fuerzas históricas, lo que para Land constituye una bienvenida alternativa al “ateísmo autosuficiente”.
La visión filosófica de Land alcanza una expresión especialmente poética en su interpretación de la cruz de San Jorge de la bandera inglesa. Señala que “las noticias de Gran Bretaña —de Inglaterra— ahora muestran a personas ondeando la bandera de San Jorge”, y lo vincula con la investigación de la historiadora Frances Yates.
Según Land, “lo más fascinante es que esta [bandera] representa la tradición hermética rosacruz, que pasó del Renacimiento italiano a la Inglaterra isabelina —las cruces de Jorge, la Rosa Cruz”. Esta simbología le revela la profundidad secreta de la historia: “Aunque la gente no siempre conozca el significado más profundo de sus actos, la bandera que izan representa esa tradición oculta que opera bajo nuestro mundo moderno”.
Esta observación resume el núcleo de su enfoque: “La historia es mucho más profunda de lo que la gente imagina”. En el viaje filosófico de Land, de la distopía tecnocapitalista al umbral de la escatología, la crisis de la modernidad se revela como un fenómeno superficial, bajo el que laten fuerzas y tradiciones metafísicas ancestrales —fuerzas que siguen actuando hoy, sean o no las personas conscientes de ello.
El viaje filosófico de Land, por tanto, no ha abandonado el aceleracionismo, sino que lo ha entretejido en una red cada vez más compleja de fuerzas históricas que trascienden la evaluación moral tradicional y nos obligan a enfrentar las dimensiones metafísicas más profundas de la realidad.
Commentaires
Enregistrer un commentaire