¿Qué se esconde tras el giro «antisionista» de una parte de la derecha estadounidense?
Thomas Boussion
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En los últimos dos años se ha producido un cambio espectacular en la opinión pública mundial contra Israel, acelerado en los últimos meses por la gran visibilidad de la limpieza étnica llevada a cabo por el Estado judío en Gaza. En todas partes, los comentaristas políticos se ven obligados a reconocer la realidad del problema israelí y a rebelarse contra la inmoralidad de lo que el mundo entero está viendo en Palestina. En Estados Unidos se observa incluso la aparición de cierta virulencia antisionista entre figuras mediáticas habitualmente etiquetadas como «de derecha», entre las que destacan Candace Owens o Tucker Carlson, que se suman así a análisis más habituales entre las filas progresistas. Sin embargo, esta aparente convergencia en torno a la oposición a Israel puede ocultar un giro estratégico más profundo, muy alejado de los intereses reales del pueblo estadounidense.
Política exterior: dos corrientes en la «derecha» estadounidense
Desde 2001, la política exterior de Estados Unidos está dominada en general por el neoconservadurismo, encarnado unas veces por los republicanos y otras por los demócratas. Independientemente de las declaraciones superficiales de unos y otros para diferenciarse ante su electorado, las campañas llevadas a cabo por los equipos de Bush/Cheney u Obama/Biden/Clinton parecen haber seguido una doble línea directriz común: desestabilizar a los países hostiles a Israel, por un lado, y contener a Rusia, por otro.
En Irak, Libia, Siria e Irán, mano a mano con el complejo militar-industrial, los neoconservadores llevan décadas presionando para que se lleven a cabo intervenciones militares directas o se preste apoyo a facciones terroristas capaces de desestabilizar los países que representan una amenaza para Israel. Al mismo tiempo, , estos mismos halcones defienden desde 2004 la agresión a Rusia a través de Ucrania, con el claro objetivo de impedir el resurgimiento de la potencia rusa, ya sea mediante el agotamiento de sus fuerzas armadas o mediante la hábil división que Estados Unidos está creando entre Europa (en particular Alemania) y Rusia. Entre los republicanos, figuras como Ted Cruz o Lindsey Graham defienden regularmente esta estrategia en dos frentes.
A la vista de los recientes acontecimientos en relación con Irán, podría pensarse que Trump se inscribe en esta línea. Pero más allá del impacto militar —real o supuesto— de los ataques contra las infraestructuras nucleares iraníes, también hay que cuestionar su impacto en la propia política exterior estadounidense. Este acto, hostil en apariencia, ¿tiene como consecuencia comprometer o desvincular a Estados Unidos de su apoyo a Israel? Ya haya sido calculado o no por Trump y su administración, una de las funciones objetivas de este bombardeo ha sido satisfacer al lobby israelí a corto plazo y podría ser, en un futuro próximo, permitir a Estados Unidos aligerar su apoyo a Israel. No en el sentido de que reducirían su ayuda financiera y su apoyo diplomático, sino en el sentido de que se permitirían transferir parte de sus fuerzas armadas a otros teatros de operaciones.
Errática, contradictoria y cada vez más grotesca en su forma, la política exterior de Trump puede parecer difícil de analizar. Para intentar comprender su trayectoria global, a veces es más interesante centrarse en su administración y en sus apoyos duraderos, más constantes en sus acciones y declaraciones. Independientemente de las declaraciones del presidente estadounidense, actualmente se está formando en Estados Unidos una segunda esfera ideológica «de derecha», compuesta por numerosos partidarios de Trump —pero no solo ellos— y cuya línea directriz está dirigida esencialmente contra China. Esta rama compite en parte con el neoconservadurismo, ya que no sitúa el cursor en el mismo lugar: para ella, la máxima prioridad no es la defensa de Israel y el debilitamiento de Rusia, sino la contención del poder chino.
Los requisitos previos del giro hacia China
Impulsada en parte por Trump, J.D. Vance, Peter Thiel o Tucker Carlson, la facción violentamente antichina del movimiento conservador aboga por la reorientación de los recursos militares, económicos y culturales estadounidenses hacia la lucha contra China, identificada como la nueva amenaza existencial para Estados Unidos.
En el plano militar, esta estrategia requiere una doble retirada:
- una primera línea clara: retirar el apoyo de Estados Unidos a Ucrania y, en términos más generales, dejar que sea Europa, a través de la OTAN, la que asuma la carga de contener el poder ruso;
- una segunda línea más discreta: retirar parte de los recursos militares estadounidenses de Oriente Medio.
Sin esta doble retirada, Estados Unidos no dispone de recursos suficientes para construir una amenaza militar creíble contra China (cada vez es más evidente que la retirada no cambiaría nada, algo de lo que pocos estadounidenses parecen ser conscientes). Además, desde la perspectiva estadounidense, la amenaza militar parece constituir un requisito previo indispensable para las negociaciones comerciales, lo que hace que este doble movimiento sea aún más necesario para la lucha económica contra China.
El problema es que ninguna de estas dos retiradas puede llevarse a cabo fácilmente.
Si desean retirar sus fuerzas de Europa, Estados Unidos no aceptará que esta sea dominada política, económica y militarmente —e incluso culturalmente— por Rusia, lo que, sin embargo, podría ocurrir cuando las fuerzas rusas hayan triunfado en Ucrania.
Ya sean neoconservadores o más antichinos, los actores políticos estadounidenses son conscientes de que una Europa aliada con Rusia sería una catástrofe para el poder talasocrático anglosajón. Por lo tanto, uno de los objetivos de esta facción del poder estadounidense parece ser negociar el rearme de Europa, con el fin de poder entregarle las llaves de la contención de Rusia. Pero es difícil imaginar cómo podría concretarse esta operación en una Europa arruinada y desindustrializada, incapaz además de frenar la fuga de cerebros hacia Oriente...
Paralelamente, cualquier retirada, aunque sea parcial, de las fuerzas estadounidenses de Oriente Medio deberá negociarse con el lobby israelí. Desde hace décadas, el Estado judío basa su estrategia de destrucción de los países hostiles que lo rodean en la certeza del apoyo incondicional de Estados Unidos. Su lobby goza de un poder evidente en el Congreso y en otras esferas del poder en Washington, y en este contexto, cualquier decisión brusca y mal calculada por parte de Estados Unidos puede acarrear enormes problemas políticos para la administración actual de la Casa Blanca.
Aquí es donde entra en juego el cambio de opinión de la opinión pública estadounidense sobre la cuestión israelí.
Cómo Israel acelera el giro estadounidense hacia China
El hartazgo por la masacre de civiles palestinos ha ganado adeptos entre muchos comentaristas del ámbito «MAGA», a pesar de los desesperados intentos del lobby por asociar esta postura con el izquierdismo o el terrorismo. Tucker Carlson y Candace Owens, en particular, llevan varios meses sensibilizando a una amplia audiencia sobre la inmoralidad del poder israelí. Al hacerlo, este notable avance de un cierto antisionismo (al menos en la superficie) echa más leña al fuego de la retirada estadounidense de Oriente Medio. Carlson y Owens plantean regularmente la siguiente pregunta retórica: «¿En qué beneficia el apoyo a Israel a los intereses del pueblo estadounidense?». Por supuesto, no les beneficia en absoluto, y cada uno de sus programas aumenta el porcentaje de conservadores estadounidenses que lo cuestionan.
Evidentemente, este reposicionamiento se ve facilitado por el hecho de que el lobby israelí se ve desbordado por todas partes por la hostilidad hacia él y que, en los últimos tiempos, se ha vuelto mucho más fácil manifestar hostilidad hacia Israel que hace tan solo dos años. Owens y Carlson fueron despedidos por sus respectivos empleadores por incompatibilidad ideológica, pero a pesar de sus recientes posiciones abiertamente hostiles hacia el lobby israelí, ninguno de los dos sufre persecuciones que puedan perjudicar realmente sus carreras, que por otra parte son prósperas desde su despido, y bien por ellos.
Esta reciente evolución de algunos conservadores trumpistas los sitúa, en cualquier caso, en convergencia con comentaristas más progresistas, como Glenn Greenwald o Jeffrey Sachs, pero también con conservadores más «de la vieja escuela», como Douglas Macgregor o John Mearsheimer.
Este último, mundialmente conocido por su libro El lobby proisraelí y la política exterior estadounidense, es además un caso interesante que encarna bien la voluntad de una parte de los comentaristas estadounidenses de impulsar tanto una retirada de Oriente Medio como un reposicionamiento de las fuerzas en torno a China. A este respecto, cabe leer el artículo particularmente esclarecedor de Arnaud Bertrand sobre la postura antichina, un tanto paradójica, de Mearsheimer: «Why Mearsheimer is wrong on China» (Por qué Mearsheimer se equivoca con China).
Los recientes actos de Israel, que chocan más que nunca con la moral de los pueblos de todo el mundo, han facilitado el fortalecimiento de esta línea particular dentro de las fuerzas políticas estadounidenses. En cuanto a Ucrania, la derrota de Occidente ha hecho materialmente imposible la continuación de la guerra neoconservadora contra Rusia basándose únicamente en los recursos estadounidenses, lo que hace urgente su retirada. El giro hacia China parece, por tanto, más vigente que nunca en Estados Unidos. Pero, ¿qué impacto tendrá en la propia América?
La psique estadounidense ante la degradación
En el plano cultural, el caso TikTok/RedNote a principios de año marcó la pauta. Aturdidos, los estadounidenses descubrieron que la calidad de vida de los chinos, en muchos aspectos, supera ahora a la suya. El soft power de Estados Unidos no cambiará nada en esta situación en los próximos años, por al menos tres razones:
- la maquinaria de Hollywood está completamente atascada, como superada por la rápida evolución del mundo, incapaz de renovarse y cada vez más estéril en su difusión de la visión estadounidense del mundo;
- por otra parte, las poblaciones se comunican ahora directamente entre sí a través de las redes sociales, anulando los esfuerzos muy «del siglo XX» de algunos actores estatales o privados por imponerles mediadores;
- pero, sobre todo, debido a decisiones estratégicas a largo plazo y a factores estructurales con una fuerte inercia, las condiciones de vida en China no harán más que mejorar en los próximos años, mientras que las de los estadounidenses —y los europeos— se deteriorarán inevitablemente.
En el plano económico, las enormes inversiones de China en infraestructuras y sectores punteros, sus alianzas económicas internacionales y su política de apaciguamiento de las tensiones para favorecer el comercio están dando sus frutos, y todo apunta a que, en un futuro muy próximo, su dominio ya consolidado sobre Occidente en este ámbito no hará más que aumentar.
En el plano militar, China ha invertido masivamente, especialmente en sus fuerzas marítimas y aéreas, y aumenta cada día un poco más su capacidad para resistir una posible agresión occidental. Su alianza con Rusia y la experiencia adquirida por esta última en Ucrania hacen más que improbable la perspectiva de una victoria militar del autoproclamado «mundo libre» en Asia.
Por lo tanto, la tendencia es hacia un aumento del dominio chino sobre Estados Unidos, y el anunciado giro del poder estadounidense hacia China, teniendo en cuenta sus objetivos de contención, parece llegar al menos diez años tarde. La consecuencia es muy previsible: Estados Unidos se estrellará estrepitosamente contra el muro chino.
A pesar de esta evidencia, la reorientación de la política exterior estadounidense está en marcha, casi inevitable debido a la derrota en Ucrania y la hostilidad mundial hacia Israel. La línea antichina, a pesar de su absurdo, parece destinada a imponerse en Estados Unidos. A menos que se produzca un cambio político importante, probablemente no hará más que cobrar impulso en los próximos años, posiblemente reforzada por el tardío apoyo de los neoconservadores y sus intereses militar-industriales.
El muro de la realidad, por su parte, no se moverá. ¿Cuál será la reacción de la población estadounidense cuando se dé cuenta de que su país es ahora, como el resto de Occidente, una potencia de segunda clase, arruinada, incapaz de dominar por la fuerza o de convencer con ideas, que solo ofrece a sus súbditos un modo de vida degradado, hecho de violencia, fealdad e idiocracia cotidianas? La visión del mundo de muchos estadounidenses se ha construido en torno a la certeza de presidir el «mundo libre», de ser ciudadanos del «mejor país del mundo» y de representar un ideal de libertad a los ojos del mundo entero. ¿Cómo vivirá la psique estadounidense este momento particularmente desestabilizador en el que tendrá que redefinirse radicalmente para adaptarse a la realidad?
Un antisionismo un tanto superficial
El análisis del desvío estadounidense de Oriente Medio en favor de la lucha contra China es precisamente el que propone el joven conservador estadounidense Nick Fuentes en su último programa America First:
Tucker y Vance quieren que termine la guerra de Ucrania para poder reconstruir esa línea, para poder empoderar a Europa para que contrarreste a Rusia y vigile su propia región, de la misma manera que quieren que Israel vigile a Irán, para que podamos abandonar Europa e ir al Pacífico. […] Son «priorizadores», quieren dar prioridad a nuestra lucha con China, cediendo nuestras responsabilidades en materia de seguridad a una OTAN empoderada y a una alianza Abraham que incluye a Israel en Oriente Medio.
Fuentes reaccionaba con estas palabras a laentrevista de Candance Owens por Tucker Carlson y a su ataque concertado contra su persona. Su pequeño conflicto interno no es tan insignificante como parece, ya que pone de relieve una importante divergencia en torno a la cuestión israelí dentro de la derecha conservadora.
Si Owens se muestra especialmente virulenta hacia Israel desde su despido del medio sionista The Daily Wire en marzo de 2024, Carlson, por su parte, se sumó un poco más tarde y sigue andando con pies de plomo. El antiguo presentador de Fox News no pierde ocasión de recordar que sus críticas a Israel solo se dirigen al actual poder israelí, es decir, al Gobierno de Netanyahu, y no al Estado judío en sí, cuya legitimidad nunca cuestiona e incluso se proclama ferviente defensor.
Su principal crítica consiste en cuestionar el control del lobby israelí sobre la política exterior estadounidense. Fuentes, por su parte, lleva el análisis mucho más allá al señalar la relación entre la visión talmúdica del mundo y las acciones del Estado de Israel, subrayando así la profunda responsabilidad del judaísmo en las atrocidades cometidas contra los palestinos.
Para respaldar este análisis, Fuentes recomienda la lectura de Israel Shahak, cuya obra Histoire juive, religion juive : le poids de trois millénaires (Historia judía, religión judía: el peso de tres milenios) puede adquirirse en la página web de la editorial KontreKulture. Esta relación histórica, ideológica y muy profunda entre el judaísmo talmúdico y la visión del mundo israelí es, por otra parte, el punto que la propia Candace Owens se cuida de no sobrepasar por el momento, prefiriendo atribuir la responsabilidad de la psicopatía sionista a una secta «frankista» anidada como un parásito en el seno del judaísmo.
Al final, parece que las críticas que lanzan contra Israel una parte de la derecha estadounidense obedecen probablemente tanto al oportunismo y a la necesidad impuesta por el espíritu de la época como a un cambio de convicciones. Pero poco importa, se podría decir: siempre es mejor que nada, y este cambio puede contribuir a alejar la perspectiva de una guerra desastrosa de Estados Unidos contra Irán en interés de Israel. Esperemos que no los acerque, sin embargo, a una nueva guerra de agresión al otro lado del globo.
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