Al borde de la catástrofe: Europa sin hegemonía, entre fragilidad e ilusiones

por Enrico Cipriani
Europa está viviendo una fase histórica de extrema fragilidad, marcada por el declive económico, las fracturas políticas y un creciente aislamiento estratégico. Sin embargo, su clase dirigente parece ignorar la realidad: en vez de buscar una política de distensión, insiste en una línea de provocación y desafío que corre el riesgo de conducir al desastre. Basta un incidente militar, un error de cálculo, para que todo el continente se vea arrastrado a un conflicto generalizado con el eje asiático, un bloque que agrupa a más de tres mil millones de personas, una capacidad productiva industrial sin parangón y una economía en ascenso. Europa, en cambio, parece cansada y en declive demográfico, y ni siquiera puede contar ya con la protección automática de Estados Unidos, como ocurría durante la Guerra Fría.
El punto central es precisamente este: Washington ya no tiene el mismo interés en defender Europa. Los documentos oficiales de la National Security Strategy y de la National Defense Strategy muestran claramente que las prioridades estadounidenses se han desplazado hacia el Indo-Pacífico, con China como principal adversario estratégico. El propio European Council on Foreign Relations ha subrayado en un informe significativo, titulado Defending Europe with Less America, que Estados Unidos está reduciendo progresivamente su compromiso directo en el continente europeo, dando a entender que serán los propios países europeos quienes deberán asumir una mayor cuota de responsabilidad militar. Es un cambio de paradigma que muchos líderes, como el británico Keir Starmer, fingen no ver, prefiriendo pensar que elevar el tono y mostrarse “duros” les garantizará automáticamente la ayuda estadounidense cuando llegue el momento. Pero eso es una ilusión. Estados Unidos interviene solo cuando ve un interés concreto, y hoy Europa es cada vez menos central en sus cálculos estratégicos.
A reforzar esta marginalidad contribuyen los datos económicos y tecnológicos. En 2022, China registró unas 40.000 patentes en inteligencia artificial, mientras que Estados Unidos obtuvo unas 9.000. Europa, en el mismo período, permaneció sustancialmente al margen, incapaz de generar innovaciones a escala comparable. En 2024, los institutos estadounidenses produjeron 40 modelos “notables” de inteligencia artificial, China 15 y Europa solo 3 (hai.stanford.edu, 2025). Según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, China posee ya aproximadamente el 70% de las solicitudes globales de patentes en IA, Estados Unidos alrededor del 14 % y Europa se queda en torno al 13 %. Un informe elaborado por Sciences Po en 2024, European Sovereignty in Artificial Intelligence, estimó que la Unión Europea produce solo una quinta parte de las patentes per cápita respecto a Estados Unidos y apenas una duodécima parte respecto a China. Estas cifras no son solo estadísticas técnicas: muestran claramente que el futuro tecnológico ya está decidido y que Europa no está entre los protagonistas.
A esto se suma un dato aún más preocupante: la eficiencia de la investigación europea está por debajo de la media mundial en las áreas tecnológicas que evolucionan rápidamente. Un estudio de Alonso Rodriguez-Navarro y Brito (“Technological research in the EU is less efficient than the world average”, arXiv, 2018) demostró que la producción científica europea, en sectores como la inteligencia artificial y las ciencias aplicadas, es menos capaz de generar innovación industrial que la de Estados Unidos y China. De ello deriva una brecha que no podrá ser cerrada simplemente aumentando las inversiones, pues afecta estructuralmente a la capacidad de transformar la investigación en aplicaciones tecnológicas disruptivas.
Las limitaciones de Europa también se evidencian en las políticas económicas. Según un análisis de Deutsche Bank de 2025, de 383 recomendaciones para aumentar la innovación, solo el 11-12 % se ha implementado por completo y menos de un tercio parcialmente. Mientras Europa debate estrategias, China y Estados Unidos ejecutan programas concretos de apoyo a la industria y la investigación. No sorprende, pues, que en el Global Innovation Index de 2025 China haya entrado en el top 10 de las naciones más innovadoras, desplazando a Alemania (Reuters, 16 de septiembre de 2025).
Todo esto demuestra que Europa ya no es hegemónica. No lo es industrialmente, ni económicamente, ni tecnológicamente, ni políticamente. No posee la supremacía militar ni la capacidad diplomática que en el pasado le permitían pesar más allá de su tamaño. Ha perdido capital humano cualificado, no consigue retener a sus mejores investigadores e ingenieros, y está dividida en casi todas las grandes cuestiones políticas, desde la energía hasta la inmigración. Pensar en volver a una condición de centralidad geopolítica es ilusorio: la brecha que la separa de Estados Unidos y China es ya insalvable.
Ante este escenario, la elección que se impone no es la de la firmeza retórica o la provocación. Es más bien la necesidad de un realismo político que reconozca los límites de Europa y su nueva posición en el mundo. Europa debe entender que ya es la tercera fuerza respecto a las grandes potencias globales y que no podrá recuperar la hegemonía perdida. La tarea no es soñar con recuperar el terreno perdido, sino salvar lo que se pueda: proteger sus infraestructuras críticas, defender su capital humano, reforzar lo que queda de su tejido industrial y, ante las crisis internacionales, elegir el camino menos doloroso. Ilusionarse con lo contrario significa sobrestimar la propia fuerza y caminar hacia la catástrofe.
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