¿Qué es la teoría de la infiltración cognitiva?



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¿La ofensiva contra el libro «Les Gueux» de Alexandre Jardin responde a una doctrina de contrainfluencia inventada por un asesor de Obama?

La teoría de la infiltración cognitiva (a la que aludo en mi artículo dedicado a Alexandre Jardin: https://ericverhaeghe.substack.com/p/alexandre-jardin-donne-t-il-une-lecon) fue formalizada por Cass Sunstein, antiguo profesor de Derecho en Harvard y nombrado por el presidente Obama, y Adrian Vermeule. Su artículo científico de 2008, titulado «Conspiracy Theories: Causes and Cures», sentó las bases de este concepto. El nombramiento de Sunstein en 2009 como director de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios de la Casa Blanca suscitó interrogantes sobre la posible influencia de estas ideas teóricas en la política gubernamental.

En el centro de esta teoría se encuentra la propuesta de una táctica específica destinada a debilitar el «núcleo duro de los extremistas que alimentan las teorías conspirativas». Este enfoque se denomina explícitamente «infiltración cognitiva de grupos extremistas» y debe ser aplicado por «agentes gubernamentales o sus aliados». Se supone que estos agentes operan en diversos contextos, ya sean «virtuales o en el espacio real, y de forma abierta o anónima». Su objetivo principal es «socavar la epistemología mutilada» de las personas que adhieren a estas teorías «implantando dudas» diseñadas para «circular» dentro de estos grupos, introduciendo así una «diversidad cognitiva beneficiosa».

La calificación de esta «diversidad cognitiva» como «beneficiosa» por parte de los promotores de la teoría presenta una contradicción fundamental. El concepto de diversidad cognitiva suele evocar un intercambio abierto de ideas y la confrontación de perspectivas diversas para llegar a una mejor comprensión. Sin embargo, el método propuesto para lograr esta diversidad —mediante la infiltración secreta y la siembra de dudas por parte de agentes estatales— se aleja radicalmente de este ideal. Este proceso es intrínsecamente manipulador y tiene por objeto perturbar, en lugar de enriquecer, un verdadero intercambio intelectual. El Estado se arroga el derecho de definir unilateralmente qué constituye un pensamiento «beneficioso» y cómo obtenerlo, eludiendo así el debate democrático. Este enfoque sugiere una visión paternalista y potencialmente autoritaria del discurso público, en la que el Gobierno se reserva el derecho de intervenir en secreto para moldear las creencias de los ciudadanos, socavando así los principios de transparencia y libertad de pensamiento esenciales para una democracia sana.

Cuando el Estado se defiende de las amenazas

La teoría de la infiltración cognitiva se basa en la preocupación por la proliferación de «teorías conspirativas» antigubernamentales, que sus defensores califican de «perjudiciales» y «manifiestamente falsas». Las teorías conspirativas se definen generalmente como explicaciones de acontecimientos nefastos o trágicos que los atribuyen a conspiraciones secretas orquestadas por grupos poderosos y malintencionados, a menudo rechazando o reinterpretando las versiones oficiales. Se caracterizan por su coherencia interna y su notable resistencia a la refutación, interpretando con frecuencia las pruebas contrarias o la ausencia de pruebas como confirmaciones adicionales de la existencia de la conspiración. La prevalencia de estas teorías tiende a aumentar durante períodos de ansiedad, incertidumbre o dificultades generalizadas en la sociedad, como guerras, crisis económicas o las consecuencias de catástrofes importantes.

La eficacia y la legitimidad ética de la infiltración cognitiva dependen totalmente de la capacidad de identificar objetivamente las «teorías conspirativas» y los «grupos extremistas». Sin embargo, los estudios muestran que el propio término «teoría de la conspiración» es a menudo peyorativo y puede utilizarse como herramienta para desacreditar análisis disidentes. Esta subjetividad inherente significa que lo que el Estado percibe como una «teoría de la conspiración» puede, en otros contextos, representar una impugnación legítima de la autoridad o un análisis crítico de las estructuras de poder. Esto suscita importantes preocupaciones sobre el posible uso de esta teoría como instrumento político para reprimir la oposición legítima o el debate público crítico, en lugar de limitarse a combatir relatos manifiestamente falsos y peligrosos. El poder de calificar a determinados grupos como «extremistas» y sus creencias como «teorías conspirativas» confiere un grado alarmante de control sobre la percepción pública y la participación política.

Principios fundamentales y mecanismos

¿Qué es la «epistemología mutilada»?

Un concepto fundamental de la teoría es la afirmación de que las personas que adhieren a las teorías conspirativas suelen sufrir de una «epistemología mutilada». Esta hipótesis postula que su comprensión de cómo se adquiere, valida y justifica el conocimiento es fundamentalmente defectuosa o incompleta, lo que los hace especialmente vulnerables a afirmaciones infundadas y resistentes a las pruebas convencionales. En este contexto, la adhesión a tales teorías se considera «racional» para los individuos afectados debido a sus limitaciones epistemológicas, lo que sugiere un bucle cognitivo que se refuerza a sí mismo y perpetúa sus creencias.

La idea de la «epistemología mutilada» posiciona implícitamente al Estado o a sus «aliados» designados como poseedores de una epistemología superior e infalible, justificando así su intervención para «corregir» la comprensión pública. Sin embargo, esta suposición no tiene en cuenta la posibilidad de la desinformación patrocinada por el Estado, el engaño deliberado o los errores gubernamentales auténticos, que pueden contribuir a la desconfianza del público y al surgimiento de narrativas alternativas. Al presumir su propia infalibilidad epistémica, el Estado corre el riesgo de adoptar una postura profundamente paternalista hacia sus ciudadanos. Esto crea un peligroso desequilibrio en el que el Estado puede definir unilateralmente la verdad y el conocimiento, lo que puede sofocar la investigación legítima, el examen crítico y la responsabilidad de quienes están en el poder. Esto compromete el ideal democrático de una ciudadanía informada y capaz de emitir juicios independientes.

Tácticas propuestas

La estrategia operativa central es la «infiltración cognitiva» de los grupos objetivo. Debe ser llevada a cabo por «agentes gubernamentales o sus aliados», que se integrarían de forma secreta o abierta en foros de debate en línea, redes sociales o reuniones físicas. La táctica principal de esta infiltración consiste en «sembrar dudas» sobre las «teorías y los hechos estilizados» que circulan en estos grupos. El objetivo es «introducir una diversidad cognitiva beneficiosa».

Sunstein y Vermeule esbozaron cinco respuestas gubernamentales hipotéticas a las teorías de la conspiración, siendo la infiltración cognitiva una combinación de las tres últimas:

Contradiscurso procedente de fuentes gubernamentales oficiales: se trata de esfuerzos directos y públicos de entidades gubernamentales oficiales para desacreditar las teorías conspirativas mediante argumentos y pruebas.

Recurso a partes privadas creíbles: implica la participación de actores no gubernamentales, percibidos como creíbles por el público, para llevar a cabo un contradiscurso contra los relatos seleccionados.

Comunicación gubernamental informal con partes privadas: Es el aspecto más secreto, que implica el suministro clandestino de información y la incitación a la acción de «funcionarios no gubernamentales» entre bastidores. Los autores advierten explícitamente que «una conexión demasiado estrecha será autodestructiva si se expone».

Las consecuencias prácticas de promover la «diversidad cognitiva» mediante tal infiltración se describen como perturbadoras, destinadas a fragmentar y debilitar a los grupos sembrando la discordia interna y la sospecha. Esto puede manifestarse mediante la perturbación de reuniones, la alienación de miembros o incluso el fomento de acciones extremistas dentro de grupos pacifistas para desacreditarlos. El objetivo final es «sembrar la incertidumbre y la desconfianza» entre los grupos conspirativos, hacer que los «nuevos reclutas sean sospechosos» y llevar a los participantes existentes a «dudar de la buena fe de los demás», aumentando así los «costes de organización y comunicación» y obstaculizando la acción colectiva.

El término «diversidad cognitiva» se asocia generalmente con resultados positivos, como la innovación y la toma de decisiones sólidas. Sin embargo, en el contexto de la infiltración cognitiva, se persigue explícitamente mediante tácticas diseñadas para «destruir grupos» «sembrando la incertidumbre y la desconfianza». Esto revela una valoración instrumental, más que intrínseca, de la diversidad, que se utiliza como medio para desestabilizar y controlar, en lugar de enriquecer verdaderamente el discurso público. El resultado deseado no es un público mejor informado, sino una oposición menos coherente y menos eficaz. Este enfoque plantea una profunda preocupación ética, ya que desvía una terminología positiva de las ciencias sociales con fines manipuladores. Sugiere una voluntad de socavar la confianza interna y la cohesión de los grupos de la sociedad civil, incluso los que participan en una disidencia legítima, bajo el pretexto de promover la «diversidad».

Tácticas gubernamentales secretas

Las propuestas de Sunstein y Vermeule no se limitan a la infiltración cognitiva, sino que forman parte de un abanico más amplio de respuestas gubernamentales a la desinformación. La infiltración cognitiva se presenta como una combinación de tres estrategias principales: el contradiscurso directo de fuentes oficiales, la participación de partes privadas creíbles para difundir contraargumentos y la comunicación informal y secreta con actores no gubernamentales para incitarles a la acción. Esta última táctica es especialmente delicada, ya que los autores reconocen que «una conexión demasiado estrecha será autodestructiva si se descubre».

El objetivo de estas estrategias es gestionar y controlar a una ciudadanía y un electorado cada vez más desconfiados. Esto implica un enfoque proactivo del Estado para influir en el discurso público, que va más allá de la simple corrección de los hechos para interferir en las dinámicas cognitivas y sociales de los grupos.

Crítica a la teoría de la infiltración cognitiva

El filósofo David Ray Griffin ha formulado críticas exhaustivas a la teoría de Sunstein, en particular en su obra «Cognitive Infiltration: An Obama Appointee's Plan to Undermine the 9/11 Conspiracy Theory». Griffin sostiene que la propuesta de Sunstein es un plan «impactante y peligroso» destinado a la infiltración ilegal y la supresión de las libertades civiles.

Griffin refuta la afirmación de Sunstein de que las teorías conspirativas contra el Gobierno son «injustificadas y falsas» aportando numerosos ejemplos históricos de «teorías conspirativas» sobre el Gobierno estadounidense que han resultado fundadas. Entre estos ejemplos se incluyen:

- Los derrocamientos de gobiernos legítimos por parte de Estados Unidos (por ejemplo, en Irán, Guatemala, Indonesia, Chile, Panamá y Haití).

- El incidente fabricado del Golfo de Tonkin.

- El programa ilegal COINTELPRO del FBI, que tenía como objetivo los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra.

- La Operación Mockingbird, que implicaba la infiltración y el control de la prensa estadounidense por parte de la CIA.

- La orden dada por la Casa Blanca de Bush-Cheney a la EPA de declarar falsamente que el aire alrededor del World Trade Center era seguro después del 11 de septiembre.

Griffin refuta la idea de que los creyentes sufren «aislamiento informativo» o «epistemología mutilada», y destaca las «impresionantes referencias» y el liderazgo intelectual de movimientos como el movimiento por la verdad sobre el 11-S. Sugiere que el propio Sunstein está «aislado informativamente» debido a su falta de investigación sobre el tema. Los críticos también cuestionan las implicaciones éticas de permitir que los agentes gubernamentales o sus aliados decidan qué relatos históricos están permitidos y cuáles deben ser desacreditados.

La exhaustiva lista de Griffin de engaños gubernamentales demostrados cuestiona fundamentalmente la premisa de que las «teorías conspirativas antigubernamentales» son por lo general falsas. Esto indica que el escepticismo del público no siempre es irracional, sino que puede ser una respuesta lógica a una historia de opacidad o engaño gubernamental. La teoría de la infiltración cognitiva, al centrarse en el escepticismo del público, corre el riesgo de perpetuar una «conspiración del silencio» en torno a posibles fallos gubernamentales. Esta crítica transforma la teoría de una herramienta benévola al servicio del bien público en un instrumento potencialmente peligroso para suprimir la disidencia legítima y la rendición de cuentas, difuminando así las fronteras entre la lucha contra la desinformación y el control de la información.

¿Es democrática la infiltración cognitiva?

La propuesta de infiltrarse en grupos y sembrar la desconfianza plantea serias preocupaciones sobre los principios democráticos fundamentales, en particular la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión y la libertad de asociación. Los críticos sostienen que estas tácticas, que recuerdan a las de los «provocadores» utilizados por organismos encargados de hacer cumplir la ley como el FBI, pueden «sembrar la incertidumbre y la desconfianza» y «aumentar los costes de organización y comunicación» de los grupos objetivo. La idea de que agentes gubernamentales, o incluso «funcionarios no gubernamentales» secretamente informados e incitados a la acción, manipulen el discurso público se percibe como una forma de «gestión y control social».

Si el Estado manipula secretamente el discurso público infiltrándose en grupos y sembrando la duda, compromete fundamentalmente la integridad de la esfera pública. Los ciudadanos serían incapaces de distinguir el debate auténtico de la injerencia patrocinada por el Estado, lo que provocaría una paranoia generalizada y un efecto disuasorio sobre la disidencia legítima. Este enfoque corre el riesgo de convertir el discurso democrático en un campo de batalla de influencia secreta, en el que se erosiona sistemáticamente la confianza en la información, las instituciones e incluso los conciudadanos, lo que imposibilita la toma de decisiones colectivas auténticas.

Infiltración cognitiva y guerra de la información

La infiltración cognitiva forma parte de conceptos más amplios como la guerra de la información (GI), la guerra psicológica (PsyW) y las operaciones psicológicas (PSYOPS). El discurso moderno introduce la «guerra cognitiva» como un «sexto ámbito de la guerra» en el que «el cerebro humano es el nuevo campo de batalla». Esta forma de guerra tiene como objetivo modificar las percepciones e influir en los procesos de pensamiento «armando el contenido» para crear incertidumbre y explotar a las poblaciones vulnerables. Los datos, la información y el conocimiento se convierten en «armas no cinéticas poderosas» en este contexto.

La infiltración cognitiva, con su énfasis en «sembrar dudas» y manipular la «epistemología» dentro de grupos específicos, puede entenderse como una aplicación táctica y a microescala dentro del marco estratégico más amplio de la guerra cognitiva. Mientras que la guerra cognitiva opera a mayor escala para influir en poblaciones enteras, la infiltración cognitiva se dirige a nodos «extremistas» o disidentes específicos dentro de esa población. Esto sitúa la teoría en un contexto militar o de inteligencia más preocupante, ya que sugiere que los métodos diseñados para adversarios externos podrían aplicarse internamente contra los propios ciudadanos de un Estado, lo que plantea profundas cuestiones éticas y jurídicas sobre la naturaleza de las relaciones entre civiles y militares y el poder del Estado.

Guerra cognitiva y redes sociales

La era digital ha creado nuevos y vastos territorios vulnerables a la guerra cognitiva. La información falsa se propaga más rápidamente que la información veraz en plataformas como Twitter (ahora X), en parte gracias a la facilidad de compartirla con un solo clic. La teoría menciona explícitamente la infiltración en «salas de chat y redes sociales en línea».

La facilidad con la que se difunde la desinformación en las plataformas digitales crea una justificación aparente para la «infiltración cognitiva» con el fin de contrarrestarla. Esto pone de relieve una peligrosa carrera armamentística en el ámbito de la información, en la que la adopción por parte del Estado de tácticas de «infiltración cognitiva», incluso con fines defensivos, podría reflejar los mismos métodos utilizados por sus adversarios, erosionando aún más la confianza y haciendo que el entorno informativo sea más caótico y susceptible de ser manipulado por todas las partes.

Eric Verhaeghe – 26 de julio de 2025

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