La guerra de los chips decidirá el orden mundial
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- Elena Fritz
https://pi-news.net/2025/08/im-chipkrieg-entscheidet-sich-die-weltordnung/
En un mundo en el que la superioridad tecnológica determina el armamento, los servicios de inteligencia, el suministro energético e incluso la comunicación política, el acceso a los semiconductores se convierte en una prueba de fuego geopolítica.Si hoy en día el poder político se está reconfigurando, no es a través de la diplomacia o el despliegue de tanques, sino a través de los nanómetros. Son los microchips, apenas visibles pero estratégicamente fundamentales, los que estructuran el siglo XXI. Quienes los fabrican deciden sobre el armamento y la inteligencia artificial, sobre la creación de valor y el orden mundial. Y quienes dependen de su producción pueden recurrir a tratados internacionales... o al principio de la esperanza.
Estados Unidos está tratando de liberarse de esta dependencia. Y lo hace con una consecuencia brutal. Lo que impulsa bajo el término «reindustrialización» no es una mera política industrial, sino un programa geoestratégico que recuerda a las grandes movilizaciones de la Guerra Fría, solo que más discreto, pero no menos ambicioso. No se trata solo de la seguridad del suministro, sino de la pretensión de liderazgo global. El control de la tecnología clave de los semiconductores se ha convertido en Washington en el nuevo eje del orden mundial. En un mundo en el que la superioridad tecnológica determina el armamento, los servicios de inteligencia, el suministro energético e incluso la comunicación política, el acceso a los semiconductores se convierte en una prueba de fuego geopolítica.
Los microchips como eje imperial
El hecho de que precisamente Taiwán, un Estado insular al alcance inmediato de los sistemas de misiles chinos, suministre la mayor parte de los chips de alto rendimiento del mundo, supone, desde el punto de vista de Washington, un riesgo para la seguridad de primer orden. Alrededor del 70 % de los chips lógicos más modernos proceden de la fabricación taiwanesa, en particular de TSMC. En tiempos de paz, esto es eficiente. En tiempos de crisis, es fatal.
La respuesta de EE. UU. es: deslocalización, control, autosuficiencia. Bajo Biden, el dinero fluyó: más de 50.000 millones de dólares en subvenciones directas, acompañadas de desgravaciones fiscales y paquetes legislativos. Trump, por su parte, recurre a los aranceles, con hasta un 100 % sobre las importaciones de chips taiwaneses. La zanahoria y el palo, pero con el mismo objetivo: la de una tecnología globalizada.
Y está funcionando. TSMC está construyendo en Arizona. Intel se traslada a Ohio. Samsung se expande en Texas. Se han puesto en marcha más de 450 000 millones de dólares en inversiones y hay docenas de grandes proyectos en construcción. Estados Unidos está haciendo lo que Europa solo promete: tomar nota de la realidad geopolítica y sacar las consecuencias en materia de política industrial.
El precio de la desconexión
Pero el programa de reindustrialización estadounidense no está exento de ruidos. Es caro, complejo y estructuralmente frágil. Los costes de producción de las fábricas de semiconductores en Estados Unidos son, de media, entre un 30 y un 50 % más altos que en los países productores de Asia Oriental, como Taiwán o Corea del Sur. Las razones son, entre otras, las normas más estrictas, los costes salariales más elevados y la falta de rutina industrial en la fabricación de alta tecnología.
A esto se suma la grave escasez de personal cualificado: en casi todas las regiones faltan ingenieros, técnicos y personal de producción especializado. Los estudios estiman que en 2030 Estados Unidos tendrá un déficit de unos 90 000 trabajadores cualificados en la industria de los semiconductores, una carencia que no se podrá subsanar a corto plazo.
La infraestructura también está demostrando ser un factor limitante. La mayoría de las máquinas de precisión siguen procediendo de los Países Bajos, en particular de ASML. Materiales importantes como el silicio de alta pureza o productos químicos especiales proceden de Japón. E incluso las etapas finales de prueba y embalaje, necesarias para la producción en serie, tienen lugar principalmente en Asia. Los ambiciosos planes estadounidenses se topan así con dependencias globales que no pueden resolverse de un plumazo.
El resultado es un mosaico industrial: concebido a escala nacional, pero dependiente a escala global. La idea de que se puede construir una industria clave a nivel mundial como si se tratara de un proyecto de infraestructura nacional es ilusoria. Sin embargo, Estados Unidos se toma en serio esta ilusión, con un intento decidido de moldear la realidad según sus intereses.
CHIP4: una promesa geopolítica sin sustancia
Para reforzar su estrategia geopolítica, se creó el llamado formato «CHIP4», una alianza con Japón, Corea del Sur y Taiwán. Su objetivo era estabilizar las cadenas de suministro, coordinar las normas y dirigir las inversiones. Pero lo que sobre el papel parece una alianza, en la práctica no es más que un foro de consulta informal. Los participantes se muestran reticentes, entre otras cosas porque no quieren ponerse al servicio de un orden industrial dominado por Estados Unidos.
A esto se suma que los Estados asiáticos socios tienen sus propios intereses. No quieren convertirse en un juguete de la política industrial estadounidense o china, sino seguir siendo actores soberanos. Estados Unidos responde a esta ambivalencia con el clásico recurso de la política estructural imperial: presión mediante aranceles y alicientes mediante promesas de mercado.
Pero la confianza estratégica no se puede forzar. Al mismo tiempo, crece la presión de China: prohibiciones de exportación de materias primas críticas, inversiones propias en tecnología de siete y cinco nm, adquisiciones estratégicas a lo largo de la cadena de suministro. Pekín no solo reacciona, sino que actúa de forma sistemática y con visión de futuro.
El sonambulismo estratégico de Europa y cómo podemos cambiarlo
Europa no calla, murmura. Entre paquetes de ayudas, cumbres de expertos y documentos de la Comisión, parece que nos conformamos con la literatura regulatoria. Pero lo que necesitamos es un espíritu expedicionario: estrategia, rapidez y determinación. El Chips Act de 2022 debería convertir a Europa en un actor global en el sector de los semiconductores. Sin embargo, en el verano de 2025 parece más bien un reflejo tardío de las demostraciones de fuerza de Estados Unidos y China.
Mientras Washington construye, subvenciona e incluso amenaza con aranceles, Bruselas insiste en las normas medioambientales, los plazos de autorización y las directrices sobre ayudas estatales. Este enfoque cuesta terreno. No falta dinero, sino movilización intelectual. Francia ha formulado la exigencia, Alemania está bloqueada por una jungla de permisos federales, Italia se muestra dispuesta a cooperar, pero falta un rumbo común europeo.
Solo si la unión industrial es la adecuada, Europa podrá constituir un contrapeso. Y en concreto: la columna vertebral técnica de Europa está lista. ASML, en los Países Bajos, controla la litografía ultravioleta, sin la cual otros solo producen chips a medias. Infineon, STMicroelectronics y Bosch son competitivos a nivel internacional. Pero la laguna decisiva se encuentra en la fabricación de vanguardia, la denominada tecnología sub-5 nm, es decir, estructuras de conmutación de menos de cinco milmillonésimas de metro. Sin ella, carecemos de chips para la IA más avanzada, los ordenadores de alto rendimiento y los sistemas de armas autónomos. Europa se queda fuera en este ámbito.
La escasez de personal cualificado que se prevé requiere la creación de centros de formación especializados, la ampliación de los programas de formación dual y programas para recuperar el talento europeo en el extranjero. Para 2030, será necesario atraer a unos 90 000 trabajadores cualificados. Por último, pero no por ello menos importante, Europa debería comprometerse como coinversor estratégico en nuevas instalaciones de fabricación. Las participaciones minoritarias en proyectos clave no solo refuerzan el derecho a participar en las decisiones, sino que también garantizan los intereses a largo plazo en la cadena de valor. Europa se encuentra hoy en una encrucijada geopolítica: ¿será soberana en el ámbito digital o seguirá siendo un juguete en la competencia entre los gigantes asiáticos y estadounidenses? El reloj no se detiene y nos corresponde a nosotros marcar el ritmo.
Conclusión: la gramática geopolítica de la tecnología
Hace tiempo que ya no se trata de mercados, sino de poder. Los microchips no son productos industriales como cualquier otro. Son, al igual que el petróleo en el siglo XX, una palanca geopolítica. Estados Unidos lo ha reconocido. Si tendrá éxito, queda por ver. Pero es evidente que se lo está tomando en serio. Europa haría bien en no considerar la lucha por los semiconductores como un conflicto económico lejano, sino como parte de un nuevo orden mundial. En este orden, lo que cuenta no es quién discute, sino quién produce. Quien produce, define las reglas.
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