"La extensión del dominio del capital", de Jean-Claude Michéa
En Extension du domaine du capital, Jean-Claude Michéa continúa su crítica del liberalismo analizándolo desde la «Francia periférica», donde ahora vive. Desarrolla así una reflexión prolífica sobre la desaparición de las relaciones sociales, la mercantilización del mundo y la desconexión de las metrópolis superpobladas, denunciando una ideología que instaura una huida hacia adelante distópica y suicida.
Conocemos bien el prisma analítico de Jean-Claude Michéa desde El imperio del mal menor (2007) o Nuestro enemigo, el capital (2017). Parte de la premisa, considerada una hipótesis, de que el liberalismo es la fase avanzada del capitalismo que pretende anular toda forma de relación social basada en la «decencia ordinaria» —la common decency de George Orwell, bien conocida por el autor— en favor de unas relaciones estrictamente mercantiles y jurídicas entre los individuos. Reducidos a estos aspectos técnicos y regulados, los intercambios se verían entonces liberados de todas las tensiones acumuladas a lo largo de la historia y contribuirían a un mundo en paz. Jean-Claude Michéa no deja de rebatir esta hipótesis, demostrando que, por el contrario, instaura una huida hacia adelante distópica y suicida. En su última obra, el objetivo no ha cambiado, evidentemente. Pero el punto de vista ya no es exactamente el mismo: es desde un pueblo de la diagonal del vacío desde donde Michéa observa la Extension du domaine du capital (La extensión del dominio del capital), que ahora considera un «hecho social total».
Jean-Claude Michéa ha adquirido la costumbre de escribir en forma de escolias. Partiendo de un texto inicial relativamente breve (que sirve más o menos de pretexto), las escolias son notas que pueden ser muy largas y que desarrollan otros tantos ejemplos e ideas complementarias, incluyendo a su vez otras notas. La estructura resultante dista mucho de ser clásica; podría compararse con una especie de hipertexto adaptado al papel. En este caso, toma como punto de partida una entrevista publicada en 2021 en una revista local bastante confidencial (Landemains), antes de ser reproducida en parte por La Décroissance. En este texto introductorio, Jean-Claude Michéa vuelve sobre su entorno vital en los límites de las Landas, donde se instaló lejos de las ciudades hace unos diez años. Por un lado, confirma todo lo que ha escrito el geógrafo Christophe Guilluy sobre la «Francia periférica». Por otro lado, experimenta a diario el alejamiento y la relegación que caracterizan ahora la ruralidad francesa, pero detecta sobre todo una «práctica generalizada de ayuda mutua». Es para él una oportunidad para defender las costumbres y tradiciones locales, en particular la caza, el canto del gallo o las campanas de las iglesias. En definitiva, todo lo que repudian los «colonos metropolitanos» que imponen su mirada «desde fuera» y «desde arriba» como misioneros de lo políticamente correcto cuando fingen interesarse por el campo (en particular los diputados de La France insoumise o de Europe Écologie). Porque, según él, es precisamente en estas comunidades rurales donde aún existe una forma de convivencia, de sentido común y de espíritu festivo que ha desaparecido por completo de las metrópolis superpobladas y desconectadas de la realidad.
Esta desconexión de la realidad se resume, por ejemplo, en el eslogan «Mi elección, mi derecho», característico de una concepción «burguesa y liberal del ser humano» que, como ya señalaba Karl Marx, no es más que un «individuo encerrado en sí mismo, en su interés privado y en su capricho privado». Rápidamente se llega a otro eslogan, «Mi cuerpo, mi elección, mi derecho», y luego a «Mi cuerpo, mi elección y sin debate», para justificar y celebrar el advenimiento liberal del self-made man como individuo «íntegramente autoconstruido», hasta en su derecho a elegir su sexo sobre la base de una simple declaración administrativa. Según Jean-Claude Michéa, llegamos aquí a una de las formas más emblemáticas del neoliberalismo cultural de las clases metropolitanas que pretenden ingenuamente representar a las minorías en su conjunto. Tal y como lo defienden los activistas de la planificación familiar, el género no es más que un concepto puro, un producto ideológico derivado del capitalismo que desmaterializa y comercializa la noción misma de sexo.
Es, por cierto, la misma desmaterialización que caracteriza hoy en día las nociones esenciales de riqueza y trabajo. El trabajo ya no se basa en la fuerza real de los asalariados, sino en la especulación y la deuda. La fase más avanzada del capitalismo es, por tanto, también la de una especie de «capitalismo inverso», en el que la riqueza ya no se basa en lo que se ha acumulado concretamente, sino en lo que aún no se ha producido y cuyo valor esperado anticipa el mercado. Esto es lo que permite predecir su fin inminente: o Aristóteles se equivocaba cuando afirmaba que el dinero no podía crear dinero por sí mismo, o tenía razón y este sistema acabará rompiéndose tarde o temprano por sus propias contradicciones, como una pirámide de Ponzi. En este contexto, Jean-Claude Michéa invita de nuevo a releer 1984, de George Orwell, una novela crítica aún sin igual para denunciar las ideologías que se han vuelto locas.
Olivier Eichenlaub
Jean-Claude Michéa, Extension du domaine du capital, París, Albin Michel, 2024, 270 p.
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