El sacrificio de Darya Dugina: el cordón dorado que une a nuestra «caballería»




Raphael Machado

Hace tres años, Darya Dugina fue asesinada, su vida fue arrebatada por las llamas en un atentado terrorista organizado por Ucrania junto con las agencias de inteligencia occidentales.

En aquella época, desempeñaba un papel importante en el periodismo de investigación ruso, abordando temas peligrosos que involucraban los vínculos entre las élites occidentales y ciertos intereses oscuros. Pero, además, era una filósofa neoplatónica y una militante del eurasianismo, el tradicionalismo y el patriotismo ruso.

No era, precisamente, una «civil». Y sería deshonroso tratarla como si no hubiera tenido «nada que ver con eso». Al contrario, era una combatiente espiritual e intelectual en la guerra que los pueblos del mundo libran contra las élites globalistas occidentales y sus ejércitos de zombis.

Era, por tanto, una camarada.

Algunos difamadores nos preguntan «por qué» siempre recordamos y exaltamos la memoria de Darya Dugina. Para ellos parece «ridículo» que los «brasileños» recuerden a una «rusa» que murió «al otro lado del mundo». Son zombis y gólems cínicos, son hombres-animales, y sobre esta gente Yukio Mishima ya dijo lo que había que decir: «El cinismo que considera cómico el culto a los héroes siempre va acompañado de un sentimiento de inferioridad física». Quien está en el barro, en el pantano, siempre intentará arrastrar todo a su propio nivel.

La «camaradería» no es una «amistad», porque no es un sentimiento. Tampoco es una mera «concordancia política», porque no es racional. La camaradería es un vínculo de sincronía espiritual que une, en un cordón dorado, a todos los que luchan en la misma guerra eterna y planetaria de las fuerzas de la Tradición contra las fuerzas parasitarias de la Modernidad.

En este sentido, es el fundamento de una «Patria Espiritual» cuyos «ciudadanos» son como una «orden de caballería» invisible, librando una guerra desesperada contra el avance de las huestes subterráneas.

La ética de esta «Patria» y de esta «orden» es locura y delirio para los hombres-animales. Es una ética de sacrificio, dedicación y fanatismo, donde las amenazas de muerte, los chantajes económicos, las promesas de recompensa, la represión jurídico-policial, no significan absolutamente nada. Donde cada golpe sufrido es un honor, porque indica que estamos en el camino correcto; donde cada molestia causada por el enemigo fortalece el fanatismo; donde la muerte en el cumplimiento del deber revolucionario es siempre gloriosa y sirve para coronar con un halo dorado y augusto al camarada convertido en héroe.

En este sentido, no recordamos a Darya con un «lamento por una víctima de la violencia», sino que, por el contrario, celebramos su memoria y vemos su muerte como la apoteosis de una camarada. Pertenecemos a un «mundo», diferente del mundo burgués, en el que el «Valhalla» es esperanza y anhelo, y no miedo, y en el que recordamos a cada camarada ascendido con un brindis.

Naturalmente, ella no es la primera camarada que muere. Tanto en Brasil como en otros lugares en los que estamos presentes tenemos nuestros «memoriales» de camaradas caídos. Pero, aun así, la muerte de Darya Dugina es significativa y supone un punto de inflexión.

Es especialmente significativa porque se produce en el marco de una guerra abierta en la que la dualidad Tradición/Modernidad finalmente se ha reencarnado de forma absoluta en la geopolítica, con el enfrentamiento entre el Eje contrahegemónico, liderado por Rusia, y la OTAN, liderada por Estados Unidos. Esta no es una guerra cualquiera, no es una guerra por intereses económicos, acciones en la bolsa de valores o cualquier otra trivialidad por el estilo, es la guerra fundamental, la que inaugurará un nuevo período o, simplemente, nos hundirá en la esclavitud.

También es significativa por el profundo simbolismo de la muerte: una doncella guerrera-filósofa dotada de una profunda conciencia espiritual y un patriotismo inquebrantable, devorada por las llamas (¡y, aun así, su cuerpo quedó casi intacto, como vimos en el rito fúnebre!). Nos recuerda inmediatamente a Juana de Arco, por ejemplo.

En el tipo de lucha que libramos, las mártires son mucho más raras que los mártires. Y, por eso mismo, infinitamente más preciosas. Son tan raras que casi nos hacen creer que se trataba más de un ángel o una emisaria de los dioses que de una persona común. Recordemos aquí el papel de la proyección exterior de la «doncella interior» en los mitos y ritos de la caballería medieval, o las valquirias escandinavas y las fravashis persas, todas ellas «espíritus femeninos» vinculados a las «órdenes» de héroes guerreros.

Hay, por lo tanto, en el sacrificio de Darya Dugina un misterio que se vincula a estos símbolos antiguos y que consagra, con su sangre, esta lucha librada internacionalmente contra los enemigos de los pueblos.

Naturalmente, para el profesor Aleksandr Dugin, todo esto es aún más profundo y visceral. Porque ella era también su carne y su sangre. La sangre que se derramó era también la suya y, además, una parte de él murió con Darya Dugina.

Y, aun así, lo que vemos en Dugin en los últimos dos años es una dedicación aún mayor y más fanática a la causa por la que ha luchado y se ha sacrificado durante décadas. En este sentido, es un honor compartir trinchera con un hombre tan noble.

No solo en Rusia, sino desde Brasil hasta Japón, desde Italia hasta Perú, desde Argentina hasta Turquía, desde Francia hasta Irán, desde Venezuela hasta China, hoy recordamos a Darya Dugina y mantenemos viva su memoria, para que siga inspirándonos y dándonos valor en nuestra lucha conservadora-revolucionaria global.

Darya Dugina,

¡PRESENTE!

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