El corredor de Zangezur: pasillo estadounidense en el Cáucaso
Daniele Perra
El acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán (con todas sus implicaciones geopolíticas) representa un paso importante hacia el fin de la influencia rusa en el Cáucaso del Sur y la construcción definitiva de un espacio bajo control compartido por Turquía y Estados Unidos, con la presencia oculta (pero muy influyente) de Israel.
La doctrina de la "patria azul" resulta especialmente interesante porque propone una visión de hegemonía turca no solo sobre las aguas cercanas a Anatolia (una fuente de preocupación para Grecia, que mantiene soberanía sobre varias islas a solo unos kilómetros de la costa turca), sino también sobre el Mar Caspio, considerado como un "mar interior del mundo turco". Un aspecto que, a su vez, puede ser motivo de preocupación para otras potencias regionales, principalmente Rusia e Irán (sin olvidar que la URSS y Persia firmaron en 1940 un acuerdo para la explotación exclusiva de los recursos del Caspio, acuerdo que fue claramente abandonado tras la disolución de la Unión Soviética).
La participación activa de Turquía en los eventos del Cáucaso en las últimas décadas refleja claramente la voluntad de Ankara de construir un puente directo hacia Asia Central turcófona, y en realidad, es el resultado de una fusión geopolítica entre el pensamiento de Gürdeniz y un panturkismo que nunca ha sido abandonado, y que desde los tiempos de Enver Pasha caracteriza el sueño (más o menos secreto) de una gran parte de la élite turca.
Además, la aspiración turca de convertirse en el nodo central de los flujos energéticos hacia Europa debe entenderse en este contexto. La participación activa de Ankara en proyectos de infraestructura tanto "orientales" como "occidentales" debe interpretarse como un intento de consolidarse como un punto estratégico. Su apoyo geopolítico al denominado "corredor de Zangezur" está absolutamente en línea con esta dinámica. Pero, ¿de qué se trata realmente?
Este corredor sería el resultado del acuerdo de paz firmado en una reciente cumbre trilateral entre Estados Unidos, Armenia y Azerbaiyán. Un acuerdo, acompañado de una declaración conjunta, que en la práctica debe poner fin a décadas de conflicto de intensidad variable entre ambos países del Cáucaso respecto al control de Nagorno-Karabaj. Aquí, en el contexto del colapso de la URSS, armenios y azeríes lucharon en uno de los muchos conflictos étnico-tribales surgidos de la política soviética de las nacionalidades, en la que la etnia mayoritaria en las repúblicas de la Unión siempre debía ir acompañada de una minoría, para que la primera no aspirara a una plena autonomía. Esto permitió a Moscú actuar como garante de la protección de las minorías y del concepto de "pueblos hermanos" durante varias décadas (con éxito indiscutible, a pesar de episodios trágicos como la deportación de pueblos enteros).
De cualquier modo, el primer conflicto entre Armenia y Azerbaiyán (como otros en la región) fue utilizado por Moscú para mantener control sobre la zona, que se escapaba rápidamente, y para retrasar el acercamiento de Azerbaiyán con Occidente. No es casualidad que las tensiones en Nagorno-Karabaj aumentaran cada vez que parecía inminente un acuerdo petrolero entre compañías occidentales y la naciente república azerí. Al mismo tiempo, hay que recordar que Azerbaiyán, durante toda la década de los 90, con la ayuda de compañías petroleras de fachada controladas por la CIA, se convirtió en un punto de entrada del terrorismo islamista en el Cáucaso — un papel similar al que jugó Turquía con su "autopista del yihad" en Siria.
Gracias a la ayuda de Rusia, en parte por interés propio y en parte (de forma paradójica) con el consentimiento de Irán, los armenios lograron conquistar, entre 1992 y 1993 (a pesar de las condenas de la ONU), toda la región de Nagorno-Karabaj, que consideran el corazón palpitante de su patria ancestral, junto con varias zonas adyacentes, formando la República de Artsakh (que ocupaba el 20 % del territorio azerí). La situación cambió solo a partir de la escalada del conflicto en 2020 (causada también por la incapacidad política de los líderes armenios) y con la expulsión definitiva de armenios del territorio azerí en 2023 (más de 100.000 refugiados, de los cuales pocos hablaron).
En cuanto a Ilham Aliyev, justo antes de la muerte de su padre —que en los primeros años 2000 había mejorado significativamente las relaciones con Rusia— afirmó que los principales aliados de Azerbaiyán eran Estados Unidos y Turquía. Esto refleja bien la naturaleza de su política. Más recientemente, ha intensificado las tensiones con Rusia, mediante arrestos de empresarios rusos en Bakú y el incremento de las exportaciones de petróleo a Ucrania (Rusia bombardeó en los últimos meses más de 17 depósitos de la compañía estatal azerí en Ucrania). Alyiev declaró provocadoramente (y con tono amenazante) que el ejército azerí no era una masa de presos liberados, sino la fuerza más grande del Cáucaso del Sur: 130.000 soldados en activo, 300.000 reservistas, entrenados, equipados con drones turcos e israelíes, listos para la guerra. "Piensen dos veces, especialmente ahora, después de haber perdido casi 800.000 soldados en Ucrania."
La historia del primer ministro armenio Nikol Pashinyan es igualmente significativa: llegó al poder tras una "revolución de colores", aunque con apoyo occidental inicialmente limitado. El movimiento que condujo a su elección (Yelk, "salida" o "camino", desde el principio hostil a la adhesión a la Unión Euroasiática) se basaba en una estrategia clásica: convertir una minoría pequeña (que en 2018 obtuvo aproximadamente el 7 % en las elecciones) en mayoría y crear una verdad a medida que permitiera a la opinión pública interna e internacional apoyar a los manifestantes. Varios parlamentarios azeríes apoyaron abiertamente la protesta que derrocó al entonces Primer Ministro Sargsyan.
Pashinyan también afirmó frecuentemente que los acuerdos militares con Rusia estaban obsoletos y que solo Estados Unidos (o Occidente en general) podrían garantizar la seguridad de Armenia.
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