La evaporación del Cristianismo
de Diego Fusaro
Fuente: Diego Fusaro & https://www.ariannaeditrice.it/articoli/la-evaporazione-del-cristianesimo
Ayer se fue Bergoglio, a la edad de 88 años. Esta dolorosa
pérdida nos ofrece, al menos, la ocasión de realizar algunas consideraciones
generales sobre su figura y sobre la forma en que ha gestionado en estos años
la Iglesia de Roma. La primera precisión necesaria se refiere al hecho de que
Bergoglio, técnicamente, nunca fue Papa: según hemos demostrado ampliamente en
nuestro libro "El fin del Cristianismo", Benedicto XVI nunca renunció
al munus petrino, renunciando solo al ministerium: explicado en términos muy
simples, Ratzinger renunció a ejercer el papel de Papa sin, sin embargo,
renunciar jamás a ese papel. Con la obvia consecuencia de que permaneció hasta
el final como Papa: por esta razón, la elección de Bergoglio en 2013 fue un
acto nulo más que inválido. Como es bien sabido, solo puede haber un Papa y no
se elige un nuevo Papa hasta que el actual no haya muerto o no haya renunciado
al munus, no al ministerium. Por lo tanto, a la luz de los hechos, la sede
papal ha estado vacante desde el 31 de diciembre de 2022.
En lo que respecta a
la forma en que Bergoglio ha administrado la Iglesia, limitándonos también en
este caso a resumir lo que hemos escrito en nuestro libro mencionado
anteriormente, podemos decir que ha favorecido en todos los sentidos los
procesos en curso de evaporación del Cristianismo, promoviendo una neoiglesia
inteligente y líquida, post-cristiana y abierta a la inmanencia en el mismo
acto en que se cierra por completo a la trascendencia. La de Bergoglio ha sido
una religión del nada, en la forma de un nihilismo postcristiano que de hecho
ha contribuido a vaciar completamente el cristianismo, convirtiéndolo en una
simple cobertura ideológica de la globalización liberal-progresista.
Si
Ratzinger había resistido heroicamente a la evaporación del Cristianismo,
poniendo en el centro la tradición, la filosofía y la teología, y por ello
siendo hostigado sin tregua por el orden dominante, Bergoglio ha actuado de
manera diametralmente opuesta y precisamente por eso ha sido desde el principio
el favorito del orden hegemónico: en lugar de resistir a la evaporación del
Cristianismo, la ha propiciado de todas las maneras posibles.
En los años
setenta, Pasolini observaba que el cristianismo estaba en una encrucijada
fundamental, cristalizándolo así: o el cristianismo reiniciará desde los
orígenes y desde la oposición a un mundo que ya no lo quiere, o se suicidará y
se disolverá en la civilización de los consumos. Con Ratzinger hemos asistido
al intento de dar vida a la primera hipótesis de Pasolini. Con Bergoglio, en
cambio, hemos constatado el triunfo de la segunda.
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