Realpolitik sin realidad
por Andrea Zhok
https://telegra.ph/La-realpolitik-senza-realt%C3%A0-11-21-2
Al parecer, en EE.UU., el presidente saliente Biden, derrotado y desautorizado por su propio entorno como no apto para continuar en el papel de líder, dio permiso a Ucrania para utilizar sus misiles ATACAMS de largo alcance (300 km) para atacar objetivos en territorio ruso.
A la postura estadounidense siguieron la de Francia, que permitirá el uso en alta mar de los SCALP, y la del Reino Unido, que permitirá el uso de los STORM SHADOW.
Desde el primer día del conflicto ruso-ucraniano u «operación especial», como se le llamó, estaba claro para todos los que no eran de mala fe que una derrota militar de Rusia por Ucrania + OTAN era inconcebible, salvo en forma de Tercera Guerra Mundial. Nadie podía pensar ni por un minuto que si Rusia se encontraba en una situación desesperada en el campo de batalla en una guerra convencional aceptaría simplemente una derrota estratégica en su propio territorio. La única posibilidad de una derrota rusa que no pasara por un holocausto nuclear era un colapso de la economía debido a las sanciones, pero una vez que esa vía se demostrara impracticable, la vía de la superación militar quedaba obviamente descartada. Un imperio del tamaño del ruso no puede mantener un control central generalizado sobre todos sus territorios. Su existencia está permitida y alimentada por la certeza percibida de la unidad del país en el futuro. Una derrota estratégica significaría la disolución interna y no es algo que Putin, o quien le suceda, pueda permitir sin recurrir a todas las opciones disponibles.
Este panorama era evidente desde el principio.
Por esta razón, así como por evidentes razones humanitarias, se debería haber seguido inmediatamente la vía del compromiso y de una paz rápida.
Como sabemos, las conversaciones de paz, basadas en la reanudación de los acuerdos de Minsk II, fueron sistemáticamente boicoteadas, no por Zelenski, sino por la OTAN. Fue necesaria la intervención directa de Boris Johnson para echar por tierra el acuerdo ya casi alcanzado en Estambul pocas semanas después del inicio del conflicto.
Hoy, tras dos años y medio de conflicto, Ucrania se reduce a 29 millones de habitantes (tenía 52 en 1993, y 41 en vísperas del conflicto). El sistema de infraestructuras está devastado. El sistema económico está en quiebra, y se mantiene artificialmente vivo gracias a los pagos occidentales (no reembolsables, pero en su mayoría préstamos).
En el país reina desde hace tiempo una atmósfera surrealista, con auténticas cacerías de hombres para enviar al frente a todo varón sano. Escenas espantosas de personas secuestradas en plena calle, apaleadas y luego metidas en una furgoneta para ser enviadas como carne fresca al frente se han visto ya miles de veces (no, por supuesto, en los mentideros de la comunicación dominante).
En este contexto, vemos a gente como Soros Jr. (porque en Occidente hemos restaurado las dinastías) alegrarse en las redes sociales por la decisión de Biden («¡Es una gran noticia!»).
Por supuesto, todo el mundo, pero todo el mundo de verdad, sabe que una decisión así sólo significa tres cosas
1) más dinero en los bolsillos de la industria bélica;
2) más muerte y destrucción de personas que no están en el frente (rusos y ucranianos en mayor número serán golpeados tierra adentro);
3) mayor riesgo de escalada hacia la Tercera Guerra Mundial.
En cambio, absolutamente nada cambia ni puede cambiar de este modo en lo que respecta al equilibrio sobre el terreno, donde Rusia ha conquistado más territorio en el último mes que en toda la contraofensiva del año pasado.
En la práctica, una vez más, las clases dirigentes occidentales demuestran que sólo conocen los defectos de la Realpolitik, pero no sus méritos.
De hecho, es posible imaginar decisiones de Realpolitik tomadas con frío cinismo, sabiendo que costarán muchas vidas, y sin embargo tomarlas con el conocimiento de que pueden lograr objetivos estratégicos a largo plazo (ciertamente una decisión así fue la que tomó Putin con el cruce de la frontera ucraniana en febrero de 2022). Se trata de elecciones maquiavélicas y amorales, pero defendibles en términos de una racionalidad colectiva a largo plazo, típica de organismos complejos como los Estados y los imperios.
Las opciones occidentales de hoy, en lugar de Realpolitik, sólo tienen cinismo, pero ningún contacto con la realidad.
Están dispuestas a maniobrar a los seres humanos en el tablero de ajedrez de la historia como peones libremente prescindibles, sólo que no son maestros de ajedrez sino monos de escenario, modernos Zampanòs en versión lustrosa.
Pero, se dirá, detrás de los payasos de escenario, detrás de los carniceros que sirven para recoger votos en los talk shows, puede haber un Poder Oscuro, quizás con una Agenda Oscura, pero racional a su manera, ¿no? Por supuesto, no son los Biden o los Scholz los que dirigen el barco, pero puede haber maniobras detrás, el famoso «Estado Profundo»?
Y desgraciadamente, quienes piensan en estos términos siguen siendo demasiado optimistas, porque humanizan y racionalizan a la oligarquía de maniobreros, convirtiéndola en un nuevo Sauron: oscuro, malvado, pero a su manera racional.
Sólo que no, la situación es mucho peor. La oligarquía de los manipuladores entre bastidores existe, por supuesto, pero no es un partido, ni una asociación secreta, ni una secta, sino un conglomerado móvil de partidos, asociaciones secretas, sectas, lobbies de diversa índole, totalmente incapaces de planificar el mal incluso a largo plazo; muy capaces, sin embargo, de mantener el chiringuito a estribor de su propio interés económico a corto y medio plazo. Y este es el ÚNICO ELEMENTO QUE LOS CONECTA en profundidad.
Lo que facilita la realización de ese interés es permitido y promovido por unos. Lo que obstaculiza ese interés es obstaculizado, censurado, definido. En un mecanismo «darwiniano», las ideas, ideologías, iniciativas culturales, periódicos, personalidades que están a favor son permitidas, favorecidas, se reproducen, se expanden. Los demás languidecen en la penuria. Así toma forma también una especie de «ideología» del «Estado profundo» que, sin embargo, nadie ha diseñado y que es de naturaleza puramente superestructural.
El resultado global es lo que podemos llamar el imperio del cinismo sin cabeza.
Hemos construido una máquina de matar enorme, inmensamente compleja y destructiva, y en la cabina hemos puesto a una pandilla de monos manoseando los mandos.
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