Batallas navales
Andrea Marcigliano
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China ha puesto en el mar un nuevo portaaviones tras dos años de trabajo. Que viene a desempeñar el papel de buque insignia de su flota de guerra. Nada menos que 340 buques. En número, la mayor del mundo. Y este portaaviones, el Fujian, es comparable a los de la clase Ford y Nimitz estadounidenses. Aunque, a diferencia de los estadounidenses, no utiliza propulsión nuclear.
Dejo, sin embargo, la evaluación técnica para los militares y los iniciados. Lo que me interesa aquí es subrayar cómo, en el espacio de un par de décadas, el Ejército Popular Chino ha cambiado de piel. Transformándose, según una dirección precisa que sigue la nueva estrategia geopolítica de Pekín.
Una estrategia completamente nueva en la historia china. Un indicio de cómo está cambiando radicalmente la naturaleza misma del antiguo Imperio del Centro.
De hecho, China, a lo largo de su historia milenaria, siempre ha sido una potencia terrestre. Una "telurocracia", que basaba su fuerza en enormes ejércitos terrestres. Y en grandes masas de hombres en armas.
Una fuerza que, sin embargo, siempre ha sido también su límite. Obligándola a desempeñar un papel regional, por muy vasto que éste hubiera sido. Y a sufrir en la confrontación con potencias de otro tipo. Menos masivas y más ágiles.
Esto se vio, históricamente, con Japón. Hasta la Segunda Guerra Mundial. Y, hasta cierto punto, también en la Guerra de Corea. En el enfrentamiento directo, aunque breve, con Estados Unidos.
En las dos últimas décadas, la oligarquía del mandarín rojo ha realizado un cambio radical en las fuerzas armadas chinas. Acelerado bajo el liderazgo de Xi Jinping.
En las dos últimas décadas, la oligarquía del mandarín rojo ha realizado un cambio radical en las fuerzas armadas chinas. Acelerado bajo el liderazgo de Xi Jinping.
La era de los grandes ejércitos terrestres ha llegado a su fin. Y se está desarrollando un sistema de tropas aerotransportadas especializadas. Y, además, la gran flota.
La voluntad de hacer de China una potencia capaz de intervenir militarmente -si es necesario para sus intereses- en cualquier escenario del globo es evidente. Y, sobre todo, de ejercer el control/defensa de las rutas de transporte marítimo, y de las costas con los sistemas portuarios que son sus nudos necesarios. De hecho, una potencia telurocrática que se está convirtiendo en talasocracia. O que, en parte, aspira a serlo. Aunque sin renunciar al control de su propio y precipitado espacio geográfico.
No debemos pensar en la antítesis tierra/mar en un sentido rígido y esquemático. La historia nos proporciona muchos ejemplos de metamorfosis. De Behemot convirtiéndose en Leviatán. Y viceversa.
El Imperio de Roma. Potencia terrestre por excelencia que, sin embargo, se convirtió en talasocracia con el traslado del centro del poder a Constantinopla.
La voluntad de hacer de China una potencia capaz de intervenir militarmente -si es necesario para sus intereses- en cualquier escenario del globo es evidente. Y, sobre todo, de ejercer el control/defensa de las rutas de transporte marítimo, y de las costas con los sistemas portuarios que son sus nudos necesarios. De hecho, una potencia telurocrática que se está convirtiendo en talasocracia. O que, en parte, aspira a serlo. Aunque sin renunciar al control de su propio y precipitado espacio geográfico.
No debemos pensar en la antítesis tierra/mar en un sentido rígido y esquemático. La historia nos proporciona muchos ejemplos de metamorfosis. De Behemot convirtiéndose en Leviatán. Y viceversa.
El Imperio de Roma. Potencia terrestre por excelencia que, sin embargo, se convirtió en talasocracia con el traslado del centro del poder a Constantinopla.
La Liga Hanseática alemana, que, como potencia marítima y mercantil, se convirtió más tarde en uno de los pilares de Alemania. El poder terrestre.
Y podríamos continuar con muchos más ejemplos.
El mundo actual es una realidad extremadamente fluida. Cambiante e incierta. Con fronteras cada vez más borrosas y difíciles de definir. Y donde los mares, los océanos han adquirido una importancia creciente. Porque son el teatro privilegiado del comercio. Y por tanto de la confrontación entre potencias mercantiles y, al mismo tiempo, geopolíticas.
El futuro, por lo que puede vislumbrarse a destellos, no es la Pax Americana de la globalización, teorizada por Fukuyama. Es la continua contienda entre talasocracias de diferentes tamaños, por el control de las rutas marítimas.
Un mundo de piratas y corsarios. Una gran batalla naval.
El mundo actual es una realidad extremadamente fluida. Cambiante e incierta. Con fronteras cada vez más borrosas y difíciles de definir. Y donde los mares, los océanos han adquirido una importancia creciente. Porque son el teatro privilegiado del comercio. Y por tanto de la confrontación entre potencias mercantiles y, al mismo tiempo, geopolíticas.
El futuro, por lo que puede vislumbrarse a destellos, no es la Pax Americana de la globalización, teorizada por Fukuyama. Es la continua contienda entre talasocracias de diferentes tamaños, por el control de las rutas marítimas.
Un mundo de piratas y corsarios. Una gran batalla naval.
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