El lado oscuro de Greenpeace al descubierto

 


 

Por Johan Hardoy

 

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El consultor en estrategia de inteligencia económica Thibault Kerlirzin lleva varios años trabajando sobre el "problemático papel que desempeñan las ONG, autoproclamadas portavoces del interés general". En su último libro, Greenpeace - Une ONG à double-fond(s) ? (VA Éditions, Collection Guerre de l'information, 220 páginas, 24 euros), se interesa especialmente por este famoso grupo de presión ecologista. Hace unos años, dos periodistas, Olivier Vermont y Pierre Kohler, propusieron respectivamente dos obras relevantes sobre esta cuestión en La face cachée de Greenpeace - Infiltration au sein de l'Internationale écologiste (Éditions Albin Michel, 368 páginas, 1997) y Greenpeace - Le vrai visage des guerriers verts (Éditions Presses de la Cité, 336 páginas, 2008). Estos tres libros tratan extensamente de los dirigentes, las estructuras y las acciones espectaculares de la ONG desde su creación. Los lectores que deseen profundizar en el tema podrán remitirse a ellos.

 

De incógnito en Greenpeace

Uno de los lemas de la organización es "De ti depende cambiar el mundo con Greenpeace". Sus acciones dan fruto al más alto nivel. Así, diez años después del ataque del Rainbow Warrior en el puerto de Auckland, la Francia de Jacques Chirac puso fin a las pruebas nucleares en Mururoa.

En los años 90, Olivier Vermont intentó averiguar más cosas sobre este grupo de presión ecologista trabajando durante diez meses como secretario en la sede parisina de la organización sin ánimo de lucro Greenpeace-Francia, al tiempo que desbarataba el "ambiente paranoico" que reinaba internamente.

Entonces consiguió consultar documentos contables "ultra secretos" que revelaban que las cuentas eran ampliamente deficitarias a pesar de las cuantiosas donaciones. De hecho, la prioridad de los activistas es devolver dinero a la organización. Ignoraban que los salarios del personal permanente representaban el 60% de los ingresos recaudados, mientras que sólo el 6% se destinaba a las "operaciones comando" que se suponía encarnaban las acciones emblemáticas de la ONG.

En aquella época, el principal peligro era la desaparición de la capa de ozono. Las campañas llevadas a cabo en Francia se decidían en la sede internacional de Ámsterdam, lo que a menudo provocaba la frustración de los activistas y voluntarios locales, cuyas preocupaciones pasaban a un segundo plano o eran ignoradas.

Las "operaciones comando", como en la que participó en La Haya para perturbar una visita ministerial, tenían como objetivo atraer la atención de los medios de comunicación, lo que tenía la ventaja de aumentar las donaciones. Las relaciones con la prensa están reservadas a los responsables, que tienen acceso a la lista de periodistas simpatizantes o bien dispuestos hacia la organización.

Sorprendentemente, el periodista descubre también expedientes muy documentados sobre el submarino nuclear Le Triomphant o el palacio del Elíseo, sin que el interés ecológico directo se manifieste claramente. Del mismo modo, una revista de una ONG proporciona los currículos detallados y actualizados de los agentes secretos franceses que participaron en la operación de la DGSE ¡contra el Rainbow Warrior!

En la sede de Ámsterdam, donde se comporta como un auténtico espía, Olivier Vermont observa que Greenpeace, fundada en 1971 por pacifistas canadienses, está dirigida como una auténtica burocracia, sobre todo desde la llegada del alemán Thilo Bode en 1995. Este todopoderoso dirigente [que permanecerá en el cargo hasta 2001] es un apasionado de las finanzas y no duda en promover "coaliciones temporales" con empresas ansiosas por evitar boicots contra sus productos.

A pesar de una situación financiera peligrosa, el periodista constata que Greenpeace-Internacional y las oficinas nacionales obtienen beneficios gestionando una cartera de inversiones financieras y jugando con los tipos de cambio, mientras que sumas desconocidas que ascienden a 8,5 millones de dólares (en aquella época) se registran bajo la enigmática rúbrica "Otros".

 

Una observación desilusionada

Diez años más tarde, Pierre Kohler también examinó de cerca esta ONG.

Su evaluación es dura: "Todos los activistas de Greenpeace consideran que no hay mayor compromiso que el suyo (...) A un nivel superior, sin embargo, muchas personas analizan la situación más fríamente y, con un poco de retrospectiva, se quejan de los excesos de la organización en la que han tenido importantes responsabilidades.

"Greenpeace es un excelente ejemplo de una buena idea corrompida por el dinero y la euforia del poder. (...) La organización ha perdido su alma y sus valores originales, empezando por la sinceridad y el desinterés. Se ha convertido en una enorme máquina, dirigida como una multinacional a la que pretende combatir. Sin democracia interna y autoproclamada guardiana de la Naturaleza, es un nuevo tipo de empresa, cínica bajo pretensiones éticas. Persigue sus objetivos sólo en función de su impacto mediático y de los fondos que puede recaudar de un público crédulo al que da mala espina.

Algunos ex-responsables, que han evolucionado en su enfoque de la ecología, son llamados "Eco-Judas" por sus antiguos compañeros. Es el caso de Patrick Moore, director de Greenpeace Internacional durante siete años, que ahora aboga por los OGM y defiende la industria nuclear: "A principios de los años 70, pensaba que la energía nuclear era sinónimo de holocausto, al igual que la mayoría de mis compatriotas (...) Treinta años después, mi punto de vista ha cambiado, y el resto del movimiento ecologista también haría bien en actualizar sus ideas, porque la energía nuclear es sencillamente la única fuente de energía capaz de salvar nuestro planeta.

 

Entre el negocio y el consentimiento de la ingeniería

Hoy en día, la legitimidad de las ONG ante los medios de comunicación y cierto público persiste a pesar de sus abusos éticos. Como escribe Christian Harbulot en el prefacio del libro de Thibault Kerlirzin, "citar a Greenpeace se ha convertido en un hábito para apoyar una afirmación o un análisis en los debates sociales".

La "multinacional verde" emplea a más de 2.500 personas en todo el mundo y tiene unos ingresos anuales de más de 340 millones de euros. La organización rechaza las donaciones empresariales pero acepta subvenciones de fideicomisos y fundaciones. Estas últimas, afirma la autora, cuya parrilla de lectura se orienta explícitamente hacia el registro de la "guerra económica", sirven con frecuencia de pantalla a los "Goliat financieros": "Esto plantea interrogantes sobre la porosa línea que separa el activismo sincero de un enfoque que puede asimilarse al 'mercenarismo verde'".

A través de estudios bien documentados de varios casos (arenas bituminosas, ataques contra Total, energía nuclear de EDF), el autor demuestra que Greenpeace "construye una realidad que luego transmite gracias a las cajas de resonancia mediática y a su propia capacidad de comunicación". El objetivo es abolir la distinción entre lo real y lo irreal para crear lo que el spin doctor Edward Bernays [sobre el que dedicaremos una próxima reseña] llamó la ingeniería del consentimiento, "la antítesis de la información informada".

En 2013, un informe de Greenpeace indicaba sus objetivos para Francia, a saber, la reducción casi total de las emisiones de gases de efecto invernadero, la salida de la energía nuclear y el fin del uso de combustibles fósiles, todo ello promoviendo la energía eólica, la renovación de los edificios, los coches eléctricos, etc. El documento no menciona los costes sociales, sanitarios e incluso energéticos de tal transición, ni precisa que la instalación y el funcionamiento de las energías renovables dependen de la utilización de diversos recursos y minerales con costes múltiples a veces elevados. Al igual que los teléfonos móviles y los ordenadores, las baterías de los vehículos eléctricos, por ejemplo, necesitan litio, cuya extracción tiene graves consecuencias humanas y medioambientales en Sudamérica y Asia Central.

Según Greenpeace, firme defensora de la energía eólica, "la energía nuclear no es democrática". El autor señala que la energía eólica se encuentra en la misma situación porque el público en general no está seriamente informado sobre esta cuestión, ni mediante estudios contradictorios que sopesen las ventajas e inconvenientes ecológicos de los distintos tipos de energía, ni mediante estimaciones fiables de sus costes para la colectividad y los usuarios.

Además, Greenpeace-Francia omite mencionar que su homóloga alemana cuenta con una rama especialmente interesada en el mercado energético a escala europea: Greenpeace-Energía, que suministra electricidad "verde" a partir de energía eólica (más del 11%) e hidroeléctrica (más del 88%), al tiempo que se beneficia de generosas ayudas públicas a través de un régimen de recompra garantizada comparable al de EDF en Francia, con las mismas repercusiones financieras para los hogares y las empresas.

 

***

 

En conclusión, el autor sugiere algunas vías para evitar los abusos observados, en particular

 

1/ Retirar a Greenpeace-Francia el estatuto de asociación de interés general y concedérselo de nuevo sólo a condición de que presente hechos imparciales y sea totalmente transparente sobre sus vínculos con los agentes económicos.

 

2/ Inicie una investigación oficial del gobierno para analizar hasta qué punto la ONG está poniendo en peligro la seguridad energética francesa y, en caso afirmativo, en beneficio de quién.

 

3/ Animar a las empresas a comunicar y emprender acciones legales contra Greenpeace en cuanto lleve a cabo una campaña de carácter engañoso, ya que los análisis parciales o sesgados pueden influir negativamente en la opinión pública sobre cuestiones ecológicas.

 

Todo ello sin dejar de apoyar a la organización, "cuando su trabajo es honesto y pertinente"...

 

Johan Hardoy

29/04/2023

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