Venezuela como caso de prueba: sobre intereses, reglas y los límites de la multipolaridad
Elena Fritz
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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó que los petroleros incautados por Estados Unidos con petróleo venezolano serían retenidos. El petróleo debería venderse o añadirse a las reservas estratégicas. A primera vista, esto parece ser un paso más en la conocida política de sanciones. Pero en realidad, es mucho más: un precedente que dice mucho sobre el estado real del orden internacional.
Porque aquí no se trata solo de Venezuela, sino de la cuestión de qué importancia siguen teniendo las reglas cuando entran en conflicto con intereses geopolíticos y económicos concretos. Desde el punto de vista jurídico, la acción de EE. UU. puede ser respaldada o al menos justificada argumentalmente. Sin embargo, políticamente, se manifiesta un patrón familiar: la implementación efectiva de los propios intereses tiene prioridad sobre el derecho internacional, siempre que la resistencia esperada sea manejable.
Precisamente por eso, el caso de Venezuela es tan esclarecedor. El país no es relevante porque sea un actor geopolítico central, sino porque funciona como un eslabón débil en la cadena internacional. Las reacciones son limitadas, las protestas ritualizadas, y no se producen consecuencias serias. Para Washington, esto envía una señal: el margen de maniobra es mayor de lo que sugieren las declaraciones oficiales sobre un orden basado en reglas.
Muchas análisis actuales hablan de una transición irreversible hacia la multipolaridad. Esta hipótesis parece tranquilizadora, pero solo aguanta parcialmente ante un análisis más profundo. La multipolaridad no es una ley de la naturaleza, no surge automáticamente por la pérdida relativa de poder de un actor dominante. Requiere que otros actores estén dispuestos y sean capaces de responder políticamente a cualquier violación de las reglas. Y frecuentemente, eso no sucede.
Por eso, EE. UU. no actúan como una potencia en retirada estructural, sino como un actor que prueba activamente su espacio de maniobra restante. En este sentido, Venezuela no es una excepción, sino un laboratorio de experimentación: ¿hasta dónde se puede llegar sin provocar una reacción seria? ¿Qué normas demuestran ser resistentes, y cuáles solo retórica?
La verdadera lección de este proceso no está tanto en el Caribe, sino en la política de orden mundial. Mientras las violaciones de reglas no tengan consecuencias, los actores hegemónicos no tendrán incentivos para autocontrolarse. Hablar de un mundo multipolar estable sin tener en cuenta estas asimetrías de poder es desconocer la realidad.
En resumen: Venezuela no muestra la fuerza de EE. UU., sino la debilidad del sistema que debería ponerles límites.
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