Sobre la victoria electoral de Kast en Chile.

 

 Quién es José Antonio Kast, el ultraderechista que al tercer intento  alcanza la presidencia de Chile - BBC News Mundo

 

 

René Fuschloscher. 

 La victoria del conservador José Antonio Kast en la segunda vuelta presidencial chilena constituye, sin duda, un punto de inflexión político: con más del 58 % de los votos frente a la candidata comunista Jeannette Jara, el electorado optó por un liderazgo de derecha asociado al orden, la seguridad y el control, cerrando el paso a un proyecto de izquierda ampliamente percibido como agotado. Se trata del triunfo más amplio desde el retorno a la democracia y expresa un rechazo nítido a la narrativa progresista dominante en los últimos años, junto con una exigencia ciudadana de corregir el rumbo en materias como delincuencia, inmigración irregular y deterioro del espacio público.

Sin embargo, reducir este resultado a un simple “triunfo contra el comunismo” sería una lectura incompleta —y en cierta medida complaciente— de lo que realmente está en juego. El gobierno que se anuncia no parece orientado a una recuperación sustantiva de la soberanía política o económica del país, sino más bien a una reconfiguración del poder dentro de los márgenes del mismo orden global. Lejos de un conservadurismo nacional o de una derecha enraizada en intereses productivos internos, el proyecto de Kast exhibe señales claras de alineamiento con las redes transnacionales del gran capital financiero y corporativo.

En esa línea deben leerse sus viajes a Washington y Nueva York, así como sus encuentros con bancos de inversión, fondos y organizaciones como el Council of the Americas, entidad fundada por David Rockefeller y tradicional plataforma de articulación entre élites empresariales estadounidenses y América Latina. Estos espacios no operan como foros neutrales de intercambio académico, sino como instancias de influencia ideológica y programática, orientadas a asegurar marcos regulatorios favorables, apertura irrestricta de mercados y subordinación de las políticas nacionales a las exigencias de la inversión internacional.

Este patrón encaja con lo que suele denominarse una orientación globalista: no un internacionalismo solidario ni cooperación entre naciones soberanas, sino la integración disciplinada de los Estados a los circuitos financieros globales, donde las decisiones estratégicas se toman fuera del ámbito democrático y lejos del control ciudadano. 

Desde este ángulo, el nuevo gobierno se aproxima más a la tradición neoconservadora estadounidense que a una derecha nacional: conservadurismo en el orden público y en lo valórico, combinado con una adhesión casi automática al ideario global. En este marco, el anticomunismo funciona más como un recurso retórico movilizador que como una doctrina real de confrontación ideológica, especialmente en un país que hace décadas dejó atrás cualquier escenario comparable a la Guerra Fría.

Así, la victoria de Kast no puede interpretarse únicamente como una derrota de la izquierda radical, sino también como la consolidación de una derecha funcional al orden económico global, que cambia el discurso, endurece el tono en seguridad y migración, pero mantiene intacta la estructura de poder que limita la autonomía política del Estado. El verdadero desafío de este gobierno no será solo gobernar con orden, sino demostrar si es capaz —o siquiera está dispuesto— a poner límites reales a la influencia del gran capital y a las agendas externas, o si su mandato terminará siendo, una vez más, la administración local de decisiones tomadas en otras latitudes.

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