Juegos orientales



Andrea Marcigliano

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China y Japón parecen estar en guerra. La tensión entre Pekín y Tokio no había alcanzado tal paroxismo desde la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, las relaciones entre los dos imperios históricos del Lejano Oriente habían mejorado bastante en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Esto se debía, en parte, a que Japón, bajo la tutela de Estados Unidos, parecía haber renunciado por completo a su papel político-militar para convertirse únicamente en una potencia económica e industrial.

En resumen, un gigante, pero un gigante con pies de barro.

Ahora, sin embargo, las cosas están cambiando rápidamente. Y cambiando de forma radical.

Washington, cada vez más preocupado por el crecimiento de Pekín, ha eliminado de facto las restricciones al rearme de Tokio. Para poder utilizar el poder de Japón con el fin de contener a China.

Esto, por supuesto, ha planteado algunos problemas. Porque la amable señora Sanae Takaichi, la primera mujer al frente del Gobierno japonés, no tardó en mostrar los dientes. Afilados como los colmillos de un tigre dientes de sable.

Por otra parte, Sanae Takaichi es una representante del ala más conservadora del Partido Liberal Democrático. Un ala que siempre ha albergado fuertes sentimientos nacionalistas y el sueño de devolver a Japón a su papel de auténtica potencia.

Al fin y al cabo, han pasado ochenta años desde la guerra que puso a Tokio de rodillas. Y ochenta años para nosotros, los occidentales, son una eternidad, mientras que para los orientales son un soplo de viento.

Y, por mucho que hayan sido colonizados por los estadounidenses, los japoneses siguen siendo profundamente orientales.

En cualquier caso, la señora Sanae ha dejado muy claro que su Japón no tiene intención de seguir la deriva occidental con respecto a Moscú. Al contrario, pretende mejorar las relaciones comerciales con Rusia, ya que son esenciales para el desarrollo de la economía nacional.

Una decisión que ha dejado perplejos a muchos representantes de la oposición interna. Y que, sin embargo, se basó también, quizás sobre todo, en la certeza de que el Washington de Trump no lo convertiría en una tragedia.

Ciertamente, ha molestado, pero sabiendo que la Casa Blanca tiene hoy otras prioridades. Y que, por ello, necesita vitalmente el apoyo de Tokio.

Y la prioridad, casi innecesario decirlo, se llama Pekín.

La contención de China es el principal imperativo para Washington en la actualidad. Y a ello subordina, a veces sacrifica, todos los demás objetivos.

Y esto puede explicar bien el comportamiento del Gobierno japonés. Que, por un lado, reivindica una completa autonomía frente a Rusia. Con la que pretende intensificar el comercio.

Pero, por otro lado, muestra su cara armada a Pekín. Llegando incluso a proponer una especie de protectorado sobre Taiwán.

Una elección obligada. La señora Sanae Takaichi es, evidentemente, muy consciente de que la creciente autonomía de su Japón debe pagar un precio a Washington.

Y ese precio consiste en mostrarse dura con Pekín.

Al demostrar ser el más confiable, es un importante aliado de Washington en la pugna por el control del área panpacífica.


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