El ataque israelí a Doha: el fin de los refugios seguros en un Oriente Medio multipolar
por Peiman Salehi
El ataque aéreo israelí contra los líderes de Hamás en Doha en septiembre de 2025 fue mucho más que una operación militar. Fue una ruptura simbólica en la propia arquitectura de la diplomacia de Oriente Medio. Durante décadas, Catar se ha forjado la imagen de “mediador neutral” al albergar negociaciones entre los talibanes y Washington o servir de plataforma para conversaciones indirectas entre Irán y Estados Unidos. El ataque israelí ha destruido esa percepción: la era de los “refugios seguros” para la diplomacia en Asia Occidental ha terminado.
La capital de Catar, Doha, ha sido durante mucho tiempo descrita como un polo paradójico. Por un lado, acoge la base aérea de Al-Udeid, la mayor instalación militar estadounidense de la región. Por otro, ha alojado oficinas de Hamás y ha servido de plataforma para negociaciones entre actores considerados hostiles por Washington y Tel Aviv. Doha ha prosperado en este espacio contradictorio, forjándose un papel como mediador global. La decisión israelí de lanzar un ataque aéreo sobre Doha rompió esa paradoja. Señaló que incluso un aliado de Estados Unidos, un supuesto mediador “protegido”, no está a salvo de la lógica de la expansión del campo de batalla. Al atacar a los líderes de Hamás mientras, presuntamente, estaban reunidos con funcionarios cataríes, Israel no solo minó la soberanía de Catar, sino que también envió un mensaje escalofriante a otros actores del Sur Global: la neutralidad es una ilusión en los conflictos actuales.
Uno de los aspectos menos discutidos del ataque a Doha es su mayor implicancia para el Sur Global. Durante años, estados como Catar, Omán y Turquía han tratado de afirmar su independencia posicionándose como mediadores. Estos papeles no solo tenían que ver con la diplomacia; implicaban también el esfuerzo de los estados pequeños por moldear la multipolaridad a su manera. El ataque israelí puede interpretarse como parte de una estrategia más amplia para desmantelar estos espacios de mediación independiente. De hecho, es una declaración de que Occidente, a través de sus delegados regionales, no tolerará que actores no occidentales intenten crear marcos diplomáticos alternativos. Doha no es solo una capital bajo ataque; es un símbolo de la frágil soberanía de los mediadores del Sur Global.
El ataque también revela una verdad más profunda sobre la cambiante geografía de la resistencia. Al atacar a líderes de Hamás en suelo catarí, Israel ha extendido el campo de batalla más allá de Gaza, Líbano o Siria. El mensaje es claro: ya no hay una “retaguardia” donde los líderes de la resistencia puedan operar con relativa seguridad. Paradójicamente, esto podría tener el efecto opuesto al que Israel pretende. En lugar de aislar a Hamás, el ataque podría alentar una coordinación más estrecha entre Irán, Catar e incluso Turquía, que ahora comparten el interés común de resistir la injerencia israelí. En este sentido, el ataque podría acelerar la consolidación de lo que algunos analistas denominan un “eje de resistencia multipolar”.
Desde la perspectiva de las relaciones internacionales, el ataque a Doha es otra señal de la erosión del orden liberal. Estados Unidos sostiene desde hace tiempo que sus alianzas en Oriente Medio se basan en reglas y previsibilidad. Sin embargo, cuando Israel lanza un ataque aéreo en territorio de uno de los socios más cercanos de América, esas reglas se desmoronan en la contradicción. Si Washington toleró el ataque, revela complicidad e hipocresía: proclamar respeto a la soberanía mientras la viola a través de su aliado. Si Washington no fue consultado, revela una crisis aún más profunda: la hegemonía estadounidense se ha erosionado hasta el punto de que incluso su aliado más cercano ignora sus intereses. En ambos casos, la credibilidad del orden liberal sufre un nuevo golpe.
La importancia del ataque a Doha trasciende Oriente Medio. Ilustra una dinámica clave del mundo multipolar emergente: la ruptura de la distinción entre “centro” y “periferia”. En un orden unipolar, los estados pequeños podían encontrar protección alineándose con el hegemón. La estrategia de Catar durante décadas fue precisamente esa: albergar tropas estadounidenses mediando en los márgenes. En un contexto multipolar, sin embargo, tal protección ya no está garantizada. Este desarrollo obliga a los estados del Sur Global a enfrentarse a una elección clara: seguir dependiendo de garantías de seguridad occidentales, cada vez menos fiables, o invertir en alianzas alternativas dentro de un marco multipolar. La cumbre BRICS+ de este año ya ha mostrado un creciente interés por esta última vía. El ataque a Doha podría acelerar aún más este reorientamiento estratégico.
Desde un punto de vista civilizatorio, el ataque subraya los límites del universalismo occidental. Israel, como puesto avanzado de Occidente en Oriente Medio, ha dejado claro que la supervivencia de su hegemonía prevalece sobre el respeto a la soberanía, la diplomacia o las normas del derecho internacional. El Sur Global, sin embargo, considera la soberanía como la última línea de defensa contra la dominación. Este choque de prioridades no es solo geopolítico, sino también civilizatorio. El silencio de muchas capitales occidentales tras el ataque a Doha contrasta fuertemente con la indignación de las sociedades árabes y musulmanas. Para las élites occidentales, el cálculo del poder prevalece sobre los principios que afirman defender. Para la opinión pública del Sur Global, la violación de la soberanía de Catar es un recordatorio más de que el orden liberal no es universal, sino aplicado selectivamente.
El ataque israelí a Doha debe interpretarse como un momento decisivo. No se trata solo de Hamás o de Catar; se trata de los cimientos en ruinas de un sistema internacional en el que alguna vez la diplomacia tenía santuarios. En la nueva realidad multipolar, incluso los estados “neutrales” son potenciales campos de batalla. A Israel esto puede parecerle un éxito táctico. Para la región, es una ruptura estratégica que podría traer consecuencias indeseadas: la pérdida de confianza en la mediación liderada por Occidente, la consolidación de una resistencia multipolar y la aceleración de la búsqueda, por parte del Sur Global, de marcos alternativos de seguridad y diplomacia. En resumen, la guerra ha entrado en Doha no por cohetes o tropas, sino porque la propia arquitectura de la diplomacia ha sido bombardeada. El refugio seguro ha desaparecido, y con él, otra ilusión de un mundo unipolar.
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