Europa como espacio subordinado del Occidente



de Pino Cabras

Fuente: Pino Cabras & https://www.ariannaeditrice.it/articoli/l-europa-come-spazio-subalterno-dell-occidente

El incidente que terminó con la cumbre de Zelensky y los huérfanos europeos de Biden en casa de Trump no es un episodio aislado, sino la repetición de una condición histórica consolidada.

Europa ya no es un sujeto autónomo desde mediados del siglo XX, cuando las dos guerras mundiales disolvieron el antiguo equilibrio de poderes y entregaron su destino al nuevo centro imperial: Washington.

También había una parte de Europa en la órbita de Moscú hasta la caída de la Unión Soviética, pero las clases dirigentes de Europa del Este, que eran provincias del imperio, se adaptaron fácilmente a ser una provincia zelosa de otro imperio, hasta que el resto del continente occidental fue reducido a una pequeña provincia mezquina.

Lo que a veces se cuenta como una “renacida europea” – los planes Marshall, los milagros económicos, la construcción comunitaria – en realidad fue un proceso de reconstrucción bajo tutela. No basta con capital, tecnología y mercados comunes para generar una verdadera fuerza histórica: hace falta un bloque dirigente capaz de ejercer conjuntamente poder económico, militar y cultural.

Por “bloque dirigente” se entiende un conjunto cohesionado de élites políticas, económicas y culturales que sepan dar dirección a un pueblo y a un territorio: no solo riqueza o ejércitos, sino también un proyecto compartido. Esto en Europa nunca maduró realmente, solo como un formidable acumulado retórico. Se generó riqueza, se acumularon instituciones, pero sin un verdadero centro político capaz de convertirlas en autonomía.

En las últimas décadas, a medida que Estados Unidos mostraba las grietas de su primacía, el continente europeo reaccionó cada vez de manera más contradictoria, adaptándose a las estrategias decididas en el otro lado del Atlántico, incluso cuando iban en contra de los intereses materiales de sus pueblos. Es la señal de una clase dirigente que no tiene un proyecto propio, sino que vive dentro de una estructura histórica subordinada, en la cual las decisiones fundamentales no nacen aquí, sino que se importan, y en la cual las élites locales administran una dependencia estructural.

El surgimiento de nuevas potencias – Rusia, China, India, Brasil – ha hecho aún más evidente esta condición: el mundo se mueve hacia un orden multipolar, donde ya no hay un único centro de mando, sino varios polos de fuerza en competencia. Sin embargo, Europa sigue presentándose como la cadena de transmisión de un Occidente en declive. Así, frente a la crisis ucraniana, se eligió el camino de la guerra por poder (es decir, luchada por los ucranianos con armas, dinero y estrategias suministradas por Occidente), con costos enormes en recursos y credibilidad, sin ninguna perspectiva autónoma. Los primeros ministros europeos se presentaron en la Casa Blanca haciendo una humillante espera y sin un plan B: aún están allí como el primer día, soñando con la guerra total y la “debellatio” de Rusia, en un estado total de negación de la realidad.

El regreso de Trump a la Casa Blanca acentuó un cuadro ya claro para quienes lo veían sin velos ideológicos: Washington ni siquiera se preocupa más por mantener las apariencias: negocia directamente con Moscú y Pekín, reorganiza Oriente Medio según sus intereses, redibuja las restricciones internacionales a su medida. Europa queda en el papel de la parte totalmente humillada, obligada a legitimar decisiones tomadas en otros lugares. 

PERSPECTIVAS

La integración atlántica – es decir, la alineación política, económica y militar de Europa con la alianza liderada por Estados Unidos, representada por la OTAN y las instituciones occidentales – lejos de ser un muro de contención, ha producido una burguesía compradora.

Con esta expresión se refiere a una clase dirigente que no defiende los intereses de los pueblos que representa, sino que solo actúa como intermediaria: compra y vende, media y traduce los deseos del imperio estadounidense a cambio de rentas y protecciones. Es una clase dirigente que acepta la subordinación como horizonte natural, sin voluntad de elaborar un proyecto estratégico propio. Nula en nada, capaz de todo.

Lo que hace aún más dramática la situación es, en realidad, la calidad de los dirigentes europeos de hoy: los peores de los últimos ochenta años. No tienen visión política, salvo la de rearmarse; no conocen otro lenguaje que el de las armas y las sanciones; y su único horizonte económico es el saqueo sistemático de las clases medias, tratadas como una mina de recursos fiscales y sacrificios sociales, hasta agotarlas.

Es un proceso que quizás garantice algunos años de supervivencia a sistemas políticos ya agotados, pero que al mismo tiempo puede destruir naciones enteras, vaciándolas de sus energías productivas y civiles. Giorgia Meloni, tras una propaganda “soberanista” interminable, resulta finalmente como un cruce dramático entre Di Maio que todo devora y Draghi que todo come. Puro atlantismo terminal, con traición a la “Nación” de la que tanto habla.

Y sin embargo, en un mundo multipolar, la lógica podría invertirse: países europeos, liberados del vínculo UE y OTAN, tendrían paradoxalmente más márgenes de soberanía.

De hecho, un país que no dependiera de Bruselas o Washington para cada decisión podría tejer relaciones más autónomas con los gigantes emergentes, decidir su política energética, abrir canales comerciales y culturales sin pedir permisos. Serían Estados pequeños, claro, pero menos “encadenados” a una arquitectura que los somete.

No sería una restauración del antiguo primado europeo – que ya está muerto para siempre – sino la posibilidad de ser, una vez más, actores en lugar de espectadores en la transformación del mundo.


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