La OTAN entre la retirada y la falta de compromiso
por Enrico Tomaselli
https://www.sinistrainrete.info/geopolitica/26179-enrico-tomaselli-la-nato-tra-autismo-e-disimpegno.html
photo 2023 07 19 52 34 Ante la imposibilidad, ya evidente, de recuperar siquiera una parte de los territorios perdidos por Ucrania, la OTAN busca desesperadamente una salida que no la derribe políticamente. Pero atrapada en su propia propaganda, parece presa de una especie de autismo que le impide ver/aceptar la realidad estratégica, tanto la del conflicto como la del multipolarismo emergente. La consecuencia es un peligroso estancamiento, que alargará la guerra al menos hasta el año que viene.
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La trampa del relato
Cuando -tras ocho años de guerra civil- el conflicto ucraniano estalló finalmente en una guerra abierta con Rusia, el objetivo de Estados Unidos era aplastar a Moscú mediante una guerra híbrida, cuya duración se estimaba en menos de un año. Y, por supuesto, parte de esta guerra consistió en una movilización sin precedentes del aparato de propaganda y mediático angloamericano. Teniendo en cuenta que el sistema de medios de comunicación, prácticamente en todo el mundo, pero desde luego en los países occidentales, está totalmente en manos de un pequeño número de productores/distribuidores de noticias (todos de países de la OTAN), y que éstos están a su vez controlados -directa o indirectamente- por las agencias de inteligencia británicas y estadounidenses, es fácil comprender cómo esto era lógico además de necesario.
Obviamente, la guerra mediática también fue concebida y puesta en práctica sobre la base del diseño general, que como se ha mencionado tenía un horizonte temporal relativamente corto. La función de la propaganda era relativamente sencilla: no sólo dar sentido al conflicto, sino construir una narrativa basada en dos pilares: la demonización del enemigo y la certeza de la victoria.
Estos dos elementos fundadores de la narrativa bélica occidental están estrecha y funcionalmente conectados, en el sentido de que -si se da por sentada la derrota del enemigo- su demonización virulenta no sólo resulta útil, sino posible. El supuesto, de hecho, es que si se aplasta y humilla al adversario, presentarlo como un monstruo legitimará aún más ese planteamiento; y, a la inversa, puesto que se descarta a priori la posibilidad de negociación, ésta no será en modo alguno un obstáculo.
Esta es básicamente la misma lógica por la que el gobierno de Zelenski aprobó una ley que prohibía toda negociación con Rusia (mientras Putin estuviera en el poder).
El problema de esta postura es que si las cosas resultan diferentes de lo esperado, uno se encuentra atascado en sus propias presuposiciones; en pocas palabras, la negociación (con Putin) tendrá que hacerla un gobierno diferente, o el actual, pero después de haberse negado a sí mismo.
Al haber convertido el conflicto ucraniano en una guerra por delegación, la OTAN se encuentra ahora en una doble trampa, construida por sus propios errores. En primer lugar, la guerra no sólo ha resultado estar lejos de ser corta, sino también muy sangrienta y costosa, lo que ha puesto a prueba todo el sistema militar-industrial de la Alianza Atlántica y la enfrenta hoy a la imposibilidad de mantener en el tiempo semejante nivel de apoyo económico y militar.
En segundo lugar, después de haber machacado durante año y medio sobre los dos pilares antes mencionados ("Putin = Hitler", "Ucrania vencerá"), ante la evidencia de que la victoria ucraniana es literalmente imposible, no puede hacer fácilmente una conversión de 180° y, además de tener que aceptar la derrota, tener que lidiar también con Hitler
Por lo tanto, el gigantesco problema al que se enfrenta hoy la OTAN es, fundamentalmente, encontrar una estrategia de salida viable. Pero, una vez más, lo que lo hace muy complicado es precisamente la auto-narrativa en la que persiste la cúpula atlántica.
Si nos fijamos, por ejemplo, en Estados Unidos, que sigue siendo el punto de apoyo de cualquier toma de decisiones real, observamos que la polarización extrema que se ha determinado (Biden frente a Trump, demócratas frente a republicanos) significa que los dos electorados tienden a abrazar las posiciones de los líderes, independientemente de sus convicciones personales. Así, tenemos al electorado pro-Trump predominantemente crítico con el apoyo continuado a Kiev, mientras que el electorado demócrata está fuertemente a favor. El resultado es que Biden, lanzado ahora en su campaña presidencial para un segundo mandato, no puede dar fácilmente marcha atrás en su posición sobre esta cuestión para no arriesgarse a perder las elecciones. Su electorado, de hecho, ha sido empujado con fuerza a un apoyo incondicional (precisamente por la propaganda demócrata), y no se lo perdonaría.
La administración Biden, y dentro de ella especialmente los neoconservadores, estaban tan seguros de que todo saldría según lo previsto, que ni siquiera prepararon una verdadera estrategia global para alcanzar sus objetivos, y mucho menos pensaron en un posible Plan B.
La OTAN, en resumen, siguió siendo prisionera de su propia "retórica hiperbólica", como la ha definido agudamente Branko Marcetic [1] en "Responsible Statecraft" [2], que hizo que la opinión pública "pensara que el resultado de la guerra no sólo tiene que ver con Kiev y su reconquista del territorio perdido, sino que tiene intereses existenciales, para la seguridad de Estados Unidos, para todo el orden mundial e incluso para la propia democracia" [3].
La radicalización extrema del discurso público sobre la guerra, en definitiva, determina un efecto bumerán, actuando no sólo como herramienta de motivación para la opinión pública occidental, sino también como recordatorio para sus dirigentes, que se ven hasta cierto punto obligados a ceñirse a su propia narrativa del conflicto.
Y esta trampa actúa a dos niveles, que corresponden precisamente a los dos pilares de la guerra mediática.
Buscando una salida
El primer nivel es el determinado por la demonización del enemigo, que hace imposible retirarse de una confrontación perfilada como apocalíptica, del mismo modo que hace imposible llegar a un acuerdo con el nuevo Hitler.
Pero no menos complejo es el segundo nivel, vinculado a la retórica de la victoria ineluctable de los buenos. Una vez que tal victoria parece imposible, surge la necesidad, por un lado, de encontrar la responsabilidad de tal revés y, por otro, de cómo afrontar la derrota. Porque, por supuesto, una guerra no es un partido de la Liga de Campeones, no puede acabar en empate. O se gana o se pierde. Así que si la guerra la gana Rusia, es la OTAN la derrotada. Una perspectiva inaceptable, para Washington, más aún en un momento de extrema fragilidad del dominio mundial, cuando incluso un país africano como Níger se permite dar con la puerta en las narices a Nuland...
Esta situación, sumada, por supuesto, a una serie de otros factores, determina la incertidumbre con la que se abordan estas cuestiones en Washington. Básicamente, por el momento, parece prevalecer la idea de aplazar las elecciones, lo que, a su vez, significa mantener la guerra indefinidamente.
Por supuesto, mientras tanto se debate en Estados Unidos, más o menos abiertamente, cómo salir de la trampa. Durante meses, los principales periódicos estadounidenses han estado debatiendo estas cuestiones, tanto analizando la situación sobre el terreno de forma más objetiva como cuestionando las posibles salidas. La mayor limitación de estas reflexiones, por desgracia, sigue siendo una especie de autismo político en el que parecen estar atrapados, y del que la reciente cumbre de Jeddah es una representación perfecta. Toda la discusión sobre estos temas, de hecho, tiene lugar ignorando totalmente la existencia de la otra parte; los intereses estratégicos y políticos rusos, los desarrollos concretos de la guerra, prácticamente el hecho mismo de que cualquier negociación debe contemplar la participación de Rusia, son constantemente eliminados. La OTAN, de facto ya derrotada sobre el terreno, sigue razonando como si Rusia fuera una entidad inane, que sólo puede aceptar las eventuales ofertas de la Alianza.
Vemos así que, por ejemplo, en el tema de la responsabilidad de la derrota, ya ha comenzado un escuálido juego de culpas, en el que los círculos de la OTAN atribuyen la culpa a los ucranianos, acusados básicamente de ser incapaces de aplicar las doctrinas militares indicadas por los estrategas de la Alianza, y de un uso equivocado de los medios proporcionados, mientras que los ucranianos acusan a su vez a la OTAN de suministros escasos y tardíos, y de proponer tácticas inadecuadas e imposibles de aplicar. Se trata evidentemente de un triste juego de bandos, en el que cada uno intenta salvar la cara ante su propia opinión pública, cuando la realidad es que ambos son corresponsables por igual. La Gran Contraofensiva ucraniana, sobre la que la maquinaria mediática ha estado trabajando durante meses, y que fue planeada de común acuerdo por la OTAN y el Estado Mayor ucraniano, fue el intento político-militar extremo de cambiar el curso del conflicto, no tanto con la ilusoria intención de una imposible reconquista territorial, sino más modestamente con la de ganar un mínimo de influencia. Pero éste no fue el caso.
En la Matriz imaginativa en la que flotan los dirigentes de la OTAN parece prevalecer hasta ahora la hipótesis de la congelación coreana, es decir, una especie de fotograma congelado de la película bélica que se supone que congela el statu quo. El supuesto en el que se basa esta hipótesis es que el conflicto se encuentra en un punto muerto inmutable y que, por tanto, un alto sería beneficioso para ambos contendientes. Sobre lo poco realista que es este supuesto, estratégicamente hablando, ya he escrito [4] más arriba; de hecho, no se corresponde en absoluto con los intereses rusos. Pero hay más. Si se puede hablar de un estancamiento, esto se aplica única y exclusivamente a la guerra por poderes ucraniana, mientras que la situación sobre el terreno cuenta una historia totalmente diferente.
En dos meses y medio, la contraofensiva ucraniana se ha empantanado de hecho, y lo que es más, después de haber pagado (una vez más, después de Bajmut) un precio muy alto en sangre [5]. Por el contrario, las fuerzas armadas rusas están a la ofensiva en dos zonas significativas. En el noreste, han avanzado unos kilómetros en profundidad, acercándose a la ciudad de Kupyansk, que corre serio peligro de convertirse en la próxima picadora de carne, hasta el punto de que los ucranianos ya la han evacuado de civiles, así como a los de una treintena de asentamientos cercanos.
Esta presión ofensiva es importante no sólo militarmente, por la evolución que podría seguir a la caída de la ciudad sobre un amplio sector del frente, sino porque se está desarrollando en el oblast de Járkov, que no forma parte de los cuatro anexionados a la Federación Rusa.
Esto indica claramente que Rusia ciertamente no considerará detener las operaciones militares hasta que haya establecido un cinturón protector al oeste de las cuatro oblasts. Sólo entonces, quizás, sería posible una congelación de la situación.
Además, desde hace semanas, las fuerzas aeroespaciales golpean cada noche en toda Ucrania, apuntando a infraestructuras portuarias, plantas industriales, depósitos de municiones y centros de mando. Todo esto atestigua, sin duda, que no hay un estancamiento general, sino que el conflicto ve una presión constante del lado ruso, aunque esto no produzca (por el momento) ningún cambio importante a lo largo de la línea del frente.
Adiós, Ucrania
Una variante más avanzada de esta hipótesis fue planteada por Stian Jensen [6], jefe del Estado Mayor del Secretario General de la OTAN, sólo para ser rápidamente desmentida. En esta variante, se supondría un intercambio: los territorios liberados por los rusos serían reconocidos como parte de la Federación Rusa, que a su vez aceptaría la entrada de Ucrania en la OTAN.
Aunque Jensen, tras la dura reacción del portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ucraniano, Oleg Nikolenko, se retractó parcialmente de lo que había dicho, parece claro que esta hipótesis también se formuló en el seno de la OTAN. Si se filtró por ingenuidad de Jensen o para tantear el terreno, es algo secundario. Lo importante es que, con respecto a la hipótesis coreana, se da un paso más, pero siempre sin tener en cuenta los intereses rusos.
Si, de hecho, la otra hipótesis es básicamente una especie de Minsk III, que serviría a los ucranianos y a la OTAN para volver a las andadas y prepararse para una nueva guerra, ésta, en cambio, contemplaría una estabilización formalizada.
El punto débil de este intercambio es que no sólo Moscú nunca aceptaría la entrada de Ucrania en la Alianza Atlántica -al fin y al cabo, ésta es la razón principal por la que entró en guerra-, sino que la oferta es irrisoria: Occidente estaría poniendo de hecho sobre la mesa algo que Rusia ya tiene y que no se arriesga a perder.
Por tanto, seguimos en el terreno del autismo político occidental.
En parte por necesidad material, en parte por conveniencia política, la OTAN se verá por tanto empujada a una retirada gradual. Seguirá proporcionando ayuda, a estas alturas principalmente paquetes de alto valor simbólico (y económico...), como misiles de largo alcance y cazas F-16, pero completamente irrelevantes, incapaces de aportar una contribución decisiva a la capacidad operativa de las fuerzas armadas ucranianas, tanto en términos de cantidad como porque lo que Kiev necesitaría es otra cosa muy distinta [7].
También, pero no sólo, como consecuencia de esto, la coordinación estratégica entre los mandos de la OTAN y de Ucrania se aflojará, con los primeros cada vez más escépticos respecto a las capacidades de los segundos, y los segundos cada vez más recelosos de los apoyos atlánticos.
La necesidad primordial de Washington, y por tanto de la OTAN, tanto más cuanto que se aproxima la campaña presidencial estadounidense, es proceder a una retirada suave, traspasando la responsabilidad a los ucranianos; la narrativa ya está empezando a girar hacia el argumento "hicimos todo lo que pudimos, pero no son capaces...", lo que también podría preludiar -en caso necesario- una sustitución (más o menos indolora) de Zelenski, para luego proceder a una conclusión bienvenida.
El problema, por supuesto, es encontrar una, y que además sea practicable, es decir, que por fin tenga en cuenta a Rusia no como una entidad abstracta, sino como una realidad portadora de intereses, y que tenga que contar tanto con los equilibrios internos como con los costes que ello implica. Pero esto, por el momento, parece muy difícil.
Por supuesto, en el peor de los casos, siempre queda la solución afgana. Abandonar todo y a todos, envolver la bandera y volver a casa.
Lo que podemos esperar, entonces, es una congelación, sí, pero de las capacidades ofensivas ucranianas, y de un importante apoyo occidental. Kiev se verá obligado a adoptar una estrategia defensiva, renunciando a cualquier ambición de reconquista, y explotando así la ventaja de una conducta operativa que minimice las pérdidas. Los rusos, por su parte, reanudarán el empuje ofensivo, pero sin abandonar la línea de conducta que, a su vez, busca minimizar las pérdidas. Continuarán los ataques desde el aire y la destrucción sistemática de la infraestructura logística y militar. Llegará el invierno, y los daños en las instalaciones energéticas y eléctricas se dejarán sentir en la población ucraniana, agotada ya por el enorme número de muertos y heridos y la destrucción de la economía. Salvo un colapso repentino [8], la guerra se prolongará hasta 2024, a la espera de que se resuelva el enfrentamiento entre Biden y Trump.
En Europa, mientras tanto, la crisis seguirá haciendo mella y a los dirigentes vasallos les resultará cada vez más difícil mantener la calma. El mundo se desliza hacia la multipolaridad, y nosotros nos deslizamos hacia el abismo. Tarde o temprano, tendremos que aceptar una verdad muy simple: "nous avons besoin des Russes et ils ont besoin de nous" [9].
Notas
1 - Marcetic es miembro de la redacción de la revista de izquierdas Jacobin y ha colaborado con varias publicaciones estadounidenses.
2 - "¿Puede Washington pivotar desde sus objetivos maximalistas en Ucrania?", Branko Marcetic, Responsible Statecraft3 - Ibidem
4 - Véase "Dos guerras", Redcoats News
5 - Como bien resume el analista estadounidense Daniel L. Davis, "la cruda realidad en la guerra entre Rusia y Ucrania hoy es que la última ofensiva ucraniana ha fracasado, y ninguna vuelta de tuerca cambiará el resultado". Véase "La cruda realidad: la última ofensiva de Ucrania ha fracasado", Daniel L. Davis, 19fortyfive.com
6 - Véase "Guerra en Ucrania/Territorios a Moscú a cambio de acceso a la OTAN", Giulia Lecis, Quotidiano Sociale
7 - Véase "Colapso", Giubbe Rosse News
8 - Ibidem
9 - Nicolas Sarkozy, entrevista en Le Figaro
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