La guerra de Ucrania y la alianza entre neoconservadores y liberales estadounidenses

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Las nuevas incursiones en Kiev parecen ser una respuesta al ataque a la base de entrenamiento de voluntarios rusos en Belgorod, llevado a cabo por dos milicianos de un país de la CEI (antiguos estados asiáticos soviéticos), en el que murieron 11 soldados.
El ataque, en
pleno territorio ruso, tuvo lugar el mismo día en que Putin había
declarado cerrada la fase de bombardeos masivos sobre las ciudades
ucranianas, de ahí la reanudación de los mismos, teniendo como objetivo
las infraestructuras, en particular las centrales eléctricas y los nudos
ferroviarios. La guerra no debe terminar, nada nuevo en esta dinámica.
El retroceso de la contraofensiva ucraniana
En el teatro de la guerra, hay un retroceso en la contraofensiva nato-ucraniana, según informa la inteligencia británica, a pesar de que los medios de comunicación ya hablaban de un inminente colapso de los rusos.
Esta noticia revela la imposibilidad de que Ucrania alcance el objetivo de liberar todos los territorios. Este objetivo nunca se alcanzará, porque también es una lucha existencial para Rusia y no puede permitirse una derrota total.
Así, la guerra muestra su verdadera cara, la de un conflicto que puede no terminar nunca o que, al menos, parece destinado a prolongarse durante años. Esto es lo que quiere Occidente, que ha rechazado una y otra vez las iniciativas diplomáticas que han aparecido en el horizonte en los últimos meses.
Sobre esto escribe Ted Snider, que en Antiwar elabora un análisis detallado de cómo Estados Unidos ha cortado de raíz esas posibilidades, la última de las cuales es la apertura de Putin a una reunión con Biden en la cumbre del G-20, con un rápido cierre por parte del interesado (aunque la respuesta del presidente estadounidense fuera ambigua y presagiara sorpresas, como escribió en una nota anterior quizá demasiado posibilista, pero aún válida en perspectiva; al fin y al cabo, hasta las elecciones de mitad de mandato nada debe perturbar el feroz enfrentamiento actual).
Como escribe David Sacks en Newsweek, a estas alturas el poder en Occidente es la prerrogativa de un formato en el que se alían los neoconservadores y los demócratas Woke (despiertos, un término utilizado en la polémica política estadounidense), bloqueando cualquier intento de sofocar el conflicto.
Un partido
demócrata que traicionó a Obama, quien, como recuerda Sacks, se había
negado a reaccionar ante la toma de Crimea por parte de Rusia, habiendo
declarado que una escalada en Ucrania no era del interés de Estados
Unidos.
Nuevo poder y censura
La alianza interpartidista neoconservadora que ha surgido durante la presidencia de Trump y en oposición a ella, escribe Sacks, ha "decidido que cualquier apoyo a una solución negociada, incluso si se tratara de las propuestas que el propio Zelensky parecía apoyar al comienzo de la guerra, equivale a ponerse del lado de Rusia, acusando a los que defienden el compromiso y la moderación [del conflicto] como apologistas de Putin". Esto los excluye del debate oficial y restringe la "ventana de Overton" [las posibles opciones en el debate ed ] sólo a aquellos que abogan por la derrota total de Rusia y el fin del régimen de Putin, incluso si nos arriesgamos a una tercera guerra mundial".
Y añade que "cualquiera que sugiera que la expansión de la OTAN puede haber contribuido a la crisis ucraniana, o que las sanciones impuestas a Rusia no están funcionando y le han salido el tiro por la culata a Europa, que pronto se encontrará temblando [de frío], o que Estados Unidos debe dar prioridad a evitar una guerra mundial con una Rusia con armas nucleares, es acusado de ser un títere de Putin".
Nos parece que la descripción de Sacks capta lo que ocurre en el debate actual. Esta es la cruda realidad que se esconde tras la propaganda que describe el mundo como presa de un enfrentamiento entre países libres y autocracias.
A esta descripción, la corriente dominante suele responder que, al contrario de lo que ocurre en las autocracias, las voces libres, aunque excluidas violentamente, por ahora restringidas, del debate oficial, siguen teniendo una forma de expresarse en espacios residuales, lo que no ocurre en las autocracias, donde la censura es más dura.
Sin embargo, en realidad, esto no es un resultado de la libertad que dicen defender, sino un logro de la civilización occidental que estas voces residuales, por su propia existencia, defienden contra su agresión.
Si dependiera de los autoproclamados campeones de la libertad de hoy, que no cesan de pedir armas para Ucrania, incluso esos reducidos espacios de libertad estarían cerrados, como, además, lo demuestran las numerosas y costosas iniciativas para perseguir las noticias falsas, una moderna técnica de censura (las noticias no oficiales se atacan a fondo, la boutade oficial nunca).
La cuestión es que para que la obra de teatro de la lucha entre la libertad y las autocracias parezca, si no veraz, al menos plausible, la censura debe desplegarse de forma más encubierta y secreta. Si emerge como lo que es, es decir, el sello del nuevo poder, todo se derrumba.
Ucrania, la crisis iraní y Taiwán
Terminemos con dos noticias relacionadas con Ucrania, pero relativas a Irán y Taiwán. Desde hace algún tiempo, y cada vez con más insistencia, los medios de comunicación dominantes afirman que los rusos están utilizando aviones no tripulados de fabricación iraní. Cierto o no, esto tiene poca importancia para el destino del conflicto. Sin embargo, sirve para apretar a Teherán en la zona gris en la que se ha confinado a Moscú.
En Irán, con el pretexto de la muerte de Misha Amini, está en marcha otra revolución de color, que si no se detiene costará decenas de miles de vidas, si no más. La alianza con Rusia en la guerra de Ucrania, ya sea real o supuesta, refuerza el impulso de un cambio de régimen en Teherán.
A Occidente no le importan las mujeres iraníes, ni el velo, que se lleva en casi todos los estados árabes, pero la oportunidad está ahí para incinerar de una vez por todas a Teherán, al que se le han impuesto duras sanciones desde hace tiempo, matando de hambre no sólo a los hombres, sino también a las mujeres, por las que Occidente se rasga las vestiduras, y a su descendencia.
Concluimos con la noticia de que varios miembros del parlamento ucraniano visitarán Taiwán en octubre. Un viaje que no suscitará el mismo clamor que las visitas de los parlamentarios estadounidenses, pero que es altamente simbólico, ya que ciertos círculos occidentales -los mismos que alimentan la guerra de Ucrania- esperan convertir la isla en el campo de batalla de una guerra por delegación contra China. Algunos patrones son triviales y tienden a repetirse una y otra vez.
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