Trumpismo y biopolítica
por Daniele Perra
Fuente: Daniele Perra & https://www.ariannaeditrice.it/articoli/trumpismo-e-biopolitica
Ya he hablado del trumpismo como una operación biopolítica «foucaultiana». Intentaré explicar mejor este concepto. En primer lugar, creo que es necesario subrayar la importancia de los medios de comunicación (como instrumentos de la «producción de poder») para el estudio y el análisis geopolítico. Ya Karl Haushofer, en 1928, ante la impetuosidad de la política de masas, comprendió la importancia de hacer llegar a la opinión pública las dinámicas geopolíticas, aunque la información tuviera que ser necesariamente de carácter simplificado y adecuada para orientar al público. En otras palabras, Haushofer comprendió antes que otros que la representación mediática forma parte integrante de la dimensión geopolítica y es una herramienta útil para obtener un apoyo emocional (por tanto, no fundamentado críticamente) a la acción.
El ámbito de la comunicación, por tanto, tiene una importancia fundamental para la geopolítica, y los propios medios se interpretan como los instrumentos que representan la (geo)política y el poder.
La «geopolítica crítica» (nacida en torno a la década de 1980), de hecho, estudia el contenido de los medios de comunicación para comprender los intereses particulares y el «poder reticular/circular» de los medios. Esto se debe a que las representaciones espaciales del poder desempeñan un papel decisivo en la comprensión de las estrategias políticas. Al mismo tiempo, hay que reconocer que, con bastante frecuencia, el llamado «periodismo geopolítico» se convierte él mismo en un instrumento de poder y/o en un productor de propaganda. Entendiendo por propaganda la producción deliberada y sistemática de representaciones mediáticas estereotipadas con el fin de manipular, seleccionar u ocultar hechos y fenómenos y de orientar a la opinión pública por parte de sujetos políticos y/o económicos representativos de los centros de poder (piénsese en los casos emblemáticos de Ucrania y Palestina).
Ahora bien, este uso «estratégico» de los medios de comunicación siempre ha existido históricamente. Durante el llamado «Gran Juego» o «Torneo de las Sombras» (la «Guerra Fría» del siglo XIX entre Gran Bretaña y Rusia en Asia Central), por ejemplo, los periódicos británicos nunca dejaron de describir el Imperio zarista en términos de entidad maligna. O, incluso antes (incluso en la época medieval), piénsese en las formas en que los emisarios papales describían a Federico II. Este «uso estratégico» ha conocido notables fortunas en la era de los totalitarismos y, aunque nunca ha cesado, con la llegada de Internet ha experimentado una evolución muy peculiar. En efecto, si los medios de comunicación tradicionales tienen un enfoque vertical (elección, formación y cobertura de la «noticia» desde arriba), Internet tiene un enfoque horizontal en el que la noticia, en apariencia, fluye más fluida y libremente. En realidad, la multiplicación de medios y plataformas sociales no se corresponde con una mayor libertad real de información. Las empresas que controlan los flujos de la red, en su mayoría (al menos las principales), tienen su sede en Estados Unidos y pertenecen a imponentes concentraciones industriales con considerables intereses directamente relacionados con la política y la guerra (que de política es la continuación por otros medios, docet Clausewitz). En este sentido, al igual que las agencias de calificación, las ONG, los fondos de inversión, los grupos de presión, las plataformas sociales (Facebook, X, etc.) también producen poder. Y lo hacen de una manera muy particular. En efecto, éstas, al igual que las finanzas transnacionales, reducen los espacios y las distancias en el sentido de que permiten ejercer el poder incluso en esferas extremadamente alejadas de su centro real. Al hacerlo, la red ejerce un poder fluido capaz de una expansión ilimitada.
En consecuencia, en la era del capitalismo/imperialismo digital, el trumpismo se impone ante todo como un proceso de reestructuración del sistema de poder norteamericano: un proceso de sustitución entre viejas y nuevas oligarquías industriales cuyos intereses geopolíticos a largo plazo solo divergen parcialmente (el «villano» ruso es sustituido por el «supervillano» iraní o chino). Sin embargo, este proceso de reestructuración requiere lo que anteriormente se ha descrito como «apoyo emocional acrítico» relleno de propaganda (a menudo «visionaria»). Y he aquí, pues, la alineación casi total de las plataformas sociales norteamericanas con el interés estratégico del centro y la creación de un supuesto «espacio nuevo o renovado» producido por la interacción entre «nuevos/viejos poderes» que se estratifican y solidifican en el imaginario del Occidente colectivo.
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