El 68 se busca desesperadamente

 


Andrea Marcigliano

 https://electomagazine.it/68-cercasi-disperatamente/
 
Sopla un viento extraño. Lleno de ecos antiguos.

Parece... el viento del 68.

Pero del verdadero 68. No del que demasiados se han llenado la boca durante más de medio siglo. El (falso) mito pequeñoburgués de los niños de papá que salieron a la calle y gritaron consignas sin sentido. A favor de ellos. Contra policías y carabinieri que eran, ellos de verdad, hijos de campesinos. Gente. Como Pier Paolo Pasolini tuvo el solitario valor de escribir.

No. Éste es el viento que recuerda al verdadero 68. El de las universidades americanas. Que luego llegó, en mayo, a París. Y sólo más tarde, en Italia, se convirtió en farsa.

En aquel momento, alimentando la protesta de los estudiantes de Berkley y de otras universidades estadounidenses estaba el fantasma de Vietnam.

Una guerra que se intensificaba. Consumiendo las vidas de los jóvenes estadounidenses.

Uno de los ejemplos más flagrantes de estupidez militar. Y de la explotación de una guerra, inútil e interminable, para los intereses de las finanzas y de la industria bélica.

Una guerra que Washington no pudo ganar. Principalmente porque no quiso ganarla. Como dice el Gunny de Clint Eastwood. El interés estaba en la guerra. En su continuación. No en la victoria.

Fue la otra América la que tomó las calles. Dolida por las imágenes de marines regresando en sacos de yute. Por las imágenes de las noticias de la jungla devorando vidas. Por las noticias de las masacres de My Lay.

La América más auténtica... aunque quizá tergiversada por los hippies del Campus con guitarras y símbolos anarquistas. La América cuya "caída" cantó -o quizá profetizó- Allen Ginsberg. Y narrada en 'En el camino' por Kerouac.

Era, aquel 68, el termómetro de una fiebre rastrera. Y ardiente. Lo que condujo a ese "colapso del frente interno" que obligó a Nixon a salir del atolladero de Indochina. Abandonando a su suerte a los survietnamitas que habían creído en las promesas de Washington.

Y fue un destino trágico.

Pero la guerra, las guerras, hoy ya no se libran para ganar. Para lograr un resultado. Ya sea político o geopolítico. Es un monstruo que se alimenta a sí mismo. Que necesita la guerra, y la sangre, para prosperar y enriquecerse.

El Baal cartaginés en versión gigantesca. Y global.

De ahí la guerra interminable en Ucrania. Y de la de aniquilación en la Franja de Gaza. Contra la que, sobre todo, protestan los estudiantes estadounidenses. También los estudiantes judíos. Pero eso no cuenta. Para nuestros medios son, en todo caso, antisemitas.

¿Un nuevo 68? ¿Capaz de agitar a la opinión pública y obligar a la política a poner fin a los conflictos y las masacres?

Para que eso ocurra, tendría que haber política. Y políticos, sobre todo. En Washington y en Europa. Capaces de interpretar los ánimos rebeldes de sus países, que afloran confusamente en estas protestas, y, sobre todo, capaces de tomar decisiones. De tomar decisiones de forma autónoma.

Algo que las marionetas no pueden hacer.





Commentaires

Posts les plus consultés de ce blog

Carl Schmitt: Estado, movimiento, pueblo

Entrevista con Yona Faedda, portavoz del colectivo Némésis, procesada por llevar carteles en los que se leía "Libérenos de la inmigración" y "Fuera los violadores extranjeros".

Un mundo heptapolar